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El paso del tiempo deja su poso en la historia de la arquitectura, lo cual es tanto como decir que la vida de Valencia responde ... a las raras piruetas que el destino dibuja en su corazón: esa larga nómina de palacios con que cuenta y que, sometidos a mil vicisitudes, admiten una lectura a través de su biografía que equivale a reflexionar sobre quiénes somos y quiénes fuimos. Tal vez incluso podamos despejar la duda de quiénes seremos conociendo mejor, por ejemplo, la sugestiva trayectoria que ha seguido desde su fundación a nuestros días la Diputación de Valencia a través de los avatares de su sede. Enclavada hoy en el ombligo de la ciudad, la institución es una y trina: al menos, el palacio que ocupa. En realidad, los tres palacios donde se ubican sus dependencias centrales, porque dispone de otros servicios diseminados por la capital y resto de la provincia. Recorrer su enclave principal ayuda a entender la clase de tesoro que llamamos Valencia: un ingente caudal de conocimientos, riquezas (muebles e inmuebles) y, sobre todo, un valioso intangible que merece una visita detallada.
El itinerario se abre fuera de sus muros. En la plaza donde se aloja nos convoca Salvador Calabuig, un profesional experto en Historia del Arte que se desempeña como conservador en la Oficina Técnica de Restauración de la entidad. Es por cierto un ameno cicerone, de espléndida erudición. Gracias a su sagaz mirada acometemos la fase inicial de nuestro cometido. Entender que nos encontramos, en realidad, ante tres palacios, porque la Diputación tiene su sede en el palacio de la Batlia y en otro vecino, incorporado al conjunto arquitectónico aunque con su propia identidad: el palacio de los Boil, antiguos marqueses de la Scala y Señores de Manises, que dan nombre a la plaza en donde se sitúan. Dos emblemáticos edificios enclavados en lo que fue el corazón administrativo de la ciudad y del antiguo reino de Valencia, porque aquí enfrente nos saluda el palau de la Generalitat y al lado aguardan el solar de la antigua Casa de la Ciudad y el centro religioso formado por la Seu, la Basílica de la Mare de Deu y el palau Arzobispal. Un emplazamiento que da idea de la importancia que Valencia concede a su Diputación alojada ante nuestros ojos luego de una excursión por otros rincones de la ciudad: el antiguo palau del Temple y el propio palau de la Generalitat que ya en 1978, con la restauración democrática, se cedió al Consell y a Les Corts (trasladadas en 1994 al próximo palau de Benicarló) pasando la Diputación a ocupar el palau Batlia y el palau Boil. Un palacio llamado también de la Scala, que cuenta con una ampliación adicional a la finca colindante, acometida años después: de ahí que, en propiedad, la diputación pueda presumir de disponer de tres palacios para sus actividades.
Para ingresar en el palacio de Batlia el visitante debe superar un hermoso arco que conduce al elegante patio que conserva el escaso legado de la época en que se construyó como sede del Batle General o Administrador General del Regne: de ahí su nombre. Era una figura destinada a velar por los intereses del patrimonio real, lo que explica la magnificencia de aquel edificio original, levantado en el siglo XVI sobre estructuras preexistentes datadas en el siglo anterior. Era un palacio de nueva planta en estilo gótico-renacentista, cuya portada original se conserva en el Museo de Bellas. Su historia sirve como compendio de la historia general de Valencia: en 1883 fue adquirido por Josep Jaumeandreu i Sitges, un rico exportador de vinos y productos agrícolas, muy arraigado en la alta burguesía local, que encarga al maestro de obras Vicente Alcayne Armengol que convierta aquel edificio en su propio palacio según el código de la época y de su clase, como escenario de la vida social y mundana de la ciudad. Como peaje para alcanzar ese mandato, el proyecto acaba con la construcción gótico-renacentista: sólo sobreviven el encantador patio y la escalera que se concluirá con una espectacular balaustrada de mármol blanco diseñada por José Manuel Cortina. El afamado pintor Pinazo decora además algunas estancias, como el comedor, hasta que otra acaudalada familia burguesa, los Jaudenes (y nobles: eran condes de Zanoni) se haga con el inmueble a principios del siglo XX. Lo que vemos ahora es el resultado de nuevas reformas (acometidas por el arquitecto Luis Ferreres en 1904), que renuevan la fachada y dejan al palacio listo para pasar a nuevas manos, las de la familia Cuenca. De entonces se data un elemento muy singular: cruzando el patio se accede a una especie de galería decorada con hierro forjado, por donde ingresaban las caballerías y hoy aparcan los vehículos de la Diputación. Una serie de valiosos atributos que justifican que fuera adquirido por la entidad en 1952 y destinado a dependencias y también como sede del Museo de Prehistoria. Diez años después, en atención a su riqueza, se convirtió en Monumento Histórico Artístico Nacional.
