La escultura de la Cigüeña preside la fachada.Paula Hernández
PIEDRAS QUE HABLAN
Paseo por el interior de la Cigüeña, donde nació media Valencia (y casi la otra media)
PIEDRAS QUE HABLAN ·
El paritorio es hoy despacho y sala de reuniones, las habitaciones dependencias administrativas y en la capilla trabaja un solitario funcionario… bendecido por el legado del viejo edificio sanitario de la Alameda reconvertido en sede de la conselleria que dirige Gan
El taxista que guía hacia la Alameda desvela a su cliente que él nació en la Cigüeña, allá hacia 1972. Un compañero de trabajo comparte ... la misma información: sí, también él nació en este singular edificio. Es igualmente el caso de un caballero que aguarda en la estancia donde tiene su puesto de trabajo Santiago Lumbreras, alto cargo de la Generalitat que ocupa en este chalecito una de sus sedes. La Cigüeña opera hoy en efecto al servicio de la Administración, luego de una larga serie de idas y venidas por el organigrama que no son el objetivo de este reportaje: estas líneas proponen un recorrido mitad por la historia, mitad por la arquitectura, salpimentado por la condición de icono de este hermoso palacete donde (hipérbole mediante) nació media Valencia. Y tal vez la otra media.
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El dato exacto de cuántas almas llegaron al mundo en el paritorio que hoy ocupa Lumbreras, que despacha con con un grupo de colaboradores en las dependencias que antes servían para dar a luz y hoy incluyen también la sala de reuniones vecina, se ignora. Pero se contarían por decenas de miles desde su inauguración, bajo el pomposo nombre de Centro de Protección Maternal e Infantil Virgen de los Desamparados, en 1960. Es un dato que figura en el libro publicado por la antigua Caja de Ahorros de Valencia, entidad que gestionaba el paritorio, en 1979 donde sus autores detallan una serie de curiosidades que ayudan a entender la dimensión del proyecto: el hospital se fundó en un coqueto chalé construido en 1920, reformado en los años 50 porque el arquitecto Antonio Gómez Davó para que sirviera como clínica, y cuando abandonó su actividad se calculaba, allá por 1977 que sus quirófanos habían alumbrado a 42.769 bebés, gracias a los desvelos del grupo de profesionales a cargo del centro y de los servicios que prestaban las religiosas de Instituto Secular de Obreras de la Cruz.
El antiguo paritorio, hoy sala de reuniones; la capilla, convertida en despacho; y el ascensor que mantiene sus enormes dimensiones, de cuando servía para transportar camillas.
P. Hernández
Una de ellas, por cierto, protagonizó la primera anécdota que encontramos en este paseo por las entrañas del edificio. Lo cuenta una funcionaria de la Generalitat que sirve de cicerone y nos conduce hasta una rara estancia: es la antigua capilla. Y es rara porque ocupa un pequeño espacio, más contenido que el original: se supone que bajo nuestros pies, forjado mediante, se decidió albergar otras dependencias. La que ahora visitamos, defendida por un solitario y amable funcionario, recuerda su pasado religioso por las trazas del techo, donde unos arcos describen una primorosa cúpula y porque en un lateral otra tracería original dibuja la antigua pila bautismal que aquí se encontraba. Ahí reside por cierto la clave de la anécdota: convertido ya el edificio en sede administrativa, hasta la Alameda llegó una mujer que no sólo había nacido en la Cigüeña. También le habían bautizado en esta capilla, sacramento impartido por cierto según su memoria por una de las religiosas. Fue una bebé prematura que recibió el bautismo en las mismas estancias del hospital.
