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Cerámica de Nolla en uno de los corredores del edificio. Paula Hernández

El edificio de Valencia con más cerámica de Nolla

La sede del campus de la Universidad Europea exhibe una magnífica colección azulejera, legado de la función original como asilo para huérfanos: un recorrido por su interior descubre un edificio insólito, de gran belleza ·

Jorge Alacid

Valencia

Jueves, 26 de diciembre 2024, 00:44

Hay edificios que se explican con sólo una mirada y otros que deben recorrerse con calma y un espíritu más curioso para entenderlos en su ... total dimensión. Son aquellos que, aunque suene paradójico, se acaban por transformar en invisibles: están tan al alcance de la mano que incluso pasan desapercibidos para el valenciano más conspicuo adicto a caminar por sus calles y plazas. Son iconos, pero iconos discretos: es el caso del formidable caserón donde tiene su reciente sede la Universidad Europea de Valencia desde la reforma del Antiguo Asilo San Juan Bautista, cuya señorial estampa acompaña la vida ciudadana desde el siglo XIX. Hoy preserva la enorme belleza de su fisonomía con el mismo celo que custodia el secreto que se esconde en su interior. Una especie de tributo a la cerámica de Nolla a escala inimaginable para quien no forme parte del campus: los 2.500 metros cuadrados de azulejería que se reparten por patios, corredores y dependencias convierten al inmueble en la mayor concentración de esta rica muestra de artesanía valenciana con que cuenta la capital. Sólo por admirarse ante su hermosura merece la pena la visita que ahora comienza.

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  1. Entre el río, el IVAM y el Carmen

La visita tuvo lugar durante la última edición del festival de arquitectura Open House y dispuso de una inmejorable cicerone: la arquitecta Anna Boscà, miembro del despacho de Ramón Esteve, el profesional a quien la Europea encargó que reinventara el palacete como sede del campus. Situado al pie del río, con vistas al IVAM y vecino del barrio del Carmen, el antiguo Asilo ha cobrado una intensa vida desde que aloja a alumnos y docentes, una inteligente manera de reinventarse para aportar a la trama urbana un valioso intangible: erigirse como una especie de renovado faro valenciano que respira historia pero donde también bulle un dinámico presente. La cita es ante su puerta principal, donde Anna Boscà detalla la historia del edificio: un encargo del comerciante Juan Bautista Romero allá en 1868, quien se apiadó de las condiciones de vida de los huérfanos desamparados que vivían en Valencia y movilizó al prestigioso arquitecto Sebastián Monleón para que edificara este espléndido ejemplo de estilo neoclásico, de planta rectangular devota de la simetría, que se dividía de acuerdo al canon de la época: alrededor de los dos patios se concentraban los aularios para niños y para niñas. Una separación por géneros que el tiempo borró pero que ahora dota de un encanto muy especial al conjunto: como si en vez de recorrer un edificio se estuviera paseando por dos caserones gemelos. En el frontón que remata el acceso nos vigilan unas esculturas, aduaneras improvisadas. El paseo por el interior comienza ahora.

  1. La historia se hace Nolla

El edificio respira historia por sus cuatro puntos cardinales y depara una sensación amena aunque contradictoria, porque paseando por sus patios y pasillos parece que el tiempo se congela. Afuera se agita el tráfico de vehículos; dentro, un murmullo acompaña nuestros pasos. Son las voces de alumnos y profesores, que se apresuran a salir al patio exterior, unos estupendos jardines que ofician como espacio para las confidencias y las tertulias: una suerte de 'college' norteamericano junto al jardín del Turia. Dentro, nos recibe la coqueta capilla y ya desde ese momento se perfila la magnificencia con que el Asilo, hoy campus, fue concebido. El estupendo maderamen para las vigas del techo, la delicada forja con que se facturaron las columnas que acompañan el recorrido y, sobre todo, el brillo de la majestuosa cerámica de Nolla, según un código de diseños y colores que añade un impacto muy especial a la caminata. La intervención, explica Boscà, consistió de hecho en ejecutar ese gesto de talento que a veces es tan difícil de encontrar entre los arquitectos a quienes se encomienda una reforma: dejar que la historia del edificio hablara por sí sola. Aspirar a la invisibilidad que, sin embargo, opera como un código que añade valor a la esencia del edificio y avala la inteligencia de quien lo rehabilita. «Básicamente», explica la arquitecta, «la reforma consistió en limpiar el edificio original, quitar elementos impropios y potenciar lo que ahora vemos».

