Un viaje por la ciudad ideal de la educación: el sueño del campus de Cheste permanece vivo
PIEDRAS QUE HABLAN ·
El recorrido por la antigua Universidad Laboral asombra por la vigencia del código arquitectónico que legó Moreno Barberá y la vitalidad de sus instalaciones para elevar la idea de enseñanza según un criterio casi religioso
La utopía de ciudad ideal ha ocupado los pensamientos de célebres cimas de nuestra civilización, desde la antigüedad (Platón, Aristóteles) hasta épocas más recientes (por ejemplo, el Gulliver que imaginó Jonathan Swift), pasando por los dibujos al respecto de Piero della Francesca, cumbre del Renacimiento, ... o por las conquistas en materia urbanística que nos legaron los maestros del siglo pasado. Es el caso de Oscar Niemeyer y su aclamada creación para el Gobierno brasileño: esa ciudad idílica llamada Brasilia, que ejerce como capital del país americano mientras rinde homenaje al orden y a la belleza de la geometría, las nociones que alumbraron su más premiada criatura. Brasilia es un modélico caso práctico e inspirador, porque su eco también palpita en cada paseo por el interior de este campus de Cheste, su antigua Universidad Laboral, etiquetada hoy como Complejo Educativo. Con una y otra nomenclatura, este enorme paraje ubicado a las afueras del municipio, cercano a Valencia, rodeado de polígonos industriales, al pie de la autovía hacia Madrid y vecino del circuito Ricardo Tormo, opera como el homenaje valenciano a esa aspiración de ciudad ideal. La ciudad ideal de la educación nacida del régimen franquista y plasmada por el talento del arquitecto Fernando Moreno Barberá. Cheste es un nuestra particular Brasilia. Y es también un ejemplo de ciudad ideal, en efecto, al servicio de la educación. Este viaje a sus entrañas lo demuestra.
Bienvenida desde el Paraninfo: una criatura nacida en 1969
Desde la autovía ya nos saluda esa mole impresionante, modelo de espléndida arquitectura, que es el Paraninfo de la antigua Laboral. Una bienvenida apabullante: estamos ante un edificio de orden gigante, cerrado desde hace una larga década, que merecerá un futuro más luminoso en cuanto reabra sus puertas de cumplirse el mandato contenido en el informe que al respecto acaba de redactar un equipo de la UPV. Mientras llega esa hora, el maravilloso edificio ejerce un poder hipnótico sobre los visitantes, que lo rodean a pie o en coche pasmados ante su rara belleza, de orden monumental. El genio de Moreno Barberá reside no sólo en extraer de su tablero este ejemplo de alta arquitectura, sino en su decisión de situarlo a la entrada del campus: nos predispone a pensar que el resto del recorrido será una especie de viaje por esa noción de la enseñanza al servicio del poder.
A su alrededor se agitan conceptos como educación, arquitectura, urbanismo e ideología, la dominante entonces, en la España franquista: toda dictadura busca expresar su estatus mediante esta clase de encargos que, en realidad, no sólo daban servicio a los cinco mil alumnos que cada curso anidaban en esta loma amenizadas por pinares y otras especies arbóreas. Era además una especie de homenaje que el régimen franquista se hizo a sí mismo, mediante la creación de la red de universidades laborales que se diseminó por España bajo el propósito de procurar una educación de máximos a los hijos de clases menos pudientes. Así nacieron todas ellas, luego del decreto de 16 de agosto de 1958 que impulsó el ministro de Trabajo José Antonio Giró: la partida bautismal de los campus que empezaron a repartirse por Gijón, Sevilla, Córdoba, Tarragona… A Cheste le llegó su hora en 1963: seis años después se inauguraba este inmenso campus de acuerdo con un mandato. Que fuera el más espectacular de todos cuantos se abrieron en España.
La fecha inaugural de Cheste admite algunas interpretaciones, porque para los veteranos de este campus el curso clave es el que discurrió entre los años 1970 y 1971. Es cuando ya está en pleno funcionamiento y justifica este programa ideado por Moreno Barberá según las consignas de los prebostes de la época: un plan de intervención en estas suaves colinas que van ascendiendo desde el Paraninfo y dejan una estela de memorables piezas arquitectónicas que hoy presentan un más que aceptable estado de salud. Así lo observa la actual responsable de la institución, Esther Sancho, que aún no ha cumplido un año en el cargo pero que de hecho lleva casi media vida girando alrededor de esta gigantesca finca: aquí estudió y aquí incluso se casó, porque Cheste cuenta con un complejo haz de edificios educativos en sentido estricto pero se compone de otras instalaciones que permitían materializar el sueño de sus creadores. Que quienes disfrutaban de sus servicios pudieran adiestrarse en las aulas pero también ocuparse de asuntos espirituales en la iglesia ubicada metros más arriba, en la segunda terraza de la finca: un bello oratorio semicircular que dispuso de su propio párroco.
