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TAL COMO ÉRAMOS

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Día de San Blas de 1974: cómo practicar una autopsia con amor

La actualidad de hace 60 años arrojaba en Valencia un perfil inquietante, del que nos rescató el humorista Chummy Chúmez que firmó ejemplares de su libro 'Todos somos de derechas': un pionero de la fachosfera

Jorge Alacid

Valencia

Sábado, 3 de febrero 2024, 12:53

Día de San Blas de 1974. Los valencianos festejan al patrón de las enfermedades de laringe con su propia dosis de lecturas inquietantes, gentileza de ... LAS PROVINCIAS. Aquel 3 de febrero, estas páginas albergaron una información estremecedora, cuyo titular ya apuntaba hacia el lado oculto de nuestra conducta: 'Una autopsia hecha con amor'. ¿Autopsia? ¿Amor? ¿Las dos palabras en la misma frase? El misterio que engendraba aquella noticia se fue desvelando párrafo a párrafo, gracias al magisterio de su autor, Amadeo Fabregat: nuestro hombre había inventado por entonces las recientes técnicas periodísticas, que de recientes como se ve tienen poco, consistentes en no desvelar el contenido de su relato hasta alcanzar el punto final. Allí, en esas últimas líneas, don Amadeo nos participaba de que ese artículo en realidad se valía del llamativo titular para reflexionar sobre la última novela entregada a la imprenta por una entonces jovencita escritora, Ana María Moix, de 26 años de edad «más o menos». La exactitud no era el fuerte del señor Fabregat.

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Su pieza por cierto despachaba la obra de Moix con críticas muy gruesas. Le achacaba «un lirismo exacerbado» que describía en términos de elevada crudeza: «Un exceso de caramelo destilado por una escritora que tiene fama de 'sweet'». Como se ve, nuestros mayores en el arte de escribir no se andaban con sutilezas: eran años donde el combate con la actualidad no necesitaba de medias tintas, una tendencia que se observa también en el resto de noticias que compusieron aquel día el menú informativo. Por ejemplo, la presentación del libro 'Todos somos de derechas': sopla, la fachoesfera ya estaba inventada. Su autor, el divertido humorista Chummy Chúmez, estuvo de gira en El Corte Inglés de Valencia para presentar a su nueva criatura y para regalarnos algunos de aquellos titulares que condensan su inimitable estilo. «Con todo lo que gano mantengo a un pobre, que soy yo», advertía al periodista. Y luego le confesaba un secreto: «Hacer un chiste no tiene más mérito que poner un huevo».

Ah, los huevos. Ingredientes básicos de nuestra dieta, la actual y la pretérita, se tarifaban por 1974 a un precio que hoy nos hace arrojar alguna lágrima: 44 pesetas la docena, unos 0,26 euros actuales. Snif, snif. Así se deduce de un anuncio que acompañaba estas páginas, donde la cadena de supermercados Superette, muy célebres en Valencia por entonces, publicitaban sus productos a precios que invitan en efecto a la nostalgia: los nevados Villaseco, a 36 pesetas el estuche; las manzanas, a 11 pestetas el kilo; y la pastilla de jabón de baño, a 8 pesetas. Marca Piropo, por cierto. ¿Caro? ¿Barato? Ni idea. Nos podemos hacer una idea de la carestía de la vida (de la de entonces y de la actual) gracias a otro anuncio donde se nos informa que la entrada para un programa doble en el Cine Paz costaba 25 pesetas: a cambio, el espectador disfrutaría de las andanzas de Christopher Lee en la aclamada peli de terror ('El monstruo', con Peter Cushing) y de esa cumbre del séptimo arte titulada 'Celos, amor y Mercado Común', una maravilla interpretada por un reparto inigualable formado por Tony Leblanc, Sazatornil y Cassen. También salía Perla Cristal.

Como vamos deduciendo, esas autopsias practicas con amor no eran la única rareza de la información de la época. La sociedad vivía en una nube construida por sustancias estupefacientes, que tenían fiel reflejo en estas páginas donde lo excepcional se mezclaba con las noticias más prosaicas: congeniaban la publicidad de Lanas Aragón y los festejos por el Día del Árbol con uno de esos acontecimientos que entonces conmocionaban nuestras conciencias, como el asalto al tren de Glasgow, un suceso más de película que las arriba mencionadas. Acababa de ser detenido el cerebro de del atraco, Ronal Biggs, un héroe de aquel tiempo que disfrutaba en Copacabana de la libertad que alcanzó cuando se escapó de la cárcel en otra fuga de película.

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Realidad y ficción se mezclaban con una naturalidad desconcertante y dejaban con seguridad noqueados a nuestros lectores, como es el caso del amplio reportaje, ilustrado con prodigalidad, donde Antonio Sánchez Ariño, un valenciano que se presentaba como «cazador profesional», compartía con LAS PROVINCIAS sus hazañas rifle en ristre: ora aparece retratado con un rinoceronte en Angola, ora con un tremendo elefante en otro rincón de África y ora en el Congo con un jefe pigmeo que hace honor a la magra talla propia de esa tribu, porque le llegaba a don Antonio a la altura del codo. El señor Sánchez se intitulaba como el español que más piezas había capturado y dejaba como titular este monumento a la paradoja: «La fauna salvaje existe es gracias a los cazadores». La frase que hubiera firmado el autor de las autopsias con amor...

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