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San Andrés. Los arqueólogos localizaron el camposanto en 1997. SIAM
Todos los Santos: cementerios | Ciutat Vella, salpicada de cementerios

Ciutat Vella, salpicada de cementerios

Camposantos. Cada parroquia y no pocos conventos, tenían su propio lugar para los enterramientos; y eran más de quince. Hasta 1814 no se enterró en el Cementerio General

Martes, 1 de noviembre 2022, 12:39

Celebramos el Halloween como un carnaval de disfraces divertidos, pero no se nos ocurre pensar que quizá debajo de nuestra casa, o bajo el jardín de la plaza cercana, hay esperando la resurrección una buena porción de antiguos vecinos de la ciudad. Sabemos dónde están los cementerios «oficiales», y acudimos con flores a visitarlos; pero nadie se pregunta -¿para qué?- que fue de los muertos de la guerra de la Independencia, de los difuntos de las epidemias de hace 400 años o cómo podría ser una ciudad donde se convivía con quince cementerios parroquiales y de conventos. Romanos, visigodos, musulmanes y cristianos fallecidos forman una legión dormida a nuestros pies.

El osario arqueológico municipal de los almacenes de Vara de Quart debe andar por las cinco o seis mil calaveras, minuciosamente etiquetadas. Es muy raro que una excavación arqueológica bien hecha no de como resultado alguna dama o caballero que aguarda las trompetas del Apocalipsis. Los últimos trabajos en Sant Vicent de la Roqueta proporcionaron una buena colección, aunque sigue sin haber rastro de nuestro Mártir San Vicente. Pero han salido calaveras en el palacio del Almirante y en el antiguo Seminario; y al pie de la muralla islámica del Carmen, junto con fuentes elegantes y pozos profundos.

Entre la muralla de los moros y la de los cristianos, Valencia tiene detectadas una docenas de necrópolis romanas y no menos cantidad, de origen musulmán. En cuanto a los judíos difuntos, se encontraron restos por docenas entre la sede de Bancaixa y El Corte Inglés; y muchos esqueletos viajaron a Israel a partir de la visita que líderes religiosos hebreos hicieron en el año 1996.

En la ciudad medieval había una docena de camposantos parroquiales y hay muchos otros lugares en el casco urbano

Las guerras civiles antiguas, y los asedios a la ciudad, dieron muchas víctimas. Las constantes epidemias, muchísimas más. Solo durante la Francesada, los valencianos despachamos al cielo a varios miles de franceses inocentes que tenían negocios en la ciudad. Y solo Dios sabe en qué paraje de lo que fueron huertas deben estar los restos de los unos y los otros. Sabemos que el Hospital tenía, para la peste y otras amenidades, un cementerio de emergencia situado en el Camí de Torrent. Pero la mayoría tenemos olvidado por qué zonas de Arrancapins o Patraix circulaba ese camino perdido.

La Valencia cristiana

Las parroquias históricas de la ciudad medieval eran doce, y todas tenían su propio cementerio en los tiempos forales. Los conventos de prestigio también los tenían para sus beneficiados y familiares. La Valencia que va desde la Conquista a la pérdida de los Fueros era un dédalo de camposantos que era preciso sortear por callejuelas y atajos. Se tendía la ropa con vista a un osario y se trabajaba la madera, las pieles o la cerámica con la cercanía de los difuntos: el que esto firma ha visto trabajar a los impresores de la editorial Domenech entre las tumbas de San Juan del Hospital. Los trapos de limpiar la tinta se secaban sobre los rostros de caballeros con espada y cota de mallas...

El cementerio urbano más ampuloso era el de San Martín y Santa Catalina, que ocupaban, conectados, la calle de San Fernando, media avenida de María Cristina y parte de la calle de Calabazas, sin perjuicio de que en esa calle, bajo una corsetería, aparecieran en el siglo XX esqueletos de bastantes de nuestros ancestros romanos. Nuestra enfática Milla de Oro, la calle de Poeta Querol, es el espacio que ocupaba el cementerio de San Andrés, que se adentraba en la plaza del Patriarca y la calle de Miñana. Luis Tramoyeres Blasco, el cronista que mejor estudió estos camposantos, nos dice en un trabajo para el Almanaque de LAS PROVINCIAS de 1895 que la antigua parroquia de Santo Tomás, derribada para abrir la calle de la Paz, tenía su cementerio alejado, entre la calle del Mar y la plaza de la Congregación.

