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Las emociones de la Navidad vienen unidas a recuerdos y nostalgias. Y muchas de ellas se han fraguado, sin que acertemos a recordarlo, a través de christmas, ilustraciones o estampas que pasaron por nuestras vidas. Detrás de ellas, docenas de pintores, dibujantes y fotógrafos dedicaron horas a ganarse el pan con un trabajo de taller minucioso que en ocasiones encerraba una calidad no reconocida. En un día como el de hoy, cargado de sensibilidad, parece bueno evocar aquella tarea a través de unos pocos ejemplos.
En el principio fueron los grandes pintores quienes mostraron al pueblo un niño vestido con pañales, acompañado de la Virgen y San José y de una mula y un buey. Están en las portadas románicas y en murales borrosos de iglesias medievales. Los talleros de los maestros recogieron después esa misión, siguiendo encargos de obispos y nobles: la escena es siempre serena, tocada de una luz especial. El niño yace en un pesebre rodeado de un aura mágica; y no solo podemos ver el amor de la Madre, sino incluso la humedad del hocico del buey.
Todos esos óleos -Velázquez, Zurbarán, Rembrandt y sobre todo Murillo- se convirtieron en estampas menudas y baratas. Y en tarjetones que se llamaron christmas. Se enviaron por millones cuando el correo no había sido apartado de la vida común. Y contenían palabras llenas de afecto, de corrección y amor: «Te deseo lo mejor junto con todos los tuyos. Navidad de...»
Como una misión de cruzada, periódicos y revistas enlazaron desde el principio con sus lectores poniendo un énfasis especial sobre las semanas de Navidad, Nochevieja y Reyes. Prensa y sociedad se alimentaron, con el comercio y la religión en medio, para configurar unos días entrañables: crecía el consumo y el afecto, la bondad y el olvido temporal de las malas noticias de siempre. Se necesitaba, y surgió en la Inglaterra victoriana, un género literario propicio para la Navidad. «Para comenzar diremos que Marley había fallecido: en cuanto a esto no podía haber la menor sombra de duda». Así comienza «A Christmas Carol», el «Cuento de Navidad» de Dickens, que en la Navidad de 1847 publicó ya una revista valenciana, «El Fénix», con el agrio míster Scrooge como negacionista. Las emociones reclamaban ilustraciones y, entre las mil ediciones que a lo largo de la historia ha tenido esta historia destacamos unas, la de Araluce en 1917, en la que brilló el genio de un ilustrador valenciano, José Segrelles, autor de numerosas portadas en revistas ilustradas inglesas de la época. Pocos como él para convertir la acuarela y el temple en fantasías llenas de vapores y fosforescencias, de misterio y fantasía a raudales.
Pero hacía falta dar ilusiones. De la clase media se encargó Sileno, simple en el dibujo y simple a la hora de expresar la sonrisa un poco congelada de los que sufrían tiempos duros, zambomba y pandereta incluida, no hay ara más. La clase alta, sin embargo, era cosa de Rafael de Penagos, el dibujante de los perfumes y los jabones de fragancias elegantes, el ilustrador de una Navidad de tiros largos y martas cibelinas.
Las páginas de publicidad de los periódicos son un tratado de sociología de la Navidad, ¿Qué comían y bebían los valencianos, que se regalaban en los años veinte? Un anunciante, Ricardo Sanz, quiso llevar hasta nuestra portada su Anisete Supremo, ahora hace 100 años, en la Navidad de 1923. Y lo hizo con un dibujo primoroso, un trabajo a plumilla, anónimo, de un esforzado de la ilustración.
Es hora de honrar a los ilustradores de la gleba que pusieron gotitas de purpurina en aquellos christmas de los años 50 y 60 rebosantes de ternura. Las vistas de lindos pueblecitos nevados llenaron nuestra Navidad y son ahora una parte imborrable de evocaciones y sentimentalismo. Después, con los años, los hemos encontrado en Nueva Inglaterra o Baviera, con idéntica nieve, en la ruta necesaria de la educación sentimental.
Ahí está, en Massachussets, Norman Rockwell, el ilustrador de América, el inventor del arquetipo de un Papá Noel gordo y vestido de rojo, abrumado por tantos encargos. Falta el reno torpe de la nariz colorada; pero no se olvida del ama de casa, la madre, hundida en la fatiga cuando las fiestas han pasado. Más allá de La Remachadora inolvidable, los dibujos de Rockwell entorno a los días de la Guerra Mundial y el regreso a casa de los soldados, configuran un mundo, desde luego cargado de tópicos, pero imposible de olvidar.
Nuestro periódico, en los cincuenta y los sesenta, creó unos números extraordinarios de Navidad, impresos en huecograbado, que no hurtaron portadas con niños angelicales sobre un fondo de bolas de árbol de Navidad. Los trabajó con mimo José María Cruz Román y el taller de huecograbado de los Seguí. Se reclamaba colaboración a todos los redactores y no podían faltar escritores y poetas de talla; Vicent Andrés Estellés tiene publicados versos en esas revistas especiales donde el triunfador era Antonio Ferrer, el dibujante taurino que se encargaba también de ilustrar el cuento de cada domingo: su trazo delicado, las aguadas de tinta china, siguen siendo un prodigio que ha ayuda a construir la emoción de la Navidad.
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Patricia Cabezuelo | Valencia
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