Casimir Climent y los 400 valencianos víctimas de los nazis

«Nuestro interés»!, señalan, «nace originalmente de un encargo profesional por parte del Ministerio de Justicia en el año 2019 y que culminó con la elaboración de un listado de españoles fallecidos en campos nazis que fueron inscritos en el Registro Civil Central y publicado en el BOE». El resultado es una abrumadora relación de nombres propios, apellidos, lugar de nacimiento y también el campo donde encontraron la muerte en aquellos casos en que esta terrible circunstancia está documentada: su detallada lectura invita a la desolación, porque en ese listado, que incluye unas 400 referencias a víctimas valencianas, encarna una especie de viaje al fondo del horror.

En conversación mediante correo electrónico con LAS PROVINCIAS, Martínez y Gómez recuerdan que «el caso español ha pasado a menudo desapercibido por la literatura científica internacional». «Ha sido, sobre todo, explotado desde el punto de vista memorialístico», prosiguen, «pero era un ámbito con solo unos pocos aportes profesionales». «Lo que hemos tratado de hacer nosotros es profesionalizar la cuestión de manera definitiva y renovarla introduciendo el caso español en una perspectiva de análisis europea, entrando de lleno a dialogar con los estudios de las últimas décadas acerca de la red de campos nazis». ¿Y encuentran que existe sensibilidad y conocimiento suficientes en la opinión pública española al respecto de semejante odisea? «Sensibilidad, en mi opinión, la hay», responde Martínez. «De hecho, la recepción del tema siempre es muy positiva, pero aún continúa siendo un episodio muy desconocido. Con nuestros esfuerzos tratamos de arrojar un poco de luz y hacemos lo posible por difundir nuestros resultados», asegura.

El rigor científico que palpita en las más de 600 páginas de su libro se combina con una veta muy emocional, que tal vez no estaba en sus planes como historiadores pero que dota su lectura de una profundidad superior. Martínez recuerda al respecto que su propia experiencia anima sin duda su acercamiento a un drama tan mayúsculo, que pudo nacer en su sus expediciones al núcleo central de aquel horror no tan lejano, ni en el tiempo ni en el espacio. «Yo estuve en Sachsenhausen, Auschwitz y Mauthausen y Gutmaro también ha estado en Auschwitz», observa. Y añade: «La sensación, especialmente en este último, siempre es de un gran sobrecogimiento».

Ese enfoque sentimental es compartido por los lectores. Van pasando las páginas, una tras otra, y resulta imposible no estremecerse con el relato de tantas vidas truncadas, con el espanto que procura leer los casos más dramáticos, que añaden a las condiciones infrahumanas de aquellos campos de muerte y desolación el componente de la tortura a que fueron sometidos muchos de nuestros compatriotas. Fue desde luego el caso deseos cuatro centenares de valencianos (en concreto, 396), procedentes de las tres provincias, de muy diversos municipios: Monovar, Cofrentes, Lliria, Denia… Martínez y Gómez recalcan a este respecto que entre los españoles que acabaron en Auschwitz y resto de campos de concentración «hay en general una presencia más elevada de aquellas regiones que permanecieron más tiempo bajo control republicano durante la Guerra Civil». Una tesis que sostienen atendiendo a que «era de estas zonas de donde la República pudo reclutar soldados para el Ejército». «También hay que tener en cuenta», precisan, «la decisiva Ofensiva de Cataluña, la cual originó un éxodo masivo de más de medio millón de personas hacia Francia». «Las políticas de movilización aplicadas por el país, su rápida derrota en la Segunda Guerra Mundial y la actuación de los alemanes tras la ocupación están en el origen de la deportación española a los campos nazis», afirman. «En términos porcentuales, la región valenciana no destaca especialmente, siendo Andalucía y Cataluña las más preminentes».

Dicho lo cual, sí que aportan en su libro el testimonio memorable, aunque doloroso, de las peripecias de algunos de aquellos valencianos. Es el caso de Casimir Climent Sarrión, natural de Valencia, que pasó a la Historia, con mayúsculas, como un auténtico héroe: fue él quien, como subrayan los autores en un pasaje de su libro, protagonizó una odisea formidable, no demasiado conocida. «Entregó una caja llena de retratos de miembros de las SS a las autoridades americanas que liberaron Mauthausen que le permitió tanto a él como a algunos investigadores como Michel Fabréguet, realizar los primeros estudios específicos acerca del caso español», recuerdan Martínez y Gómez. Toda una odisea: mientras trabajaba en la oficina política de aquel campo, el preso valenciano «pudo manejar un juego de fichas amplísimo y llevar a cabo una contabilidad paralela», decisiva para contribuir a que el relato de su epopeya no se disolviera en el tiempo y para fijar con exactitud las coordenadas de aquel horror.

Nacido en Valencia el 23 de septiembre de 1910, su terrible peripecia dibuja un arco común al triste destino de otros españoles que acabaron en manos nazis: salió de su país para acabar durante nueve meses en un campo de concentración francés y dar con sus huesos en Mauthausen; antes, le dio tiempo de participar nada menos que en la construcción de la célebre línea Maginot, el dispositivo de defensa que el Ejército francés levantó para frenar (sin éxito) el avance nazi. Fue encarcelado por las tropas alemanas, enviado a prisión y finalmente confinado en el tristemente famoso campo de concentración, donde protagonizó esa odisea homérica: obligado a trabajar para la Gestapo, tuvo acceso a más de 180.000 fichas identificativas de prisioneros, que aprovechó para, bajo cuerda y por su cuenta, arriesgar el pellejo y recopilar toda la información relativa a los prisioneros españoles, decisiva para contactar después con sus familias y datar la dimensión exacta de aquel apocalipsis. Además, ayudó con aquel registro contable a anotar otra de las particularidades de aquella tragedia: conocer no sólo el nombre de los presos gaseados por los sicarios de Hitler, sino también quienes fueron sometidos a experimentos, cuyos partes de defunción falseaban las autoridades nazis. Climent falleció en 1978: hoy su nombre figura como una entrada más en el libro de Martínez y Gómez. Su memoria sirve para describir a la perfección de qué hablamos cuando hablamos de heroísmo.