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La historia de Valencia es rica y variada. En el recuerdo y la idiosincrasia valenciana siempre perdurarán hitos del pasado como la Exposición Regional de 1909, la coronación de la Virgen de los Desamparados o las pérdidas de joyas arquitectónicas como el Palacio Real y el Palacio de Ripalda. Los recuerdos y la Valencia que fue han pesado también en una ciudad que en determinados momentos ha sabido brillar con luz propia gracias a un ingenio particular. Hace casi 270 años Valencia festejó una fiesta impensable en la actualidad en todos los sentidos. El motivo: el tercer centenario de la canonización de San Vicente Ferrer. El proyecto: taponar el cauce del Turia para hacer un espectáculo de naumaquia entre el Temple y el Palacio Real. Se hizo y las crónicas detallas que Valencia brilló con luz propia hasta el punto de que nunca se ha vuelto a repetir. Y todo fue por no poder hacer una corrida de toros. Así fue el espectáculo de naumaquia en Valencia en 1755.
Pensemos en la actualidad lo que supondría, mínimamente, que el actual antiguo cauce del Turia tuviera cierto caudal. Viajemos hasta 1755, época en la que el río discurría copioso por la capital. En aquella Valencia se quería festejar el tercer centenario de la canonización de San Vicente Ferrer. El plan original contemplaba la celebración de una corrida de toros, pero según expone Víctor Mínguez, profesor de Historia del Arte en la Universitat de Valencia, en el trabajo 'La naumaquia del Turia de 1755: Un hito en el espectáculo barroco valenciano', no pudo tener lugar por «la intransigencia de Carlos III en no otorgar licencia». Ahí tenía que aparecer el ingenio tan propio de los valencianos para dar con una solución y la respuesta fue idear un espectáculo sinigual: naumaquia en el Turia, entre las murallas del Temple y el Palacio Real. Este hito tuvo lugar por partida doble en el mismo fin de semana del 12 y 13 de julio, contó con cerca de 40 barcas, incluía un castillo y un concierto sobre el agua, casi 15.000 puntos de luz iluminaron la zona y las estructuras instaladas para la ocasión pudieron albergar a treinta mil personas sentadas. Todo fue ideado por Manuel Fernández de Mamanillo de la Piscina.
La propuesta, tal y como exponía el cronista Tomás Serrano, recogía «formar en el río Turia un lago... para darse una batalla naval», con iluminación por las noches y con la recreación «del Vesubio y el Parnaso». Así, la zona elegida para tal actividad fue «el tramo que limitan los puentes de la Trinidad y el Real. Las fachadas del Colegio de San Pío V u del Palacio del Real y el inicio de la Alameda». Las autoridades no encontraron «ningún inconveniente serio», según indica Víctor Mínguez, así que toda la maquinaria se puso manos a la obra e incluso se llegó a presentar una maqueta para detallar el mecanismo que serviría como dique de madera.
Felipe Musoles, clavario del Hospital General por aquel entonces, propuso que los beneficios del festejo se destinaran a la institución, pero el alto coste únicamente permitió que el Hospital tuviera que quedarse con el alquiler de unas tribunas para ver la procesión en honor a San Vicente Ferrer. El patrón valenciano tuvo su lugar de honor en una hornacina sobre el Puente del Real, así como que en plena batalla el momento de éxtasis sería la aparición del dominico para ayudar a las tropas cristianas.
El Puente del Real lo tenía, o debería tener, todo. En el centro San Vicente, pero es que en cada extremo se preveía el montaje de un monte Vesubio y un Monte Parnaso. El volcán se hizo realidad y fue «el polvorista alicantino Bautista Pastor el responsable de las explosiones y llamaradas que expulsó su cráter». El Monte Parnaso debería haber estado en el otro extremo del puente con un montaje interno que permitiría actuar en caso de incendio. La maquinaria interna no llegó a tiempo y no acabó por ser una realidad en el festejo.
Originalmente el programa contemplaba la naumaquia para el 7 de julio, pero unas lluvias impidieron la procesión de San Vicente Ferrer que festejaba la Cofradía en el día de San Pedro Apóstol. Tras negociaciones y disputas, el espectáculo naval se traslado al fin de semana del 12 y 13 de julio. La fiesta contaba con tres partes: juegos marítimos, la batalla y un concierto acuático con un castillo de fuegos artificiales.
En la primera tuvieron lugar «corrida de gansos, cucañas o carreras de pequeñas naves a fuera de remos», entre otras. La segunda parte contaba con la propia batalla naval, en la que participaron «Pescadores y Marineros del Grao» con una decena de barcas que llegaron desde la zona marítima, así como desde la Albufera. En la recreación histórica la escuadra musulmana sorprendía a los cristianos, a los que se les aparecía San vicente Ferrer con «espada en mano» para ahuyentar a los moriscos. En la contienda no faltaban «fuego de cañones y fusilería».
Tras la victoria cristiana llegaba el turno de cerrar la fiesta con el tercer acto: un concierto marítimo con veinte músicos en plena noche. Uno de los puntos más destacados por el trabajo de Mínguez era la iluminación, con casi 15.000 puntos por toda la zona de la naumaquia, hasta a nivel del agua. Hasta el Vesubio de Valencia entró en erupción arrojando «numerosas llamas al aire», desde cuyo cráter desprendía «un río de fuego que corría hasta la falda».
La fiesta del sábado 12 de julio se repitió el mismo domingo, haciendo que Valencia brillara como nunca con un espectáculo al más puro estilo romano. Relata Mínguez que en 1796 se buscó repetir dicho festejo con motivo de la beatificación del Patriarca Ribera. No fructiferó dicho proyecto, quedándose entre la memoria y el olvido una celebración única, al más puro estilo de las grandes producciones actuales. Cerca de 30.000 personas pudieron vivir en directo como Valencia brilló con un río lleno de agua, con un castillo entre edificios históricos ya desaparecidos y con una celebración imposible de imaginar hoy en día. Sí, los valencianos de hace casi 270 años lo consiguieron. Con ingenio y como alternativa a una corrida de toros, Valencia ideó un evento tan espectacular como maravilloso en honor a San Vicente Ferrer.
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