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Las Meninas, a su llegada al Colegio del Patriarca. BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA
Las Meninas en Valencia | Cuando Las Meninas vivieron en Valencia

Cuando Las Meninas vivieron en Valencia

Del Prado al Patriarca. Este mes se cumplen 85 años del traslado de obras de la pinacoteca por el peligro que corrían en la Guerra Civil para ser custodiadas en el Real Colegio y las Torres de Serrano

Jorge Alacid

Valencia

Domingo, 7 de noviembre 2021, 20:12

Las Meninas es ese deslumbrante lienzo, de índole enigmática, que recibe en el Prado al visitante en una hermosa estancia consagrada a su autor, el inmortal Velázquez. Una cima de la cultura española siempre dispuesta a sorprender al espectador, que preside esa sala principal del Museo como si el artista sevillano la hubiera pintado con esa intención, con el propósito de convertirse en icono de su colección y fundir las dos almas: igual que la identidad de la pinacoteca madrileña no se entendería sin Las Meninas, el genio de Velázquez parece que sólo puede leerse asociado al madrileño edificio del Paseo del Prado.

Pero no siempre fue así.

Hace ahora 85 años, el cuadro se vino a vivir a Valencia. Ocurrió a consecuencia del traslado forzoso que acometió en plena Guerra Civil, a finales de 1936, la dirección del Museo. Es una historia dentro de la historia del Prado, que celebra sus 200 años de vida con una exposición donde repasa su convulsa y luminosa trayectoria y se detiene en reflexionar sobre el tormentoso tiempo vivido durante el conflicto fratricida, cuando el Museo siguió siendo Museo pero dejó de ser sólo madrileño. Buena parte de sus tesoros viajó al Mediterráneo: como otras instituciones de la República, su destino fue Valencia, domicilio temporal de Las Meninas y otras joyas del Prado.

Lo cuenta el escritor José Calvo Poyato en 'El milagro del Prado', un libro editado por Arzalia, donde repasa las vicisitudes de aquel Prado viajero que desembarcó a orillas del Turia para estupefacción de la sociedad valenciana. «Las obras fueron depositadas en las Torres de Serranos», recuerda Calvo, «que fueron dotadas de un sistema de protección para acogerlas». Y añade: «Las de mayores dimensiones, como era difícil ubicarlas en Serranos, se llevaron al Colegio del Patriarca, donde se preparó una exposición que tuvo gran acogida, hasta el punto de que fue necesario prorrogar las fechas que se habían previsto».

«En el Colegio del Patriarca se preparó una exposición que tuvo gran acogida, hasta el punto de que hubo que prorrogarla»

José Calvo Poyato, escritor

Culminaba así una compleja operación supervisada por la escritora María Teresa León, en ese tiempo pareja del poeta Rafael Alberti. Los medios de transporte eran limitados, las necesidades bélicas tenían prioridad y escaseaban los medios materiales (maderas, papel impermeable, herrajes y un prolijo etcétera que cita Calvo en su obra), para embalar las piezas, de manera que la expedición tuvo bastante de proeza. Al fin, León contactó con la Casa Macarrón, firma de ancha fiabilidad en la custodia y transporte de obras de arte, y el 10 de noviembre de 1936 emprendió camino hacia el este una comitiva que discurrió a la paquidérmica velocidad de 15 kilómetros por hora. Haga el amable lector sus cálculos y concluirá que la travesía tuvo mucho de homérica. Un ejemplo: cuando el transporte llegó a Arganda, hubo que bajar a Las Meninas al suelo desde el camión, porque no pasaba por el gálibo de un puente...

Un camión con obras del Prado, saliendo del museo en dirección a Valencia por la puerta de Velázquez. Instituto del Patrimonio Cultural

No sin contratiempos, los cuadros llegaron a Valencia. Hubo veinticinco expediciones, precisa Calvo: en total, la fabulosa cifra de 525 piezas, desembaladas sin daños irreparables gracias a la diestra conspiración de conservadores y restauradores del Museo (con la hábil pilotaje del subdirector, Francisco Javier Sánchez), y, por supuesto, los camioneros reclutados para la causa, que depositaron ese precioso botín en las manos de Timoteo Pérez, pintor extremeño que ejercía con el Gobierno republicano como responsable de la Junta de Incautación y Protección del Patrimonio. «A Valencia llegaron muchas otras obras de Velázquez, como Los Borrachos o Las Hilanderas, pero también de Goya, como La carga de los mamelucos o Los fusilamientos del 3 de mayo», anota Calvo.

Un delicado tesoro donde brillaban también piezas de Tiziano y Rubens, que durmieron en Serranos gracias al trabajo de adaptación de las Torres acometido por el arquitecto e ingeniero José Lino Vaamonde. Una gran plataforma de hormigón sirvió en el primer piso como parapeto ante posibles bombardeos, una más entre las distintas piezas dispuestas que convirtieron el interior en una suerte de fortaleza, dotada de sacos terreros y un curioso ingenio: una especie de cama formada por cáscaras de arroz, de más de un metro de espesor, para proteger los cuadros en caso de derrumbamiento de los pisos superiores. Un accidente que pudo evitarse, como registra Calvo en 'El milagro del Prado': porque, en efecto, algo tuvo de milagrosa esta peripecia, que incluyó la conversión del Colegio de Patriarca en centro de restauración de las obras.

Preparativos en un vehículo militar para trasladar hasta Valencia algunas de las piezas del museo madrileño. Instituto del Patrimonio Cultural

Fue también el Real Colegio el lugar elegido para exponer otros cuadros llegados desde Madrid, propiedad de la Casa de Alba y pertenecientes a su Palacio de Liria, que cumplieron un doble propósito: uno, pedagógico (acercar todas esa joyas al público de Valencia) y otro, propagandístico. Porque este de Museo del Prado temporal y valenciano sirvió a la causa republicana contribuyendo a sofocar cualquier inquietud ante la opinión pública internacional, alarmada ante el relato de incendios y saqueos del patrimonio eclesiástico que llegaban desde España. Conservadores del British Museum londinense llegaron a desplazarse hasta Valencia para conocer si Las Meninas se sentían a gusto bañadas por la luz del Mediterráneo. Corría agosto del 37; apenas un par de meses después, en octubre, esta pintoresca historia quedó clausurada, cuando el Gobierno de Negrín abandonó Valencia y su condición de capital republicana. Una desbandada que incluyó la fuga de esa rama del Prado que fue valenciana por unos meses.

CURIOSIDADES

  • 525 piezas llegaron desde Madrid a Valencia en 25 expediciones. Hubo otras dos a Cartagena.

  • 15 km/h A esa velocidad viajaron de la capital de España a orillas del Turia los camiones del Prado

  • 10-IX-36 Ese día se emprendió la primera travesía; la última, el 5 de febrero de 1938.

Porque venció, como avisa Calvo, la triste lógica bélica: «Con la Guerra Civil, todas las vivencias como éstas del Museo del Prado, quedaron en segundo plano».

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