Once años antes. Los médicos valencianos recomendaron el traslado de los cementerios en un dictamen. LP

Lo curioso es que allí se enterraba a los difuntos de Benimaclet, único pueblo de los alrededores huertanos que no tenía camposanto. Porque, nunca lo olvidemos, Campanar y el Grao, el Cabanyal y otras antiguas poblaciones que fueron municipios independientes, tuvieron y tienen cementerios propios. También lo tiene El Palmar, aunque es del siglo XX; en tiempos antiguos los difuntos vecinos del lago de la Albufera viajaron en barcas hasta el cementerio parroquial de Ruzafa.

San Lorenzo y San Esteban tuveron su cementerio. Este último estuvo en lo que ahora es plaza de la Comunión, y El Salvador en las inmediaciones de la plaza del conde de Carlet. San Bartolomé lo tenía dispuesto cerca de la plaza de Manises, bajo lo que hoy es palacio de la Baylía. En cuanto al de la Santa Cruz, en El Carmen, dio paso a la plaza del mismo nombre: una cruz recuerda el lugar donde estuvo el templo. La parroquia de San Miguel, en fin, también dispuso lugar para enterrar a sus fieles difuntos; y algún solar de las inmediaciones nos indica que construir encima es muy complicado por los restos de todo tipo que afloran.

A estas referencias parroquiales debemos añadir los monasterios de mayor prestigio: la Trinidad tiene tumba de rango real para la esposa de Alfonso el Magnánimo y en Santo Domingo duermen los marqueses de Cenete. Pero en las inmediaciones había también enterramientos de menos alcurnia, como los había en San Agustín y hasta en la Catedral, donde existió un «Fossaret de Sant Pere», la parroquia interior de nuestra Seo, que quizá han descubierto en la reforma del aparcamiento de la plaza de la Reina. Hasta en las entrañas de nuestra plaza mayor hay difuntos: el convento de San Francisco se derribó, pero la cripta debe seguir en el sitio, con los huesos del moro Zayyán, convertido al cristianismo y bautizado como Vicente Peris.

En la ciudad medieval había una docena de camposantos parroquiales y hay muchos otros lugares en el casco urbano

La higiene como urgencia

El rey Carlos III, el 3 de abril de 1787, emitió una norma según la cual los cementerios parroquiales de España debían extinguirse para dar paso a cementerios generales situados fuera de las ciudades, alejados de sus murallas. La higiene, la salubridad, la necesidad de evitar infecciones, recomendaba la medida. Y es curioso comprobar que con fecha de 1786 hay editado un olvidado dictamen del claustro de catedráticos de la Facultad de Medicina de Valencia, dirigido al Ayuntamiento, en 13 de julio de 1782, para declarar «ser útil, y conveniente a la pública salud, que los entierros se hagan en cementerios extramuros de la Ciudad, eligiéndose los, y sus distancias, y señalando también la profundidad en que han de dexar los cadáveres, para que no pueda ofender su corrupción».

Los catedráticos Gascó, Máñes, Llombart, Adalid, Agustí, Peyru y Villanova respondieron así a una proposición nacida hecha, en 1776, por Antonio Pascual «regidor perpetuo en la clase de la misma». Es decir que once años antes de que el rey diera su instrucción a todos los municipios de España, el Ayuntamiento de Valencia ya había encargado un trabajo científico para razonar la necesidad de erradicar el lamentable paisaje de cementerios eclesiásticos.

La Iglesia, salvo en contadas ocasiones, colaboró en el propósito. El Ayuntamiento dio facilidades y animó a vender los solares que salieran del vaciado de los camposantos. Beneficios aparte, que los hubo y sirvieron para construir el cementerio general, nacieron calles ordenadas, como la de San Fernando y plazas razonables a las que se asoman edificios de calidad.

San Juan del Hospital, San Nicolás y los Santos Juanes

Tres cementerios medievales han dejado recuerdo visible y visitable en la ciudad. El de San Juan del Hospital, que durante muchos años fue huerto, es ahora una zona visitable donde se han instalado las lápidas y laudas que han ido apareciendo. El de San Nicolás nos ha dejado una hornacina capilla, acondicionada en los años sesenta, que recuerda el lugar en la rinconada de la capilla de la Comunión. En el caso de los Santos Juanes ocurre igual: hay una capillita que evoca con luces el lugar donde reposaron los difuntos de la parroquia: el cementerio, que era muy grande, ocupó la plaza y todo lo que fue palacio de Parcent, hoy estacionamiento en el subsuelo y jardín en superficie. Las crónicas cuentan que, cuanto se hizo la operación de desalojo y vaciado del camposanto se sacaron nada menos que 19.000 cargas, es decir viajes de carro, donde se trasladó la tierra e infinita cantidad de restos humanos. ¿A dónde? Mejor es no saberlo.

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