El álbum de familia del Ribes menos conocido

El visitante que recorra este espacio, además de admirarse por la belleza de los restos de la muralla árabe que pueblan uno de sus muros, se maravillará también ante la elegante belleza que destilan las imágenes colgadas de sus paredes, que ejercen como una especie de navaja suiza, porque la colección puede abordarse a través de variadas vertientes. Es un rico acerbo etnográfico, desde luego, que contribuye a hacernos a la idea de cómo era la Valencia del siglo pasado a través de la mirada de una familia de tantas, integrantes de la burguesía local con posibles. También opera como un homenaje contra el olvido, ese atributo siempre asociado a la memoria fotográfica. Y contribuye además a resaltar el rasgo diferencial que Ferranda esgrime como el sello fundamental de su colección: reivindicar el papel que su bisabuelo, como tantos otros retratistas aficionados de su generación, jugaron a favor de preservar para la posteridad unas imágenes que contienen información decisiva para entender lo que fuimos. La condición básica para saber lo que somos.

Ahí radica la clave de arco que la legataria de los fondos destaca de las imágenes recopiladas por José Ribes: su estatus como álbum personal de una familia… que podría ser cualquier familia de aquella Valencia de entonces, en concreto del sector más acomodado, como se desprende de la mayoría de fotos que se exhiben. Vemos a José el día de su boda, elegantemente tocado de chistera con su no menos elegante novia, y vemos luego al matrimonio durante distintos pasajes de su vida, al calor del bien amueblado hogar familiar ubicado en el ombligo de Valencia. Esa finca de la calle Ruzafa que todavía se mantiene esbeltamente en pie, donde Ferranda curioseaba entre las fotos de sus antepasados y los cacharros de retratar: unas anticuadas máquinas, hoy hermosas reliquias que también se observan en la exposición, que revelan la maestría de José Ribes en una especialidad muy cara a la época, ahora anticuada: las imágenes estereoscópicas, que aspiraban a las tres dimensiones como puede comprobar el curioso que se pertrecha de las gafas adecuadas para asombrarse de la pícara travesura que sus autores se permitían. Una divertida aspiración a la perspectiva múltiple que Ribes manejó con mano experta, como se puede certificar no sólo en algunas de las fotos aquí expuestas sino en las incorporadas al libro donde Ferranda depositó aquellos recuerdos infantiles. Se titula 'L'afició fotogràfica del doctor José Ribes' y aspira al mismo propósito que esta exposición que se clausura el domingo: retratar la Valencia de entonces mediante la experiencia personal de uno de sus hijos más ilustres.

Una pretensión que ese volumen, publicado en el año 2021 por la Editoria Afers, se cumple sobradamente. Vemos al Ribes médico en los ratos de ocio familiar, luego de abandonar su consulta y aquel curioso negocio que defendió en la calle de la Paz, «casi como una atracción de feria», sonríe su bisnieta: un local donde se exhibían las modernas incubadoras para neonatos que trajo desde Valencia, con bebés incluidos para avalar los beneficios que incorporaba semejante avance científico. Vemos también al travieso Ribes, apuntando su cámara contra un espejo imprimiendo para la posteridad su propio selfie y vemos sobre todo el resultado de su pericia como fotógrafo, tomando como objeto de estudio a su propia parentela. Las imágenes que Ferranda observa con un poso de melancolía mientras ya abandona la sala y recuerda que fue gracias a un amigo, Francesc Hernández Lobón, cuando supo calcular la riqueza que custodiaba: una hermosa reflexión sobre el paso del tiempo y otros atributos adheridos. La memoria, el gusto por las apariencias, la fotografía como signo de distinción en la Valencia de su bisabuelo… Y la reivindicación del amateurismo fotográfico de aquella generación como el bálsamo que nos cura de una enfermedad dramática: la lucha contra el olvido.