Cheste contaba además con su particular hospital, un edificio de buen tamaño que hoy opera como escuela de cocina, aunque la actividad sanitaria no deja de prestarse: dentro de unos metros, casi sobre la cumbre de la colina principal, veremos el ambulatorio que garantiza la buena salud de los 3.000 estudiantes que dotan de vida al complejo.
El salón inglés y otras joyas: los elegantes módulos de las zonas comunes
Sancho nos ha ido conduciendo hasta este segundo nivel del campus luego de acogernos en la zona donde se agrupan los edificios destinados a servicios comunes, al pie de la ladera. Estamos enfrente del Paraninfo, ese sugerente conjunto de piezas con el anfiteatro central (hoy tabicado: antiguos alumnos y visitantes lo recuerdan con su fisonomía original, abierta al campus) como motor de la trama urbanística que alcanza a este otro brazo: una serie de módulos donde ella tiene su despacho, vecino a otra de las joyas de Cheste, el llamado salón inglés. Un acogedor espacio que ofrece servicios como salón de actos, tanto para el complejo educativo como para quienes lo emplean para jornadas, reuniones, encuentros de trabajo. Es el caso de los representantes de ayuntamientos valencianos que esta mañana asisten a un simposio y salen de repente a tomarse un respiro en forma de cafecito en el edificio aledaño: su cafetería, muy reconocible por el inmenso mural azulejero que recorre sus muros tras la barra, obra del alumnado que hacía aquí sus pinitos en el arte cerámico y llevaba lo aprendido en el aula al terreno práctico.
Es un hábito que justifica otros elementos decorativos que nos acompañarán durante la visita: tallas de madera y otros alardes en las distintas familias de FP que saludan desde los antedespachos y zonas comunes. No es el caso de una gran escultura que preside el acceso a esta zona: el popular dragón de Cheste, una obra de arte anclada sobre una fuente, debida tal vez a la misma mano que los edificios. La de Moreno Barberá.
Un millón y medio de metros cuadrados regidos por un reloj de sol
Hemos llegado a esa primera terraza desde donde luego accederemos al oratorio y al resto de edificios que hemos ido presentando en estas líneas, porque sobre este promontorio se alzan una serie de servicios que Sancho explicaba antes en su despacho y merecen nuestra atención. Así que dejamos atrás la moqueta tan setentera (uno de los elementos que sobreviven de la antigua Laboral, como la bellísima carpintería original, de impoluto diseño, incluido el ingenioso catálogo de pomos de puertas y ventanas) y paseamos al pie de las instalaciones que ahora albergan al Ivaspe, el Instituto Valenciano de Seguridad Pública que tiene aquí su sede. Es una manera de asegurar por cierto el orden interno (si hiciera falta: esta es una pacífica comunidad donde conviven en armonía profesores, alumnado, funcionarios y trabajadores de las contratas externas) y que garantiza que de repente aparezca durante nuestro recorrido un coche policial o un par de agentes haciendo gestiones por los edificios circundantes. Y es también una estupenda manera de dotar de utilidad a algunas de las criaturas que nacieron del despacho de Moreno Barberá y perdieron su uso cuando las universidades laborales en su conjunto, y ésta en particular, entonaron su adiós. Un decreto fechado en 1978 selló su certificado de defunción: once años después, la antigua Cheste dejaba de existir… hasta cierto punto. Aquel propósito fundacional de ciudad al servicio de la educación resiste con su propia configuración, alrededor de los servicios escolares que presta: es sede de varias familias de FP, ofrece también estudios a los futuros deportistas de élite, opera como escuela de hostelería…
Una completa hoja de servicios que asegura la idílica imagen que el campus ofrece esta mañana: ese ajetreo de estudiantes que van y vienen… pero que en realidad a menudo son solo sombras. Un lejano eco, una remota estampa: Cheste se despliega sobre una superficie tan espléndida, formada por millón y medio de metros cuadrados, en cuyo interior late la curiosa paradoja de estar siempre acompañados, pero siempre rodeados de una solemne intimidad que marca la cadencia de su icónico reloj de sol. La abundante flora circundante, esos simpáticos parterres y jardincillos o el arbolado del conjunto de bosquecillos perimetrales visitado a menudo por la fauna del lugar (jabalíes incluidos), contribuyen a que cristalice la aspiración máxima de toda ciudad ideal, sobre todo si es educativa. Adiestrarse en los saberes del mundo rodeado de la más amena naturaleza.
