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Museo de Bellas Artes.Un visitante observa unode los cuadros de MuñozDegrain en el MuseoSan Pío V. IRENE MARSILLA

Muñoz Degrain, el pintor mecenas

GENEROSIDAD. El artista regaló decenas de obras para los museos de sus dos ciudades favoritas, Málaga y Valencia, que enriquecieron así sus salas

F. P. PUCHE

Domingo, 5 de marzo 2023, 00:37

De entre los muchos artistas que han querido ser generosos con Valencia a lo largo del tiempo, destacamos hoy al primero, Antonio Muñoz Degrain. Valenciano, nació en 1840 en la calle de la Cruz Nueva, que hoy lleva su nombre, junto a la de la Paz. Su padre tenía una relojería y quiso que fuera arquitecto. Pero él estudió Bellas Artes en la Escuela de San Carlos y se ganó a pulso una justa fama, nacional e internacional. Llevado de su generosidad, Muñoz Degrain regaló docenas de obras que hoy llenan salas de los museos de Bellas Artes de Málaga y Valencia, sus dos ciudades favoritas.

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A los 73 años de edad, el insigne pintor Muñoz Degrain estaba como una rosa, lleno de actividad. Así al menos nos lo retrata el periódico, «entre cajones y envoltorios», mientras dirigía «con su charla amena y chispeante, y teniendo siempre en los labios una anécdota interesante y culta, la colocación de sus obras». Le acompañaban en la tarea el secretario de la Academia de Bellas Artes de San Carlos, Luis Tramoyeres, y los artistas José Albiol y Enrique Navas. La escena tenía lugar en septiembre de 1913, y las obras que se colgaban eran más de cuarenta, la primera entrega de un legado artístico donado por el pintor con el fin de nutrir dos salas especiales en homenaje a su obra.

¿Qué estaba pasando? El periódico nos lo explica también: «De algunos años a esta parte, viene observándose una corriente que hemos de ver con satisfacción todos cuantos sentimos intensamente el amor a nuestra querida tierra. Estriba esa corriente en legar a la ciudad elementos de cultura, que pueden constituir la base de grandes centros, el día de mañana». Sí, estaban naciendo las donaciones de los artistas. Y eso ocurría al tiempo que se configuraba la idea, y también las normas legislativas, de unos museos de Bellas Artes nuevos y modernos, independientes de las clásicas academias.

Iniciativa pionera

A esa idea nueva responde la donación que Muñoz Degrain, y no mucho más tarde otros muchos artistas valencianos, desde Sorolla a Benlliure o Pinazo, fueron haciendo a las instituciones valencianas, lo que benefició a todos los amantes del arte. La iniciativa de Muñoz Degrain fue pionera y se hizo corriente en esa década del siglo XX en la que también brotó, aunque nunca llegase a germinar, la idea de levantar un Palacio de Bellas Artes que las reuniera todas en una sola exposición. Los pintores pusieron las obras, pero las instituciones nunca tuvieron presupuesto para el edificio que las albergara.

Antes de que el pintor viniera a dirigir la colocación de sus obras, el periódico nos había hablado, en abril de 1913, de su emplazamiento: «Muy espaciosas resultan las dos salas de Muñoz. Su decoración es sencillísima. La luz penetra por lucernarios dobles, de líneas severas, en forma de artesonado. (...) Los muros están pintados de color pompeyano, conforme al tono escogido por el propio Sr. Muñoz. El piso es de mosaico Nolla, con arreglo al boceto formado por la comisión inspectora de las obras».

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Estamos hablando de dos salas que nacieron, claro está, en la vieja sede del Museo, en el convento del Carmen. Pero que ya reunían los elementos más modernos de la museística del momento. Porque «cada una de las salas está dotada de un sistema de ventilación a tiro directo con el aire exterior. Registros situados en el zócalo vierten al interior el aire puro que unos aparatos recogen del exterior; el cambio se verifica por artísticos florones colocados en el centro de los lucernarios, en comunicación, a su vez, con potentes ventiladores automáticos, montados sobre las cubiertas de las salas».

