Salvador Lara pide que le llamen Voro, el apodo que es norma entre nosotros para quienes comparten su nombre. Acaba de tomar posesión como decano ... del Colegio de la Comunitat, luego de una reñida elección frente a la candidatura de Rosa Castillo, y recibe en su despacho de la calle Hernán Cortés, una de cuyas salas está presidida por las fotos de quienes le precedieron. Falta uno de los cuadros, el último, porque se estará incorporando la imagen de su predecesor, Luis Sendra. Ahí está el destino que le aguarda cuando concluya su mandato… salvo que vaya a la reelección y gane de nuevo en las urnas. Para semejante hipótesis, media un largo trecho: tres años. Mientras, entre palabras de reconocimiento para Castillo («Yo perdí las elecciones hace seis años y no pasa nada: ella ya ha reorganizado su vida y en el traspaso de poderes durante la asamblea estuve con ella y la vi bien»), se somete sin titubeos a la entrevista, como si llevara media vida al frente de la entidad.
- ¿Cómo nuevo decano, qué ofrece su Colegio a los arquitectos valencianos? ¿Qué deben esperar de su gestión?
- El decano tiene con los arquitectos un compromiso doble. Representativo de puertas hacia dentro, atendiendo sus preocupaciones diarias, pero también hacia afuera, hacia su contacto con las administraciones, que son las que hacen las normas y legislan. En ese plano, el decano debe colaborar y sugerir las oportunas cosas que entienda que la Administración debe tomar en consideración.
- Y ahora le pregunto precisamente por esa cuestión que menciona. Sobre la relación del Colegio y… las instituciones. ¿Qué clase de interlocución aspira a forjar? ¿Qué espera del Ayuntamiento de Valencia por ejemplo? O de la Generalitat.
- La colaboración que aspiro a tener con las instituciones parte de la primera petición que les vamos a hacer: que allá donde haya temas de arquitectura que tratar, haya un arquitecto que nos represente.
- ¿Eso no sucede hoy?
- No. No siempre. Sobre todo porque la arquitectura es una profesión muy amplia, es la única carrera técnica que no tiene apellidos. El arquitecto tiene una formación generalista y legalmente no se le puede dar calificativos: sólo existe la figura del arquitecto. Ni siquiera existe la figura del arquitecto urbanista: el urbanismo es arquitectura y se puede entender desde la arquitectura, como el paisajismo. La arquitectura, más que una profesión, es una manera de ver el mundo, desde el usuario. La técnica no es lo principal. Tiene que estar al servicio de la ciudadanía.
- Entonces, le debo preguntar por el papel del Colegio respecto a la sociedad. ¿Qué diálogo aspira a mantener con ella?
- Los arquitectos somos agentes coadyuvantes con la ciudadanía. Mientras un ciudadano esté a gusto y sea feliz, no nos necesita (Risas). La función social de la arquitectura hay que recordarla a las instituciones y también a los colegiados, que no siempre lo tienen claro. Y también a los promotores: no se trata solo de construir viviendas, hay que ver también cómo hacer feliz a la ciudadanía. El arquitecto debe interpretar las necesidades del ciudadano. Recuerdo que cuando Philipp Johnson recibió el premio Pritzker, dijo que ese reconocimiento le llegaba porque durante su carrera siempre se había puesto en la piel del usuario.
- ¿Y esa idea alimenta también su idea para gestionar el decanato?
- Y también mi idea sobre la profesión.
- ¿Porque la arquitectura es demasiado importante para dejarla en manos sólo de los arquitectos?
- Sólo en manos de algunos arquitectos. Es una frase que podría compartir.
- Lo comento porque se suele concluir que la arquitectura está demasiadas veces a espaldas de la sociedad. ¿Es posible que alguna responsabilidad tengan al respecto los propios arquitectos?
- Sí, naturalmente. No represento a un colectivo perfecto, como tampoco yo soy perfecto ni lo será mi gestión como decano. Pero tenemos que ser capaces de asumir nuestros retos como profesión. Un compañero de mi candidatura, Isaac Peral, suele decir que contratar un arquitecto es garantía de calidad en la arquitectura. Construcción se puede hacer de muchas maneras, como ha sucedido históricamente: se puede levantar un edificio pero siempre tendrá que haber alguien que coordine todo eso. Pienso en el mito de la Torre de Babel, por ejemplo: ante la falta de un criterio único que coordine, Dios hace que se confundan las lenguas. Que no puedan coordinarse entre ellos para que esa torre no llegue al cielo. Y la construcción es entonces un desastre. Así que esa idea de que se necesita siempre la figura del arquitecto en todo proceso de esa naturaleza viene desde la antigüedad, desde el libro de Vitrubio. Así que cuando la ley dice que el arquitecto es arquitecto y nada más y nada menos que eso, es comprensiva con la historia de la arquitectura.