  1. Aulas al costado, usos compartidos en los patios

¿Y qué es lo que ahora vemos? Un soberbio pavimento de damero bajo nuestros pies, la encantadora carpintería asomando en puertas y ventanas de cada piso, la divertida cerrajería… Y, sobre todo, habrá que insistir: este monumento a la mejor cerámica de Nolla que reside en cada espacio, de acuerdo con un guion arquitectónico firmado por el equipo de Esteve para otorgar al espacio de lo que pide: un programa muy básico, consistente en aularios ocupando las alas de los patios reservando para la parte central los usos compartidos. Boscà alaba las aportaciones del grupo de arqueólogos comandado por Paloma Berrocal, porque sus puntualizaciones fueron decisivas para que el edificio brille hoy con una luz tan especial. Dice que aunque sus aportaciones pudieran retrasar la ejecución de los trabajos de reforma, sirvieron por ejemplo para recuperar el paisajismo original que hoy triunfa en cada patio: dos espléndidos jardines donde antes habitaba una selva sin ninguna gracia, cruzados por una tenue sucesión de colores en tonos más bien pastel que contribuyen a realzar el efecto de la cerámica de Nolla. Año y medio de obras que incluyeron la recuperación de las pinturas al fresco de la capilla, la contribución ejemplar de un grupo de artesanos ocupados en mejorar el estado de conservación de las partes más dañadas del edificio y aliados con la propia condición de Ramón Esteve en su faceta de diseñador: a él se deben algunos de los muebles que jalonan el recorrido interior y forman un conjunto coherente con el edificio: las nuevas necesidades se introdujeron en el campus sin que nada chirríe.

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  1. De capilla a la sala de estudios

Ya hemos llegado a la capilla, una de las piezas más impresionantes del edificio, destinada a ejercer como sala de estudios cuando culmine toda la restauración. Orfebrería de altísima calidad, vidrieras modernistas, una rejería excelsa en la escalera que conecta con el piso superior… Cada detalle es una elocuente contribución a justificar la clase de conversación que Esteve y su equipo mantuvieron con el inmueble original, según el atinado comentario de Boscà: «El propio edificio nos iba diciendo cómo intervenir». ¿Y funcionó? Sí, responde. «Funciona muy bien», señala, como luego confirmará recién concluida la visita la rectora, Rosa Sanchidrián, feliz de pasear por dentro y por fuera de su criatura aún recién alumbrada. La visita, que por cierto ha incluido la inspección de su despacho, decorado con unos ricos paños estucados, concluye donde se inició, en el jardín exterior, cerca de una de tantas curiosidades que distinguen al edificio: la entrada al refugio subterráneo que se habilitó durante la Guerra Civil. Es un detalle que tal vez desconozcan los 3.000 alumnos con que cuenta la Europea, algunos de los cuales toma el sol de media tarde (el sol de otoño que reanima pero no calienta) mientras la rectora Sanchidrián y la arquitecta Boscà comparten su satisfacción con el brillante resultado de sus mutuos desvelos. Unos gatos curiosean alrededor: también estos inquilinos parecen felices de vivir aquí, porque tal vez valoran como nosotros lo que acabamos de ver. La dichosa conjunción entre un fecundo pasado y un iluminador porvenir que rinde tributo a un doble idea. Elevar la arquitectura (la original, la rehabilitada) a un estatus superior y servir a un fin social más o menos análogo: los huérfanos de ayer, los estudiantes del mañana.

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