La reinvención de Imprenta Vila de Valencia
PIEDRAS QUE HABLAN ·
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PIEDRAS QUE HABLAN ·
El histórico edificio de la calle San Vicente, que ocupaba una manzana entera, se prepara para renacer como espacio gastronómicoSe llamaba Imprenta Vila y los lectores más veteranos de LAS PROVINCIAS seguro que no han olvidado su nombre. La memoria es persistente cuando concurren argumentos tan poderosos como los adheridos a aquel gigante del sector en el siglo pasado, su impronta ciudadana más ... allá de su vertiente empresarial. Un gigante nacido en la remota centuria el XIX, cuando ya recogían estas páginas un anuncio que nos pone sobre la pista de la envergadura que alcanzó aquel negocio legendario. Bajo la denominación de Vila y Martínez, se promocionaba en nuestro periódico desde su sede en la calle San Vicente número 297 y este detallado eslogan: «Toda clase y forma se sellos, tamaño ordinario, montados sobre plancha zinc niquelada y mango barnizado en negro, con su correspondiente caja y almohadilla perpetua». Y añadía aquel anuncio tan camp: «Verdadera economía en los demás géneros pertenecientes a esta industria». Aviso final: «Se garantizan los productos de esta casa». Una casa cuyas formidables instalaciones pasaron a mejor vida y que ahora resucitan: un proyecto muy anhelado vinculará ese macroespacio al ámbito gastronómico. Una reinvención que tiene fecha, cercana: el 1 de marzo.
Los promotores de esta nueva vida del venerable caserón de la Valencia inmemorial llevan tiempo anunciando la buena nueva por redes sociales, sin ofrecer más detalles. Es una manera de abrir boca a la espera de que el nuevo Mercado de la Imprenta abra sus puertas; una manera de refrescar aquel pasado de gloria, durante el cual los Vila convirtieron su negocio en un icono valenciano, como recuerda el estudioso local Arturo C. Moscardó. Se ayudaron no sólo en el majestuoso inmueble de la calle San Vicente, sino también de un comercio que se instaló en el centro para la venta al por menor de sus productos, con especial preferencia por los sellos. Que eso era en origen la Imprenta Vila, una fábrica de sellos de caucho: como «taller de grabado en madera y metal» se anunciaba en LAS PROVINCIAS, en aquella publicidad finisecular que alardeaba de «tintas de todos colores para los sellos de goma a 20 céntimos botella de 16 gramos». También advertía de una circunstancia que convirtió la marca en una referencia urbana: además del taller industrial, defendía un comercio de proximidad en el número 4 de la plaza Cajeros, desaparecida ya con esa nomenclatura. Era un castizo rincón de Valencia, ubicado también en la calle San Vicente pero en su tramo más céntrico: más o menos a la altura del pasaje Ripalda, una zona que fue ampliada cuando se remodeló la plaza del Ayuntamiento y perdió su antigua fisonomía.
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Aquella antigua Papelería Vila, que tal era su denominación, se especializó en la comercialización de objetos de escritorio. En las fotos que facilitan para este reportaje Ángel Martínez y Andrés Giménez, concienzudos investigadores de la Valencia de entonces, se observa que aquella remodelación obligó a los Vila a cambiar su negocio hasta la calle Embajador Vich, ya bajo la dirección de Vicente Climent Vila, sucesor del fundador: José Vila Serra, un proteico emprendedor que levantó su negocio aprovechando los favorables vientos que soplaban en aquel tiempo para la industria tipográfica. Era la Valencia de los Doménech, Alufre o Sempere, por citar algunas de las sagas empresariales que dieron entonces brillo a un sector clave para la economía regional. En el caso de Vila, mediante la instalación de su maquinaria en los cerca de 4.000 metros cuadrados que configuraban aquel espacio abandonado desde que sus sucesores se marcharon del centro de la ciudad para seguir con su empresa en la cercana Manises. Quedaba despejada por lo tanto una enorme superficie que admitía el uso residencial y se convirtió en un enclave muy codiciado. Algunos intentos de otorgarle un nuevo uso fallaron hasta que se hizo realidad su transformación en mercado gastronómico a punto de materializarse. Una afortunada resurrección para un edificio formidable.
Lejos quedarán los años de preocupante abandono, cuando el triste destino de sucumbir bajo la piqueta llegó a parecer inevitable. Cuando el magno inmueble servía como escenario de rodajes como la serie de televisión que rememoró la vida de Vicente Blasco Ibáñez bajo la batuta de José Luis García Berlanga, o como sede de una feria de decoración; prosaicas actividades que insuflaron algo de oxígeno al edificio mientras esperaba el nuevo futuro que ya se anuncia. La familia propietaria puso en venta Imprenta Vila en el año 2012, con la esperanza de que sugiera un comprador sensible a la envergadura de su finca, no sólo en superficie: también en el apartado emocional. «Queremos que vuelva a cobrar vida. Que tenga un uso destacado porque no nos gustaría que se viniera abajo», comentaba Israel Belloch, uno de los dueños a LAS PROVINCIAS. Y José Huerta, un trabajador que lucía orgulloso nada menos que 45 años de dedicación a esta empresa, recordaba cómo el edificio vecino a la nave se dedicaba precisamente a ellos, a los empleados de Vila: »Éramos 50 personas en plantilla y algunas de estas familias vivían aquí«.
Un recuerdo que da idea de la dimensión del edificio, célebre entre el vecindario por la torre mirador que vigila con su gran reloj cómo pasa la vida. La vida sobre ruedas, a lomos de la furgoneta de reparto de la empresa que se convirtió en símbolo de aquella Valencia: una furgoneta Ford 16 caballos y cuatro cilindros que la empresa donó al Museo de la Imprenta de El Puig, el vehículo que aparecía como emblema de su publicidad más conocida y que sirve hoy como pasaporte hacia el porvenir. Al inmediato porvenir: cuando la Imprenta se convierta en Mercado y ese rincón de Valencia vuelva a latir.
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