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Primera foto conocida del Jardín Botánico. Es de 1861 y muestra el invernadero tropical diseñado por el arquitecto Sebastián Monleón. Archivo General de la Administración.

El pacto por el Botánico

Una exposición recuerda la historia del céntrico jardín, fruto de una conspiración entre los prohombres de la Valencia del siglo XIX para dotar a la ciudad de un pulmón verde y preservar la flora local

Jorge Alacid

Valencia

Jueves, 25 de abril 2024, 19:19

Valencia posee algunos rincones que invitan a la introspección, al silencio contemplativo. Espacios que respiran paz y armonía, embutidos en medio del ruido ambiente para ... mayor contraste e invitación al sosiego. El Jardín de las Hespérides es uno de ellos. El claustro de la Nau, otro. O el del Patriarca, por ejemplo. Y desde luego el Jardín Botánico, que opera como oasis para todo el barrio al que da nombre. También ejerce una benéfica influencia sobre la ciudad entera, que dispone en sus recogidos metros cuadrados de un monumento a lo mejor de su historia, hacia su lado más luminoso. El que encierra prodigios como el sellado con su fundación, hacia 1802, fruto de una conspiración entre los valencianos de la época para dotarnos de un enclave que preservara la flora autóctona y nos sumergiera en las corrientes de moda entonces: la reivindicación de la belleza que encarnan las ciencias naturales y de su contribución a una sociedad más saludable. Un genuino pacto por el Botánico, suscrito según los preceptos que años después, en un artículo publicado en 1881 en el almanaque de LAS PROVINCIAS, reflejó su entonces director, José Arévalo Baca: «Es verdaderamente consoladora, en medio de las luchas que agitan a la humanidad, esta comunión que se establece por el lado de la ciencia».

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Arévalo aludía a esa alianza a favor de promover un jardín de esta naturaleza que distinguió el espíritu fundacional del Jardín, una criatura nacida gracias al tesón de otro científico valenciano de la generación anterior, el insigne Antonio Cavanilles, cuyo pacto con Vicente Blasco, rector de la Universidad (entidad propietaria del Botánico), permitió alumbrar este hermosa zona verde, cuya historia se puede recorrer en una exposición inaugurada este jueves que se podrá ver hasta noviembre. En ella se recrea aquel tiempo inaugural y se revisa además la feliz trayectoria seguida durante este largo tiempo, a través de una interesante relación de fotografías que testimonian el tiempo transcurrido. José María Azkárraga, profesor de la materia en el Luis Vives convertido ahora en incansable jubilado, es el comisario de esta exposición que anima a ingresar no sólo en el Botánico como espacio grato y ameno, esa anomalía que cada vez lo es más a medida que la ciudad crece y casi lo devora, sino también en los atributos que habitan en algunas de las piezas que aquí se exhiben. ¿Por ejemplo? Por ejemplo, algunas que cita el científico valenciano. «Las colecciones de Vicente Guillén, Eduardo Boscá y Julio Esplugues», cita Azkárraga. «O también la lista de plantas de 1807, robada por los franceses y recuperada por Vicente Guillén», añade.

De arriba a abajo, imágenes que pueden verse en la exposición: en grande, postal coloreada publicada en 1918 (Colección Azkárraga); a continuación, la inauguración del busto de Simón de Rojas Clemente el 27 de febrero de 1927, cuando se cumplía el primer centenario de su muerte (Archivo Histórico Municipal de Valencia); y en pequeño, una foto vertical de Vicente Guillén, jardinero mayor entre 1892 y 1913, fotografiado junto a varios ejemplares de Ágave (Colección familia Guillén).

Azkárraga es una presencia muy familiar para quienes visitan el Botánico, una costumbre que siguen numerosos valencianos porque encuentran en este sucinto territorio una excusa para ensimismarse con sus pensamientos disfrutando de un entorno ameno y callado. Sólo el incansable jardinero que trajina por aquí y mima de la preservación de plantas, flores y árboles con el mismo cuidado y amor con que lo hicieran los padres fundadores y quienes les siguieron al frente de la institución se escapa de la condición de tiempo detenido que sirve para enmarcar la experiencia de sentarse en uno de los bancos y ver pasar la vida a cámara lenta. Dentro de unas cuantas décadas, si alguien revisa la historia del Jardín, nuestro hombre tal vez también protagonice alguno de los retratos que se cuelguen entonces como se exhiben hoy estas fotos en sepia en la sala conocida como Estufa Fría: imágenes como una de las joyas de la exposición, la primera foto conocida del Jardín Botánico. «Es de 1861 y muestra el invernadero tropical diseñado por el arquitecto Sebastián Monleón», explica Azkárraga en las horas previas a la inauguración. También llama la atención sobre otro tesoro que aquí se exhibe: una estampa del citado Guillén, jardinero mayor entre 1892 y 1913, fotografiado junto a varios ejemplares de ágave, según una imagen cedida por su familia.

El comisario Azkárraga, que aporta incluso alguna pieza propia de su colección (como una estupenda postal coloreada, fechada en 1918), destaca además otra significativa joya: la foto que recoge la inauguración del busto del científico valenciano Simón de Rojas Clemente en 1927, cuando se cumplía un año de su muerte. En vida fue uno de los mejores botánicos españoles de su tiempo, que contribuyó a dotar al Botánico de un prestigio enorme, de carácter en efecto nacional. De hecho, su hermano madrileño (ubicado en el paseo del Prado) siendo mayor en tamaño carece de algunos ejemplares muy valiosos que sí alberga el enclavado en la calle Quart. Su nombre, como el de tantas otras personalidades de la ciencia valenciana, forja una cadena de valor que ha llegado hasta nuestros días cumpliendo bastante bien, en líneas generales, el mandato de los Cavanilles, Blasco y demás fundadores.

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Todos ellos, incluyendo a su actual director, Jaime Güemes, han participado del pacto original que regaló a Valencia este singular espacio que pasa a menudo demasiado desapercibido. Nombres como los citados Guillén, Esplugas o Boscá, reputados hombres de ciencia que a lo largo de la historia ayudaron a que este tesoro llegara vivo hasta nuestros días, según el propósito que también reclamaba por cierto Arévalo Baca en aquel artículo para LAS PROVINCIAS: «Rendir culto a la ciencia, lejos de las envidias luchas estériles, engendradas por el egoísmo». El auténtico pacto por el Botánico.

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