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El escritor, durante su visita a Valencia. PA Imagenes
TAL COMO ÉRAMOS

Feria de julio del 68: Valencia, capital mundial del antiturismo

La ciudad vista por un guiri o de cómo el escritor inglés Kenneth Tynan reflejó en sus artículos de hace 60 años su amor a una ciudad que le sedujo: «Permite crear tus propios mitos» ·

Jorge Alacid

Viernes, 5 de julio 2024, 00:34

Julio de 1968. El británico Kenneth Tynan, 'enfant terrible' de literatura de la época por su biliosa escritura, visita Valencia para conocer su feria en ... compañía de unos adinerados amigos norteamericanos. El resultado de esa peripecia, que relata con fina ironía y un brillante estilo que todavía hoy llama la atención, se condensa en un libro inencontrable (salvo pagando un congo por internet o acudiendo a algún anticuario de confianza) y de singular título: 'La pornografía, Valencia, Lenny, Polanski y otros entusiasmos'. Tynan descifra en sus páginas iniciales este enigma: la palabra clave es entusiasmo. En ese título recopila las distintas facetas de su nutriente vida que detonaban en él ese sentimiento, lo cual incluía sus paseos por Valencia y el asombro que le procuraba la ciudad, definida en estos elocuentes términos: «Populoso puerto industrial, tercera ciudad española después de Madrid y Barcelona, llamada la verruga del labio del Mediterráneo».

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Leída así, en crudo, parece una frase despectiva. Error. En las páginas siguientes dibujará nuestra Valencia de entonces mediante una desconcertante estrategia: la menosprecia porque está seducido por ella. Es una declaración de amor hacia una ciudad que le subyuga por un atributo singular, que hoy encierra algún sarcasmo: es «la ciudad más maravillosa». Y es también «la capital mundial del antiturismo». Vivir (y leer) para ver. Así éramos en Valencia hace casi 60 años.

Las andanzas de Tynan se sirven de su propia experiencia y también del eco que el recuerdo de Valencia dejó en otros viajeros ilustres. Cita el caso de Tennessee Williams, genial dramaturgo que se bañaba en su hotel con agua mineral (estaba cortado el suministro) «y 'eau de Cologne'», que abandonó la ciudad «con más desconcierto que ira en su rostro» y de la bailarina Margot Fontayn, que nunca olvidaría sus funciones en un parque valenciano de frágil entarimado: «Era como estar bailando en la cama de un faquir». O Mrs. Ryan, su amiga estadounidense: «Valencia te deja elegir por tu cuenta. Conserva su orgullo sin impedir que conserves el tuyo». ¿Más ventajas de esa ciudad de hace casi 60 años? Las hay. Y muy elocuentes según el punto de vista del turista occidental. La propia Ryan menciona la siguiente: «No importa cómo vayas vestida porque no te vas a encontrar a ningún conocido». Y para justificar su devoción por esta orilla del Mediterráneo, Tynan añade en su favor el ¿elogio? de otro viajero americano: «Esta lúgubre ciudad es la reina de todas las maravillas que he visto».

También menciona nuestro autor otra surrealista ¿alabanza? que dejó como recuerdo el célebre arqueólogo norteamericano Luis M. Stumer: «La gente es tan estúpida como en cualquier lado, excepto en Murcia, pero a diferencia de los murcianos, que son estúpidos malhumorados, los valencianos son muy amables». Con semejante catálogo de presentaciones, se entenderá la predisposición de Tynan a dejarse enamorar por el ambiente tan particular de una ciudad cuya humedad sin embargo siempre le repele: «Parece una fábrica de papel». Salvada esa circunstancia, se confesará seducido por distintas vetas del folclore local, desde sus fuegos artificiales que cita profusamente, hasta alcanzar su primera conclusión.

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Valencia, dice Tynan como balance de aquel mes de julio, opera en realidad como la Compostela del neoturismo, «al que me honro en pertenecer», que define en estos términos: «Los nuevos turistas nos cansamos de los paisajes en los que no haya huellas de asentamientos humanos, evitamos los lugares que se han hecho famosos por su belleza y por encima de todo tratamos de huir de la compañía de nuestros compatriotas». Se trata de una propuesta revolucionaria para el viajero convencional, que en algo presagia la hora presente que vive este fenómeno: con dotes de futurólogo, Tynan intuye ya entonces que «tarde o temprano nacerá un nuevo turismo mediterráneo, que abandonará las formas actuales, más parecida a una penitencia que a unas vacaciones».

