F. P. PUCHE
Domingo, 19 de marzo 2023, 00:11
Valencianos, ya lo sabéis. No tendremos luz, porque no queremos humillarnos a pagar por un impuesto ilegal e injusto». Así empezó, con un duro comunicado, el enfrentamiento de las comisiones de falla y el consistorio municipal en las fiestas del año 1923. La pretensión del Ayuntamiento de cobrar 26 pesetas «y unos céntimos» a cada comisión de barrio por el concepto de «bajada de luz», desató el enfado de los festeros, que se hicieron solidarios y dejaron las calles sin alumbrado especial.
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El alcalde Juan Artal pasó a la Historia de la ciudad por la Coronación de la Virgen. Pero se ha tratado poco ese malestar fallero que le estalló en una asamblea que reunió a 35 de las 43 comisiones en la noche del 10 de marzo. Hubo 'morros'. Y enseguida se vio que la pretensión del Ayuntamiento no podía ser aceptada, porque además llegaba con aires de menosprecio. En la votación final, 32 comisiones optaron por no iluminar sus calles como protesta. De las tres que aceptaron pagar el impuesto, dos -Cervantes y San Gil- cambiaron de criterio y se unieron enseguida a la mayoría. Y sólo la falla de la plaza Doctor Collado se quedó sola, dispuesta a pagar e iluminarse.
En toda la polémica que siguió durante las fiestas de 1923 no se habló de la electricidad consumida, sino de una gabela municipal por «bajada de luz». El comunicado de la asamblea fallera señaló que «toda Valencia sabe que cuando las compañías de electricidad vienen a instalar las luces para las fallas, cogen el fluido de los cables que ya están extendidos y por lo tanto pagados». La consecuencia era clara: «¿Por qué se nos quiere obligar a pagar lo que ya está cobrado?». Para los festeros, había una «mano negra»: se trataba de aumentar la recaudación y «acabar con la fiesta de San José, igual que ocurrió con el Carnaval».
El comunicado, que LAS PROVINCIAS publicó el día 15, íntegro y sin comentarios, cargó contra un concejal, sin dar su nombre; aunque seguramente era el de Hacienda, que no había estado muy fino con las Fallas al decir que eran «fiestas callejeras que no reportaban beneficio a la capital, y no fiestas clásicas valencianas». «Este señor -dijeron los falleros-no debe ser valenciano, pues si lo fuera no hablaría así; y de serlo, se le debe conceptuar como un mal hijo de nuestra querida Valencia, cuando niega el clasicismo de esta fiesta, que la llevamos todos los valencianos en la masa de la sangre, una parte de nuestro ser».
En los periódicos de esos días podemos comprobar que una docena de huevos costaba 1'70 pesetas. El impuesto de 26 pesetas no era, pues, una cantidad desorbitada. Pero los falleros lo consideraron una agresión a su fiesta y dejaron las calles sin luz, aunque alguna comisión decidió conectar bombillas desde casas particulares y utilizó otros medios y recursos. Nuestro periódico escribió que «la creación de un absurdo arbitrio sobre alumbrado extraordinario a que las fallas daban lugar, motivó que estas estuvieran a oscuras a primera hora, siendo unánimes las censuras al Ayuntamiento. Pero el ingenio valenciano triunfó una vez más, y valiéndose de los más heterogéneos medios, se consiguió en bastantes de ellas una iluminación más espléndida que la raquítica del fluido eléctrico que padecemos».
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La gente, sin duda, estuvo al lado de los falleros y las calles se vieron muy animadas en los tres días de fiesta, de sábado a lunes. El día 17, en 'Diario de Valencia', alguien que firmó 'El de la trompa', dejaba caer en su columna: «Hay que ver...! Que los falleros han acordado no instalar luz eléctrica, para no pagar las 26 pesetas con unos centimitos del ala. Hay que ver ¡que las fallas quedarán a oscuras, y los concejales, sin luz. Poned, cajistas, la letra gorda, que se lea bien...»
Todo este conflicto, inocente, pero con su mar de fondo, hay que situarlo en el contexto de una grave falta de recursos municipales y en la pugna que republicanos y monárquicos sostenían en la corporación, desde hacía décadas, en torno a la subvención municipal de las fiestas religiosas. En marzo de 1923 se estaban preparando las fiestas de la Coronación de la Virgen de los Desamparados y se iba aún a ciegas en cuanto a la aportación municipal. Los días 14, 15 y 18 hubo reuniones, con sesiones que se convirtieron en «espectáculo bochornoso» e incluso con incidentes verbales personales entre los propios republicanos.
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Algunos de ellos, los más radicales, se negaban a cualquier subvención y no había forma de convencerles diciendo que las fiestas animarían al comercio y la hostelería. Las cien mil pesetas del borrador se dejaron al fin en 50.500, siempre que el gasto tuviera un carácter «reproductivo». En un ambiente tenso, en los periódicos no faltaron cartas de católicos partidarios de que fueran las aportaciones de los creyentes quienes sacaran adelante la fiesta de mayo.
Nada de eso afectó a las fallas, que en 1923 mejoraron en 500 pesetas sus presupuestos. Pero es evidente que la fiesta todavía no contaba en el ánimo municipal como un fenómeno a tener en cuenta en la vida de la ciudad. Por otra parte, es preciso señalar que el día 10 de marzo se produjo en Valencia una gran manifestación de industriales y comerciantes, en la que participaron tanto empresarios como trabajadores, contra las subidas de impuestos estatales; el ambiente estaba muy caldeado y tanto la Patronal como la Unión Gremial y el Ateneo Mercantil fueron a llevar a gobierno civil un escrito de protesta contra la nueva fiscalidad, después de una acalorada asamblea en el Ateneo.
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