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Esta historia nació hace años, en 2011: una tarde, un trío de curiosos andarines, conspicuos expertos en la historia de Valencia, reparó en una pared ... donde brillaban unos restos de cerámica que no supieron atribuir en un primer momento. El hallazgo les intrigó. Ángel Martínez y Andrés Giménez, autores de diversos estudios sobre nuestro pasado, iban por la plaza Navarros en compañía de otro amigo aficionado a los mismos menesteres, José Manuel Garrido. Paseantes habituales del corazón de Valencia, hasta entonces no habían reparado en la existencia entre nosotros de las antiguas huellas del desaparecido sistema de iluminación por gas (espitas, regatas, cerámicas) que alientan un interesante itinerario por nuestra historia. Testimonios de una ciudad inexistente que sin embargo nos hablan de cómo fuimos: el requisito imprescindible para saber quiénes somos y seremos.
Luego de aquel descubrimiento, los autores del hallazgo sumaron a sus paseos a otro erudito local, Arturo Cervellera, interesado como ellos por documentar los restos que sobreviven adosados a los muros de edificios públicos y privados. Son unos 117, pero se trata de una cifra aproximativa: de hecho, durante el recorrido que forja este reportaje apareció alguna nueva incorporación que no tenían datada. Todos, intramuros de Valencia: es decir, en la parte interior de aquella ciudad amurallada, hasta donde llegaba la red que abastecía de gas la iluminación de sus calles y las viviendas más adineradas. Gas que nacía de la factoría ubicada a la altura de la actual Navarro Reverter, porque otros barrios de la periferia, como los alojados en el frente marítimo, disponían de su propia planta de abastecimiento, como prueba uno de estos restos que también tienen localizados en esa esquina de Valencia. Pero la inmensa mayoría se alojan en estas calles que todos paseamos junto con quienes nos visitan, sin percibir que en ellas figuran una serie de peculiares elementos que sólo si uno viene avisado sabe apreciar como merecen: por ejemplo, los adheridos a uno de los palacios Eixarchs, donde se reúne una especie de triple corona. Esto es, el número de farola grabado en una cerámica, la espita adyacente y la regata que cruza la pared y llega hasta el subsuelo, desde donde provenía el suministro de combustible.
En el resto del itinerario lo habitual será encontrar sólo uno de estos elementos, algunas veces dos. Una espita y su regata o (lo más frecuente) sólo la regata, como la que nos saluda en un edificio que hace esquina en la plaza de la Compañía, junto a la Lonja. O en la calle Ribalta, no muy lejos. También en la dedicada al Arzobispo Mayoral, instalada sobre uno de los muros laterales del Ayuntamiento, donde una solitaria espita recuerda que hasta el edificio consistorial llegó la red de gas: era frecuente, como avisan los autores del hallazgo, que se emplearan caserones de recia fortaleza pétrea para anclar en ellos el sistema que garantizaba el abastecimiento. Los más endebles se supone que sufrirían cuando se adhirieran a ellos los materiales que sin embargo lucen tan pimpantes en los edificios más sólidos de Ciutat Vella, Mercat y otros barrios aledaños: cien años después, la memoria de aquella Valencia del gas se preserva en sus muros.
Una memoria que merece una protección superior, según explica el equipo de investigadores. Ellos llevaron ante la anterior Corporación el resultado de sus pesquisas, con la esperanza de que el Ayuntamiento diera valor a su hallazgo y movilizara sus recursos para poner todo este material a disposición de la ciudadanía y mejorar el conocimiento sobre nuestras raíces. La esperanza fue vana. Se cansaron de esperar, el trono municipal cambió de gobernantes en mayo y ahora se disponen a presentar a los actuales mandatarios la misma documentación… de nuevo con la ambición de que se protejan estos bienes y Valencia pueda disfrutar de ellos, teniendo en cuenta de que algunos se han perdido o se irán perdiendo: sin la tutela de la Administración y carentes de las más elementales medidas que aseguren su supervivencia, están expuestos a que las intervenciones para rehabilitar los edificios que hoy albergan espitas, cerámicas y regatas eliminen la huella de aquella ciudad que también se desprendió de las pintorescas farolas que festoneaban las calles alumbradas por gas.
Son esas farolas que hoy sobreviven en las imágenes antiguas que atestiguan cómo fuimos. Las fotos virando a sepia donde aparece aquella Valencia de hace 180 años: en diciembre se conmemorará el día en que el marqués de Campo, entonces alcalde de la ciudad, encendió en el edificio de la Aduana (hoy, sede del Palacio de Justicia) el primer farol de aquel desaparecido sistema que sustituyó al anterior, basado en lámparas de aceite. El de gas resistió hasta 1946, cuando la electricidad terminó de ganar la batalla del suministro, después de unos cuantos años de convivencia entre ambos sistemas: casi un siglo después, le sobreviven estos simpáticos restos que merecen (lo piden a gritos cuando uno repara en su existencia) un futuro mejor. Son esos 62 azulejos, 28 espitas y hasta 60 regatas (esos costurones que como cicatrices recorren sus muros, en algún caso con el tubo de plomo aún adosado) que preservan la memoria de nuestros antepasados: la de aquella Valencia que fue pionera en toda España en dar calor y luz a sus vecinos gracias al bendito gas.
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