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F. P. PUCHE
Domingo, 9 de enero 2022, 00:30
Hace ahora cincuenta años, el 7 de enero de 1972, el vuelo IB-602, que hacía el trayecto Madrid-Valencia-Ibiza, se estrelló en las cumbres de Sa Talaia, las más altas de la isla vecina. Apenas faltaban unos minutos para el aterrizaje, pero la niebla, y según no pocos indicios un exceso de confianza, convirtieron en tragedia lo que había sido un vuelo rutinario y sin problemas. Murieron las 104 personas que iban a bordo, entre ellos nueve niños. De los viajeros, ochenta habían subido al avión en Manises; todos eran trabajadores de la construcción, vecinos de pueblos valencianos, que después de las vacaciones navideñas regresaban a sus tareas habituales en la isla.
Aunque luego vendrían desastres peores, el accidente del vuelo IB-602 fue el peor de la historia de la aviación española hasta aquella fecha. Seis tripulantes y 98 pasajeros perdieron la vida al estrellarse el avión Caravelle EC-ATV, procedente de Madrid, que en el aeropuerto de Valencia tomó pasajeros; eran vecinos de Burjassot, Manuel, Tabernes Blanques, Elche, Castellón, Villarreal e Higueruela, en Albacete, más un numeroso grupo de 26 personas, todas vecinas de Algemesí. Pintores, albañiles, trabajadores de la construcción y las inmobiliarias de Ibiza regresaban a sus ocupaciones tras el paréntesis de Navidad y Reyes.
Juan Ribas, un vecino del caserío de El Morteret, en las elevaciones del oeste de la isla, vio llegar el avión a muy baja altura y oyó instantes después una tremenda explosión. Eran las doce y media de la mañana, aproximadamente. Cuando se dirigió a los pinares de Sa Talaia quedó espeluznado ante el espectáculo de cadáveres y restos de avión que aún ardían. Se puso en marcha hacia San José y dio aviso a la Guardia Civil. Fue el comienzo de una operación en la que los agentes de servicio en la isla y soldados voluntarios rescataron cuanto pudieron en un área de más de un kilómetro cuadrado de monte, en Ses Roques Altes.
Todas las crónicas coinciden en señalar el dantesco espectáculo de víctimas y restos de avión esparcidos por el arbolado y el suelo del bosque. El paso de 50 años nos permite entender cómo han cambiado las reglas de actuación en situaciones de emergencia, gracias entre otros avances al ADN. Porque la identificación, en 1972, se hizo sin dignidad y con mucha prisa para que el día 8, al anochecer, se pudiera enterrar los restos de la gran mayoría de las víctimas en la propia isla.
La tripulación fue identificada por sus uniformes. Pero solo cuarenta de los cadáveres llevaban encima documentos o billetes de vuelo. En la gran mayoría de los casos, testimonios y crónicas periodísticas locales señalan que los rescatadores procedieron a reunir en torno a una cabeza, miembros de cadáveres terriblemente mutilados. Hay que indicar, además, que Iberia trasladó en tres vuelos especiales, desde Madrid y Valencia, a los afligidos familiares de las víctimas, que el día 8 fueron llevados a la isla para que asistieran a un funeral que se celebró al anochecer en la parroquia del pueblo de San José.
Los cadáveres, sin embargo, fueron enterrados en el cementerio nuevo de Ibiza, que estaba sin inaugurar y sin consagrar en aquellas fechas, ya que el viejo no tenía capacidad para todas las víctimas. Entre los detalles macabros de aquellas horas terribles hay que señalar que en la isla solo se pudieron reunir cuarenta ataúdes, por lo que fue preciso llevar 64 más en un vuelo especial y urgente desde Valencia.
A finales del año 1972, algunos familiares regresaron a Ibiza. En el pinar, en lo más frondoso de Ses Roques Altes, se había construido una sencilla capilla, con un Cristo, un altar y unas lápidas con los nombres de todas las víctimas. Allí se celebró una misa en recuerdo de los que perdieron la vida en el accidente; allí se han conmemorado los aniversarios y es seguro que habrá estos días flores frescas. Los excursionistas, los montañeros de la isla, no olvidan pasar por el paraje y rezar una oración por las víctimas del vuelo IB-602.
Lo terrible es que en las gradas de acceso al altar, y también a los pies de una cruz de madera que se instaló no muy lejos, la gente va acumulando la chatarra procedente del avión que se encuentra por el bosque: un pedazo de plástico, un segmento de cinturón, un retal de circuito hidráulico, una tira carbonizada de neumático...
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