F. P. PUCHE. Cronista de la ciudad de Valencia
Lunes, 23 de enero 2023, 00:53
Cuando se echa la vista atrás es fácil descubrir en las páginas de la historia de la ciudad la presencia de mujeres fuertes y valientes, con espíritu de acción, que dejaron una huella sólida y profunda sin necesidad de alardes ni ruidos. Ese es el ... caso de una monja, hoy santa, la madre Teresa Jornet, que hace siglo y medio se propuso sacar adelante una congregación religiosa destinada a cuidar a los ancianos sin familia ni recursos. Siglo y medio después, la idea que nació en Valencia encabeza la acción de cientos de monjas que atienden a miles de ancianos en 204 casas repartidas por diecinueve países del mundo: las Hermanitas de los Ancianos Desamparados.
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En la plaza de Santa Mónica, una escultura de Silvestre de Edeta nos muestra a la santa fundadora abrazada a unos ancianos pobres. Es el símbolo de una acción callada que, desde hace siglo y medio, caracteriza este rincón de la ciudad situado en el arranque de la calle Sagunto, la salida de la ciudad hacia Barcelona. La iglesia de Santa Mónica es la referencia en el paisaje, como el punto de apoyo del Asilo. En el siglo XVII, sobre lo que fue el palacio de los Berenguer, se levantó un convento de agustinos descalzos que se acogieron a la figura de una mujer fuerte, Santa Mónica de Hipona, la madre de San Agustín.
La iglesia del convento es la actual parroquia de Santa Mónica, con el moderno añadido de un campanario. Lo sustancial del convento es, hoy, la casa matriz de la orden creada en 1873 por la madre Teresa Jornet, una mujer nacida en Aitona, Lleida, que a los treinta años encontró su camino vocacional al profesar como religiosa. Ella, junto con el sacerdote Saturnino López Novoa, idearon un modelo de servicio a la sociedad en tiempos que empezaban a ser intentos. El 27 de enero de 1873, cuando tomaron el hábito otras diez muchachas en el seminario de Barbastro, empezó una aventura que pocos meses después recaló en la plaza de la Almoina de Valencia. Fue la primera sede, una casa de paso. Porque en 1874 tomaron posesión de la casa de Santa Mónica donde el arquitecto José Camaña, andando el tiempo, adaptó el viejo convento agustino: el respeto de los dos preciosos patios interiores y una capilla de 1915 definen el hogar de ancianos y monjas.
La segunda mitad del siglo XIX fue escenario del nacimiento de los movimientos obreros en un escenario industrial en que el trabajador carecía de los elementales derechos que habría de conquistar más tarde. Volviendo al campo que nos ocupa, sin seguro de enfermedad, sin jubilación ni pensión, la edad mayor era, para los trabajadores, un tiempo de dependencia de los hijos o de miseria y abandono. Es ahí donde la Iglesia, aún antes del papa León XIII, impulsará nuevas congregaciones de acción basada en la caridad hacia los más débiles y necesitados, asilos para huérfanos y para desvalidos, hogares para viejos sin recursos económicos. Será el Papa León XIII, con su encíclica 'Rerum Novarum', de 1891, el que denuncie las pésimas condiciones de los obreros y acepte la sindicación, aunque no el socialismo.
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Hasta los años veinte del pasado siglo no se implantaron en España las leyes de protección del trabajador, los diversos montepíos y el retiro obrero con pensión cotizada a través de los años de vida laboral. Con todo, una gran parte de los trabajadores llegaba a la edad mayor sin protección social alguna, y no pocas veces faltos del apoyo de los hijos o los parientes. El asilo era su única salida vital en los años de más necesidad.
Un duro ejercicio de hemeroteca consiste en buscar, entre las listas de difuntos que nuestro periódico publicaba a diario durante parte de su larga historia, los hombres que morían en el Asilo de la plaza de Santa Mónica. En invierno, en algunos momentos de la historia, hay que hablar de casi un fallecido al día entre los asilados que allí vivían. Y como se publicaba su edad, se puede ver que el concepto de vejez ha cambiado en un siglo: tener 60 años era, en la primera mitad del siglo XX, tiempo de riesgo seguro. Sobre todo, si se había tenido un oficio duro en la industria, en el campo o en el sector de la pesca y el mar, ámbitos que nutrían la casa de las monjas.
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Así las cosas, las Hermanitas de los Ancianos Desamparados responde a conceptos de su tiempo, que hoy pueden chocar incluso en la denominación: «hermanitas» es una palabra que hoy suena excéntrica. Y mucho más si la usamos en la denominación «Hermanitas de los Pobres», como todavía está viva en el habla popular. Pero han pasado 150 años y la orden religiosa mantiene sus claves clásicas, aunque sabe adaptarse a los nuevos tiempos.
Pensemos, por ejemplo, que uno de las vías de ingresos de la orden, hasta los años veinte, fue enviar a numerosos grupos de ancianos, con velas en la mano, al cortejo de entierro de los personajes de relumbrón. Los viejos, junto con los niños huérfanos de los asilos, denotaban la importancia del difunto, que había encargado limosnas para la ocasión. Las Hermanitas de los Pobres, con todo, mantenían los gastos de su casa con esos ingresos y donaciones o testamentarías, porque nunca pidieron ayudas oficiales o subvenciones públicas.
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La casa de la plaza de Santa Mónica creció a lo largo del tiempo gracias a la labor de la madre Teresa Jornet, que impulsó el nacimiento de otras muchas casas en España y América. Hace cien años, cuando LAS PROVINCIAS glosó con todo detalle las bodas de oro de la congregación en Valencia, había ya 174 fundaciones en funcionamiento, con 1.960 religiosas y 8.100 ancianos acogidos.
Teresa de Jesús Jornet falleció el 26 de agosto de 1897 en la casa de la congregación de Lliria, donde se conserva la habitación y el lecho donde murió. Sus restos mortales fueron traídos a la casa matriz de Valencia, donde su cuerpo reposa en el templo. En su iglesia neogótica, construida en 1915, se conserva el cuerpo de Santa María Jornet en una urna.
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Desde el primer momento, sus virtudes fueron consideradas acreedoras de la piedad de los fieles; pero fue en 1974 cuando el papa Pablo VI la canonizó. Tres años más tarde la nombró patrona de los ancianos españoles.
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