También puedes escuchar este artículo locutado por su autora, Laura Garcés:
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A estas alturas de los tiempos quien no cuenta entre sus pertenencias con un grupo de whatsApp, no es nadie. Colectivizar la comunicación se antoja indispensable para disponer si no de la mejor, sí ... al menos de la más usada, manera de 'hablar'. Es propio de familiares, de amigos o de conocidos. También de antiguos compañeros de trabajo que quieren salvar sus recuerdos del precipicio de los años. Entre ellos, un grupo de hombres y mujeres que un día trabajaron en aquella tienda, de las grandes, que bajo el rótulo Galerías Preciados acercó a la calle Colón de Valencia el sueño de una sociedad expectante que perdía los complejos ante el deseo de comprar. Corrían los últimos años setenta del pasado siglo, cuando la democracia se desperezaba en España.
¿La recuerdan? Exacto, en la esquina de Colón con Lauria. A esa tienda viaja LAS PROVINCIAS en compañía de Paco Valera, Inés Terrada, Eduardo Acosta, Amparo Biot, Mercedes Álvarez, Armelina Salinas, Carmen Soto, José María Galindo, Tere Ascaso, Pilar Guillén, Rosa Sánchez, Loli Rodríguez y Rosa González… Hombres y mujeres que trabajaron en alguna de aquellas plantas en las que se servía al público desde la más sofisticada chaqueta de piel hasta un tornillo de la sección de ferretería.
Ellas, «señoritas» -como conforme a los usos del momento las llamaba la clientela-, y ellos, entregaban el producto adquirido en bolsas blancas con banda inferior fucsia sobre la que se leía Galerías Preciados estampado sobre óvalo negro. Eran «como una gran familia». Compartían hasta comedor, donde por «noventa pesetas» disfrutaban de menú a la hora de la comida. Eso sí, el ratito del almuerzo se reservaba para el Bar Líbano, el de enfrente de la casa. Lo confiesan nuestros cicerones de hoy en una conversación a la que todos aportan experiencias que marcaron 22 años de convivencia con los valencianos, desde el 13 de octubre de 1977 hasta el 3 de julio de 1995.
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El vínculo que les unía es el mismo que a toda página refería este periódico el 14 de octubre de 1977, día que su portada testimoniaba el vigésimo aniversario de aquella riada del Turia que modificó la fisonomía de su capital para siempre. «La gran familia de Galerías Preciados cumple hoy uno de sus más antiguos y fervientes deseos: abrir dignamente en Valencia». Con tan grandilocuente afirmación amanecía una marca de vender y de comprar en la ciudad. Las palabras las pronunció el 13 de octubre de 1977 Jorge Fernández, vicepresidente de la exitosa firma que en 1943 se estrenó en Madrid impulsada por Pepín Fernández.
Galerías Preciados llegó en medio de una sociedad que empezaba a abandonar el gris para vestirse de colores, entre ciudadanos que sólo tres meses antes habían acudido a las urnas tras cuatro décadas sin poder hacerlo. Lo hizo anunciándose a toda página, con una inversión de dos mil millones de pesetas y 700 empleos bajo el brazo en un momento histórico en el que las mujeres empezaban a incorporarse en masa a un puesto de trabajo. «Entrábamos con contrato. Algunos veníamos de otras ciudades», apunta una de aquellas dependientas que procedente de Oviedo no sólo encontró junto al Turia su primer empleo, además, se casó con un compañero llegado desde Madrid.
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A lo largo y ancho de seis plantas más los sótanos, se describía un paisaje comercial que comunicado con escaleras mecánicas situadas en paralelo para subir o bajar marcaba la diferencia con la distribución de elevadores en el competidor del triángulo verde. La firma pronto atrajo al público alrededor de las dependientas que para empezar vistieron «uniforme de pichi azul marino y blusa fucsia. Y ese año el de verano fue verde», apuntan las voces que guían este viaje. No faltaron en la sucesión de vestuario conjuntos de falda verde con camisa de rayas también verdes y blancas, pichi beige, entre otros, hasta llegar «el último, que fue rojo». Ellos, siempre con traje y corbata. Y todavía hoy recuerdan su número de empleado.
Con Galerías Preciados los valencianos se iban a encontrar con el modelo de negocio en el que Pepín Fernández había impreso ese estilo importado que popularizó campañas como la del Día de los Enamorados. Cuenta la historia del comercio que fue esta empresa la que acercó la fecha a las compras. Cuando este asunto salta a la conversación, se agolpan las palabras de los extrabajadores para relatar el gran éxito que tenían las ofertas o las rebajas. Y también campañas como la de Navidad, días en los que tal vez muchos valencianos aún recuerden las «cestas que preparábamos con productos de perfumería que llegaban como si aquello fuera la cadena de producción de Ford», apunta una de las dependientas de ese departamento. O quizás lo que usted no ha olvidado sea el juguete que compró para su hijo escogido entre tantos como había en el área exclusivamente a ellos dedicada y que, advierte una de aquellas 'señoritas', «se instaló en la sexta planta».
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Señora y caballero, como ordenaba la nomenclatura. Zapatería, ropa de hogar, ferretería, perfumería, librería y discos, oportunidades, supermercado, peluquería y algunos departamentos más llenaban de contenido aquel gran establecimiento que en tiempos en los que aún no se habían inventado las alarmas, contaba con las vigilantas que no vestían uniforme a fin de pasar inadvertidas entre el público para cazar in fraganti a los amigos de lo ajeno en un establecimiento que en su primer diciembre valenciano anunció descuentos del 10% y facilidades para pagar hasta en 24 meses en el departamento de peletería. Y en 1978 para su campaña 'posbalance' ofrecía abrigos por 1.995 pesetas, faldas por 495 o suéters por 295.
Galerías Preciados se popularizó en la sociedad valenciana contando también con familias llegadas de los pueblos con el objetivo de «comprar el ajuar de sus hijas para casarse», relata una dependienta del departamento de ropa de hogar, o señoras que encontraban en aquellas vendedoras lo que el tiempo daría en llamar asesoras de imagen o 'personal shopper' que les aconsejaran qué prendas llevarse. Eran lo que ellas ahora llaman «clientas fijas».
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El tiempo fue asentando la firma hasta que el 3 de julio de 1995 cerró sus puertas pasando a ser propiedad del competidor El Corte Inglés. Galerías Preciados se despidió con ofertas de hasta el 75% y anuncios en prensa en los que, además de pregonar su cierre, afirmaba :«A todos nuestra gratitud». En el edificio que dejaba, levantado sobre el solar del que fue Cine San Vicente, se instaló el nuevo propietario que en esa esquina sigue abierto.
El cambio despertaba una nueva trayectoria que daba continuidad a la que se despedía dejando entrañables vivencias como la que ahora recuerdan sus extrabajadores cuando relatan que atender con amabilidad era una de sus divisas, tanto que incluso «nos llamaba gente agradecida porque atendíamos muy bien», apunta una de las telefonistas de Galerías Preciados. Sí, han leído bien, había telefonistas encargadas de «pasar las llamadas entre los departamentos o para los recados de casa», rememoran quienes han guiado la visita a la tienda. Quién les iba a decir entonces que treinta años después un teléfono móvil y un grupo de whatsApp se encargarían de mantenerles en contacto. Las vueltas que da la vida.
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