No será por supuesto la única curiosidad que desvele nuestra caminata. La Cigüeña, como es más o menos conocido, opera en el imaginario valenciano como sede de extraños fenómenos paranormales, como nos avisan a cada paso los funcionarios que aquí trabajan hoy, la mayoría con media sonrisa irónica (y algún canguelo latente). Ocurre que, en realidad, todo el paseo es una ruta por el anecdotario propio de edificios con tanto peso histórico que el paso del tiempo ha transformado en un agradable centro de trabajo, con inmejorables vistas a la Alameda, el jardín del Turia aledaño, el 'skyline' de la Valencia histórica un poco más allá… Es la estampa que se contempla desde la terraza donde brilla la imagen de la simpática cigüeña que da nombre al palacete; a nuestros pies, un ameno jardín muy rico en arbolado de talla formidable en el caso de algún ejemplar, recorriendo el curioso porche que tanto llama la atención cuando se ingresa en el edificio: una secuela de cuando bajo sus arcos se detenían las ambulancias que traían y llevaban a las parturientas por las dos puertas con que cuenta la finca.
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Es uno de los misterios que se revela al final del paseo. Valencia nos recibe con uno de esos hermosos días de otoño con el sol brillando con esa luz tan especial, la primera que verían los ojos de quienes abandonaban este edificio con toda la vida por delante. La primera luz natural, se entiende. La artificial parpadearía en los tubos de neón que alumbraban la enorme colección de salas que hemos ido visitando, planta tras planta, reformadas en su carpintería general con bastante buen gusto según una rehabilitación que también ha respetado más o menos los detalles del resto de gremios artesanos que aquí trabajaron. Las filigranas de forja y escayola, por ejemplo, dotan de un curioso encanto a un edificio que (no se olvide) cumple ahora una función muy distinta y necesita por lo tanto que su diseño tenga en cuenta que entre sus paredes ya no nacerán los valencianos del mañana sino expedientes y decretos. Por ejemplo, los trabajadores de la Dirección General de Transparencia y Participación de Presidencia, parte de la Conselleria de Justicia (con los departamentos de memoria democrática y atención a la ciudadanía), la Secretaría Autonómica de Administración Pública... La última incorporación la Conselleria de Recuperación que dirige Francisco Gan Pampols.
Un propósito que el funcionario parece cumplir con agrado porque tener su plaza de trabajo en el mismo centro de Valencia y disponer de amplios espacios para desarrollar sus ocupaciones (es el caso de un inmenso despacho de la tercera planta, con inmejorables vistas en esquina) ha convertido a la Cigüeña, como explican nuestros anfitriones, en el objeto de deseo de otras consellerias además de las que aquí se ubican. La inmensa mayoría ya sabe que trabaja sobre el suelo de un edificio que antes fue paritorio, como lo saben quienes lo visitan y se deduce de detalles tan significativos como el inmenso ascensor que atraviesa sus plantas: es tan grande porque tenía que caber una camilla y, con buen juicio, no ha readaptado su tamaño a los nuevos usos.
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Un detalle de un despacho, de enorme tamaño, la escalera y uno de los pasillos.
P. H.
No es el único signo de aquel pasado que todavía pervive aunque la mayor parte de huellas que dejó La Cigüeña a sus actuales ocupantes son de orden intangible. El recorrido respira un aire espiritual, una invitación al recogimiento que tiene un punto religioso pero más bien higiénico: puesto que funcionaba de acuerdo a las exigencias hospitalarias, se construyó garantizado la adecuada ventilación de las habitaciones que ahora son despachos, de acuerdo con una lógica arquitectónica que abre enormes vanos tanto hacia la fachada exterior como a los grandes patios interiores. Una distribución que también se ha respetado en su adecuación como sede administrativa y depara un grato paseo, culminado en otra de sus joyas más escondidas: su espléndida azotea.
Superadas sus cuatro plantas (la tercera, por cierto, es más pequeña: está truncada, según un pícaro guiño de Gómez Davó para la posteridad) se llega a la magnífica terraza desde donde parece que se puede tocar con la mano los techos de la Valencia histórica. La cúpula del Palacio de la Exposición, por ejemplo, casi se puede acariciar. Quien naciera en las habitaciones aledañas se puede considerar una persona privilegiada. Vio la luz de Valencia en todos los sentidos según abrió los ojos. Una de las miles de personas que pueden proclamar con esa clase de extraño orgullo tan propio del carácter local la frase célebre: «Yo nací en la Cigüeña».
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Exterior de la finca, una de sus terrazas y el porche por donde entraban las ambulancias con parturientas.
P.H.
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