Lógica cartesiana: la belleza de la geometría ordena el espacio
Ese estudiantado que se concentra hoy por miles (tres mil almas repartidas entre las distintas titulaciones) es una cifra abrumadora, pero lejana del total de cinco mil que cada curso se distribuyó por Cheste: dos mil matrículas de diferencia que explican la falta de utilidad que distingue a algunos de los edificios. Esther Sancho pone un ejemplo: sus cuatro comedores, formidables piezas arquitectónicas que Moreno Barberá desplegó por el campus según una lógica geométrica que desde luego emparenta su obra con la influencia de la Brasilia de Niemeyer y dota de un encanto adicional el paseo, porque hasta el recién llegado sabe moverse sin perderse, pese a lo inmenso del espacio, gracias a ese código interno: cuatro comedores a cada lado del paseo, siendo dos circulares y dos cuadriculados. Uno de cada clase está reutilizado en el actual complejo educativo para función docente, igual que están en perfecto estado de revista los aularios propiamente dichos, que el arquitecto emplazó en la cumbre de esta secuencia de colinas también de acuerdo con ese mismo espíritu geométrico que facilita el paseo: ocho edificios en total, repartidos por partes iguales a cada brazo del pasillo central y coronando nuestra visita.
Acabamos de llegar al altiplano donde se ubican el resto de instalaciones, al pie del aparcamiento donde se aloja el oratorio, de singular encanto, cuyas plantas subterráneas visitan hoy un grupo de arquitectos para conocer cómo era el hogar sacerdotal ubicado en ese sótano. Llevamos un rato con la boca abierta, admirados por el conjunto, la hermosa de cuando confluye la mejor arquitectura con el urbanismo más racional: dentro de unos minutos nos asombrará concluir que aún no hemos visto nada.
Rascacielos para alumnos, alrededor de su propio parque olímpico
Esa cifra mágica que ha aparecido alguna vez durante la visita (los cinco mil alumnos de cada curso, llegados de todos los puntos de España) alcanza ahora todo su significado: la directora gerente de Cheste nos guía por las monumentales viviendas, casi rascacielos, donde la grey educativa de entonces se alojaba. Son sus cuatro enormes residencias, todavía en uso en algunos casos porque parte del estudiantado actual accede al régimen de pensión completa. Cuando descendamos al aparcamiento junto al Paraninfo para despedirnos, cruzaremos por el comedor en uso todavía, un cuidadísimo espacio que asegura la alimentación de alumnado y profesorado, y veremos también la zona destinada a lavandería, con algunos de los electrodomésticos originales prestando uso todavía junto a máquinas de incorporación reciente. Servicios que se añaden al de alojamiento que ofrecen las habitaciones distribuidas en estas cuatro torres, recorridas por cierto por una elegante galería circular que opera como terraza: bajo nuestra mirada se sitúa una de las tres piscinas de tamaño olímpico de que dispone Cheste, garantía de que el deporte también perfeccionaba la instrucción de los antiguos alumnos igual que hoy sirve para el disfrute de quienes se reparten por sus aulas, en especial de los que cursan estudios de educación física o de esos ases del mañana que tienen a su disposición casi una ciudad olímpica. Gimnasios de todos los tamaños, un campo de béisbol, otro de rugby, otro más de fútbol… Pistas de pádel, atletismo, baloncesto y alguna otra especialidad que se enclavan en esta zona más elevada del campus que vamos abandonando, impresionados por la magnificencia del conjunto y otros elementos antedichos: la gracia de la buena arquitectura, la extraordinaria vigencia del legado de Moreno Barberá, por ejemplo. O la comunión con la naturaleza que nos persigue o el silencio, el silencio casi conventual que se respira en este espacio de orden casi sagrado. La educación entendida al servicio de un ideal superior, como si fuera una religión, un noble propósito que aún rige las rutinas de Cheste como quisieron sus creadores hace más de 50 años.
Medio siglo después, este admirable campus continúa deparando sorpresas formidables, como los encantadores unifamiliares donde residían sus gestores, media docena de chalecitos (muy modernos por cierto: pareciera que nacieron ayer) que dominan la atalaya asomada a la puerta de entrada y también de salida: La dirección hacia donde encaminamos nuestros pasos en la hora del adiós, abrumados por esa sensación de haber recorrido una ciudad ideal que también funciona como una navaja suiza: para quienes la ocupan a diario y quienes la visitan, opera como un maravilloso museo de arquitectura a cielo abierto y es también una lección de buena pedagogía aplicada al urbanismo.
Y por supuesto un templo de la cultura y de la educación, al aire libre.
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