La frase
«Contratar a un arquitecto es garantía de calidad en la arquitectura»
- De Vitrubio hasta aquí ha llovido mucho y desde entonces ha florecido un fenómeno, que entiendo que está en el sustrato de sus palabras: la preocupación de su colegio respecto al intrusismo.
- Naturalmente que nos preocupa. Si estoy diciendo que el arquitecto es garantía de calidad en la arquitectura, debo intentar es que el arquitecto represente a la arquitectura: edificaciones hay muchas pero arquitectura… Ya dice la ley que en aquellas edificaciones en que haya utilización del usuario, el técnico competente es el arquitecto. La relación ciudadano-arquitecto está desde siempre en la mentalidad de la sociedad. Y no la debemos olvidar: hay que recordarla a la sociedad pero también la tenemos que recordar nosotros, porque a veces tenemos que saber cómo desempeñar nuestra responsabilidad en toda su dimensión. El cliente se tiene que quedar satisfecho. Tenemos que estar a su servicio. El arquitecto en plan divino no tiene cabida en esa relación.
- ¿Y le preocupa esa tendencia al endiosamiento que se puede observar en algunos de sus colegas?
- Esa tendencia está amortizada. El arquitecto está hoy en uno de los periodos más restrictivos de la historia reciente. Durante unos años, sobre todo tras la desaparición del franquismo, la sociedad invirtió mucho en arquitectura. La historia son ciclos y aquello pasó. Y con la restricción de las inversiones, que es el momento en que estamos ahora, la figura del arquitecto ha visto mermadas sus posibilidades. Igual que hubo mucha inversión en patrimonio y ahora no la hay. Deberíamos recuperar un mínimo de inversión.
- Eso que dice me remite a esa idea de arquitectura como espectáculo que está tan asociada a Valencia.
- ¿Usted cree?
- Bueno, yo creo que sí está enraizada en el imaginario colectivo, desde Calatrava a esta parte. De quien yo por cierto me declaro admirador.
- Yo también admiro a Calatrava. Para mí es un orgullo que un arquitecto de su talla estudiara en la misma universidad que yo, naciera a dos kilómetros de donde yo nací… Y hay que entender que los artistas siempre quieren ser únicos y hay que reconocer sus méritos, si la vida se mide por éxito público. Otra cosa es que dentro de la figura del arquitecto entre también la idea del éxito privado, que es el que yo reivindico. Los arquitectos somos gente que debe hacer feliz a la gente. Sin aspavientos. Con soluciones cotidianas, directas, que pueda pagar una persona. Con trabajo bien hecho. Y debidamente remunerado, que eso no está pasando. Es el principal problema que tengo como decano. Llevo poco tiempo pero me he dado cuenta de que si resolvemos el día a día del colectivo, resolveremos el día a día del ciudadano.
La frase
«Los arquitectos somos gente que hace feliz a la gente. Sin aspavientos. Con trabajo bien hecho»
- Le pido ahora otra reflexión sobre el colegio y… su relación con los demás colegios provinciales.
- Yo he recibido el decanato en un momento de cierta tensión en esa relación. Problemas presupuestarios, representativos… Esos colegios inicialmente se constituyen como oficinas gestoras y este colegio de la Comunitat, como representativo. Esas cosas a veces no se saben delimitar muy bien. Pero durante la campaña ya pedimos la colaboración de los territoriales y uno de los objetivos es recuperar la normalidad de las relaciones para que exista un solo Colegio. Colegio sólo hay uno. No hay tres ni cinco ni siete en función de las oficinas que haya. La idea de una coexistencia pacífica es lo que menos me va a costar.
- Concluyo. El Colegio y … la universidad. Usted es decano, profesor en la Politècnica…
- Y ejerciente. Yo también trabajo como arquitecto, sé lo que son los problemas del día a día de la profesión. Y creo que el electorado del Colegio tuvo en cuenta esa visión panorámica en mis tres perfiles. ¿Qué me aporta la universidad? Frescura, estoy al día de qué siente alguien de 18 años. Es una labor intelectual, socrática: dando clase, aprendo. Porque doy clase a los que entran en el primer curso y a quienes se gradúan al final de carrera. Les recibo y les despido. Del estudiante neófito al arquitecto neonato. Y me doy cuenta de que no tienen ahora esa preocupación que había antes por tener una vivienda en propiedad. Son nómadas a todos los niveles. Y la arquitectura tiene que pensar en esa realidad. Si queremos una sociedad destinada a construir viviendas, nos estamos equivocando. Cada vez será más reducido el porcentaje de gente que quiera comprarse una vivienda. Claro que yo apoyo la construcción de viviendas, pero me doy cuenta de que para los jóvenes, como mi hija, esto ya no es tan importante. La ciudadanía está cambiando. Incluso ha cambiado la idea de intimidad. Y la arquitectura tiene que imaginar un nuevo escenario, inventar nuevas maneras de trabajar. Nuestra suerte es que la arquitectura estuvo, está y estará. El arquitecto nunca desaparecerá.
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