Un renovado estilo de viajar que se interesa, como predica con su propio ejemplo, por la letra pequeña de las ciudades que visita: en Valencia se maravilla por el estruendo del puerto, anota todos esos «bares sin personalidad» que descubre y acaba retratando a Valencia según su particular trazo, más bien grueso: «No se ve más que un banco, un anuncio luminoso, unos grandes almacenes, un supermercado, una fachada municipal, un cine y otro banco». ¿Resumen? «Parece haberse producido un enfrentamiento mortal entre el siglo XIX y el XX».

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Dicho lo cual, debe advertirse que Mr. Tynan en realidad piropea a Valencia mientras la describe crudamente. «Si es usted un auténtico antiturista reconocerá inmediatamente que esta ciudad te permite crear un clima propio excepcional», admite. Y añade otro atributos que adornan a Valencia para satisfacción propia y de aquellos improbables lectores distinguidos con esa misma mentalidad tan suya: por ejemplo, que «si unas relaciones íntimas resisten Valencia, lo resistirán todo». O esta otra frase que destila un sentido del humor por cierto bastante valenciano: «Esta ciudad te permite crear tus propios mitos y vivir ovillado en tu propio clima emocional. Es una pizarra vacía».

Vista de la feria instalada en la Alameda en julio de 1968. Archivo Andrés giménez

Una consideración que nace de una experiencia muy bizarra, casi atrabiliaria: en una excursión urbana acaba siendo detenido por la Policía por proferir insultos (falsos) al jefe del Estado luego de ser denunciado por la madama de una casa de citas, adonde acudió con afán entomólogo en compañía de su esposa, tal vez la escena más hilarante de un libro que contiene numerosos párrafos desopilantes, donde anida esta conclusión: Valencia, dice Tynan, «al no ser un lugar típicamente turístico, nunca ha llegado a aprender la técnica de caer simpática ni de tomarse a sí misma como un producto vendible». Lo cual no es tanto un reproche como un gesto de admiración, porque hasta los dardos que lanza esconden un raro cariño: «Los hoteles son malos, hay pocos campos de golf, los alrededores no son especialmente espectaculares, las playas son feas y están demasiado llenas de aborígenes. Hay tres panaderías en la misma manzana, dos tapiceros en la misma calle y muchas cosas así». «Da la sensación», prosigue, «de que los valencianos se esfuerzan en disuadir a los presuntos turistas». «Y no he hablado del olor de las calles», avisa.

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El veleidoso espíritu de Tynan respecto a Valencia se observa en la opinión que le merece su feria taurina («A diferencia de Pamplona, Valencia conserva su identidad y respeta la tuya, aunque el público sienta más veneración por los toreros que por los toros, que deberían ser los protagonistas», dice), se maravilla ante sus fuegos artificiales («Eso de pintar el cielo, los valencianos lo hacen mejor que nadie», anota) y acaba rendido a esa singular clase de belleza que lucía entonces la ciudad y sirve aún hoy para su retrato. Para la que no sabía qué hacer con el turismo y para la que no sabría qué hacer sin él. La ciudad seductora en julio y todo el año: «Durante la Feria, esa vieja bruja que es Valencia se pone todas sus tiaras».

«No hay peor paella que la que sirven en Valencia» y otras perlas

Valencia conquistó a Tynan con tal fuerza que el relato de aquel viaje mereció formar parte de su particular catálogo de entusiasmos editado por Anagrama. Su escritura oscila entre el elogio y la crítica. Sirva de ejemplo esta perla: «En Valencia hay buena comida pero se han hecho denodados esfuerzos para que evitar que los forasteros se enteren». O esta otra: «No hay paella peor que la que te sirven en Valencia pero en Casa Olano comí un menú que no hubiera cambiado por nada», a un precio que le hizo dudar «de la salud mental del dueño». A saber, 5,87 dólares.

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