A tal señor, tal honor. «Antonio Muñoz Degrain inicia, con una esplendidez pocas veces conocida, el legado de obras pictóricas debidas a sus pinceles», dijo el periódico. Primero fueron cuarenta obras; finalmente llegaron a Valencia otras más, hasta 51, en un inventario que incluyó muebles, antigüedades y ropas orientales que el artista compró en sus viajes, y que usaba como modelos para sus trabajos.

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La donación se firmó a finales de septiembre de 1913, en la Real Academia de San Carlos, ante el notario señor Aristoy. El fedatario público, días después, -para que todo quedara bien claro- preparó copias dirigidas al Ayuntamiento, la Diputación y al ministro de Instrucción Pública, señor Bergamín. Después de las firmas, «se trasladaron todos los asistentes a Godella, en donde el Sr. Muñoz Degrain fue obsequiado con un banquete, servido en la hermosa terraza que en dicho pueblo posee el señor Dorda».

El presidente de la Academia, Juan Dorda, es uno de los miembros de la burguesía valenciana dedicado a los negocios y a la política conservadora. Fue alcalde en 1891 y estuvo en la directiva de la Caja de Ahorros; pero, aquejado de una dolencia en el rostro, cambió el rumbo de su vida, se dejó espesa barba blanca y se dedicó a la cultura.

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Como presidente, pues, obsequió al pintor donante como se merecía: «A la mesa, artísticamente decorada con flores y frutas, sentáronse el Sr. Muñoz Degrain y la señorita Flora Trillós», amén de directivos de la institución académica. Salta a la vista la presencia de esa «señorita Flora Trillós», acompañante del pintor, que no puede ser otra que Flora López Castrillo, su alumna predilecta y seguramente su compañera sentimental; una pintora que, según los estudios recientes no solo sintetizó su estilo fantasioso y creativo con el del maestro, sino que es símbolo de cómo pintoras con gran talento fueron «ocultadas» por los convencionalismos de la época. Mucho más joven que Muñoz Degrain, la veremos como profesora de dibujo hasta su jubilación, en 1948. Pero será en la Escuela del Hogar y Profesional de la Mujer, no en una institución de mayor rango académico, como sin duda merecía.

El monumento al maestro

Cuando Muñoz Degrain partió de Valencia, a finales de septiembre de 1913, quedó en el aire un proyecto de regreso a su ciudad natal, por Navidad, para «inaugurar las salas» del museo que había dotado con sus obras. Pero llegó la Navidad de 1913 y no hubo tal. Lo que ocurría es que las autoridades políticas, además del pintor, lo que querían de verdad es que viniera a Valencia el ministro de Instrucción Pública, Francisco Bergamín García, y este, ocupadísimo, no podía.

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Las salas estuvieron a punto para la visita que hizo al museo la infanta doña Paz, en enero de 1914. Pero la inauguración se dejó para las Fiestas de Mayo, confiando en que la Casa Real enviara a la infanta doña Isabel, la Chata; y más tarde para la Feria de Julio, para ver si Bergamín al fin podía. Y así se pasó todo el año 1914, empezó la Guerra Mundial, y el señor ministro, como era de temer, se cayó del Gobierno del presidente Dato, a las primeras de cambio.

Muñoz Degrain, que en agosto de 1914 anunció la concesión de unas becas para pintores, y que desde Málaga inició actividades para poner en marcha el Palacio de Bellas Artes de Valencia, se vio recompensado, en 1915, por el monumento que los jóvenes artistas valencianos y el Círculo de Bellas Artes promovieron en su honor. El Ayuntamiento, que no puso un solo céntimo en el proyecto, accedió a que se ubicara en la Glorieta. Y situó la fiesta inaugural en la Feria de Julio.

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El día 23 de ese mes, en efecto, se celebró con una gran jornada artística la inauguración del busto del maestro. El maestro, una semana antes, había enviado al museo nueve cuadros más.

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