![Bromas Moratín o la tienda más graciosa de Valencia](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202108/30/media/cortadas/MORAT%205-Rc2tZiMyAnGO9ZJZttsa3nN-1248x770@Las%20Provincias.jpg)
![Bromas Moratín o la tienda más graciosa de Valencia](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202108/30/media/cortadas/MORAT%205-Rc2tZiMyAnGO9ZJZttsa3nN-1248x770@Las%20Provincias.jpg)
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Si echa la vista atrás, al paisaje de su infancia -o quizás al de cuando ya era mayorcito-, es posible que se encuentre con la imagen de aquel azucarillo que al disolverse en un líquido caliente desprendía una mosca de plástico o con ... la bomba fétida que un día lanzó en un momento de descuido durante una reunión de amigos impregnando el ambiente de pestilente aroma. Cabe la posibilidad de que la memoria le devuelva al día que consiguió sacar a su madre de las casillas cuando ella descubrió la caca de plástico que con todo sigilo había colocado usted en el rincón más refinado de la casa. Si estas imágenes, u otras similares duermen en su maletín de recuerdos, seguro que les acompaña en el sueño el nombre de ese establecimiento de Valencia donde se podían adquirir tan curiosos productos: Bromas Moratín, la que bien podría bautizarse comola tienda más graciosa de Valencia.
Uno de aquellos niños que pusieron nombre a la clientela del establecimiento fue el investigador Rafael Solaz, a quien la emoción del recuerdo le agolpa las palabras cuando se le pregunta por Bromas Moratín, establecimiento que considera que constituyó «la última reminiscencia del carnaval en Valencia«.Allí encontrabas «confetti, matasuegras, tracas. Bromas como el sobre de azúcar del que luego salían unos bichitos». También el espumillón y las bolas de colores para los entrañables adornos de Navidad, «máscaras y pelucas, y trucos de magia. No era una tienda, era un espectáculo«, destaca Solaz.
Cuando al humorista valenciano Jandro, LAS PROVINCIAS, le pidió señalar el rincón favorito de la ciudad, no dudo en escoger esta tienda. Recodaba en est¡as páginas hace unos años que «cuando era pequeño, mi padre siempre me llevaba allí para cargar un buen arsenal. Para mí el 28 de diciembre era el mejor día del año y ese era el único lugar donde conseguir las bromas que luego sufría mi familia. Esa tienda forma parte de mi infancia«.
Escuchar el relato de quienes recuerdan el entrañable establecimiento convierte en inevitable pensar que para la irónica personalidad de Valencia -ciudad que de lo grotesco ha hecho arte- Bromas Moratín era imprescindible.Aquel espacio tenía la horma de la capital del Turia. ¿Acaso no era allí dónde se podían comprar disfraces para la cabalgata del ninot, una fiesta en el casal de la Falla o un cumpleaños? Tal vez en una ocasión fueron un grupo de amigos a comprar la materia de la que estuvieron hechas las bromas para una despedida de soltero.
Vender bromas no es cualquier cosa. Conseguir que entre las cuatro paredes de una diminuta tienda, como fue aquella, se generaran las risas y carcajadas de varias generaciones de valencianos no es fácil. Pero Bromas Moratín lo consiguió durante, ni más ni menos, que cerca de ocho décadas. El historiador Gumersindo Fernández, quien junto a Enrique Ibáñez, publicó en 2014 el libro 'Comercios históricos de Valencia' bajo el selo de la editorial carena, sitúa el nacimiento del comercio «a principios de los años treinta» del pasado siglo. Nació, refiere el libro, como lo que hoy podría considerarse una de esas tiendas «todo a un euro». En aquel caso la referencia eran 0,95. Pero cuidado, que debían entonces ser céntimos de una peseta.
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El impulsor del establecimiento fue Rosendo Palomares, quien conforme al relato del libro, aterrizó en la calle , en la trasera del Rialto y en la que durante un tiempo tuvo su sede el desaparecido Círculo de Bellas Artes de Valencia, procedente de la calle de la Paz donde «dedicado a la edición de postales abrió una tienda en el número 27, en la que además de postales vendía también juguetes». Aquel, que fue el paso intermedio para Bromas Moratín, era el negocio que dio continuidad al establecimiento originario: «el kiosko que Rosendo Palomares tenía a principios del siglo XX en el Parterre».
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Rosendo siguió al frente del comercio hasta finales de los años cuarenta, cuando traspasó el negocio a sus hijos, Rafael y Rosendo, quienes como relatan los historiadores Fernández e Ibáñez a partir de los años 50«empezaron a especializarse en productos de broma». En 1955 llegó la reforma que ofreció a la tienda el aspecto que la vistió hasta su cierre en 2008. La última etapa de esa tienda que lucía desde un pequeño escaparate marrón cubierto por un enrejado y que la ciudad del Turia guarda en su memoria estuvo en manos de Carmen Palomares, como se puede leer en 'Comercios históricos de Valencia'.
Más de 300 productos llegó a tener a disposición del público. Desde el azucarillo y la bomba fétida que según Solaz «era el producto estrella« hasta «los cojines pedorretas que se camuflaban bajo el cojín de la silla de forma tal que al sentarse la víctima simulaba una ventosidad«, apunta la obra de Fernández e Ibáñez. Y añaden »la cacas de plástico, de gran realismo, los chicles trampa, las trampas chinas y otros muchos«.
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Bromas Moratín ha sido testigo, o quizás protagonista, de los momentos más simpáticos desde una calle hasta la que, recuerda Rafael Solaz, en su ápoca se acercaban los alumnos, como él, «del instituto Luis Vives, cuando íbamos de vuelta a casa». En el emblemático comercio compró este investigador de la historia de Valencia «un truco de magia que era una huevera con un huevo. Pero que, según lo movías salía otro». Curiosa multiplicación que seguro divertía más que las que había que aprender en la clase de matemáticas.
El tiempo, acompañado de risas y carcajadas, y hasta con alguna susceptibilidad herida por alguna de aquellas bromas, siguió su camino; pasó. «Con el final de Bromas Moratín desapareció una parte del patrimonio inmaterial de Valencia», sentencia Rafael Solaz.
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