El palacio de la Diputación (perdón: los tres palacios que la componen) ejercen un poco de navaja suiza. Este recorrido puede plantearse, por ejemplo, como un ruta por lo mejor de la arquitectura valenciana de su tiempo y también como una especie de paseo por las interioridades de una institución básica para nuestra gobernación, porque a cada paso aparecen los funcionarios que trabajan entre sus muros, vemos también el ir y venir de los diputados de un despacho a otro y de sus paredes cuelgan los retratos de quienes presidieron la entidad, para hacernos una cabal idea de su importancia. Pero es también una caminata de índole museística, porque a las innumerables joyas originales se añaden las que la Diputación fue adquiriendo gracias a la donación de obras a que se comprometían los artistas pensionados a lo largo de su historia más remota. En el primer piso aguarda por ejemplo un formidable sillón con apariencia de trono: esa función ejerce en ocasiones memorables, como las visitas de los Reyes o también en el protocolo de Fallas para dar asiento a las falleras mayores. Es una pieza teñida de pan de oro, magnífica, de estilo neobarroco, acorde con la valía de otras ricas colecciones de bargueños y relojes que veremos durante la caminata.
El visitante poco avisado pensará que su recorrido continúa por otras dependencias del palau de Batlia cuando vuelva a la cota cero y traspase al edificio adyacente a través de un delgado pasadizo pero, en realidad, estamos en la vía que conecta el primer palacio con el siguiente, la casa de la familia Boil. Ya estamos en el palau de la Scala, con la boca abierta por cierto: es una finca más hermosa aún que la anterior, que preserva con mayor fortuna elementos originales de la época en que mandó erigir aquí sus dominios nada menos que Pere Boil i Aragón, primer señor de Manises, mayordomo y tesorero real de Jaume II el Just, títulos a los que agregó otros de sobresaliente prestigio: Mestre Racional de València, embajador de la Corona de Aragón en Nápoles y Venecia… Aquel caballero se desposó con otra aristócrata, la italiana Altadona della Scala, hija del señor de Verona, cuyo nombre sirvió para bautizar este edificio… que hay que recordar que son dos, en realidad: la suma de unir dos inmuebles aledaños, que disponían de accesos separados, a través de sus respectivos patios. Es una fusión fechada en el siglo XVIII que hoy todavía nos asombra, un cúmulo de emociones que arrancan en la estupenda puerta orientada a la plaza Manises, continúa con la inspección a esas obras de artistas pensionados que se distribuyen entre sus muros (la incomparable chimenea del infierno, una preciosa escultura de Mariano Benlliure basada en la obra de Dante) y prosigue mediante el acceso a la primera planta a través de una monumental escalera de estilo gótico-renacentista, adornada con cerámicas de Manises de enorme valor y custodiados sus dos brazos por sendos paneles decorativos, también en azulejo, que proceden del zócalo de la antigua iglesia del Hospital: seguimos, como se puede deducir, con la boca abierta. Pero aún hay más.
Sí, claro que hay más. Mucho más, porque al pie de la escalera, detenidos bajo una deslumbrante cúpula de tejas vidriadas, se obtiene una vista espectacular del patio que acabamos de recorrer: es un encantador rincón donde la mirada se pierde…. No sabe uno si detener los ojos en el esbelto cortile que lo recorre en su parte superior, por donde luego seguirá nuestro paseo, o si fijarse en el delicado juego decorativo: un deslumbrante artesonado de influencia mudéjar, que dispone como singularidad excelsa de una serie de mocábares ornamentando el remate de cada esquina, que transportan al visitante hasta la Alhambra granadina. Una espléndida decoración de aroma árabe, que sólo dejó su huella en Valencia en este hermoso palacio, que oculta más secretos: en una apartada estancia, que se arriesga a pasar desapercibida, el visitante tropieza con una pieza de extraordinario valor. La senyera que cubrió el féretro de Vicente Blasco Ibáñez, vigilada por un busto del propio escritor debido a Benlliure: una sala de escasa luz para proteger la delicada tela, que vemos casi entre tinieblas en una atmósfera semirreligiosa.
De vuelta al exterior, Calabuig se extiende en nuevas explicaciones sobre el carácter singular del edifico. Recuerda que tanto el original como el adherido responden a la tipología de los palacios góticos valencianos, articulados en torno a un patio con escalera monumental de acceso a la planta principal. El de Batlia, el más antiguo (data del siglo XVI), cuenta con una coqueta fachada donde se ubica una torre cuadrangular y una galería renacentista de arquillos, que se repite con otra fisonomía en el segundo edificio, el palau de la Scala, fechado en el siglo XVIII cuya fusión con la tercera finca aledaña se sometió con el paso de los años a la dictadura de tiempo: en el siglo XIX pasó a manos de varios propietarios (acogió por ejemplo la sede original del colegio de Jesús y María), luego albergó a Lo Rat Penat ya en el siglo XX y más adelante sirvió par cometidos más mundanos. Se instaló entre sus muros el Sindicato de Hostelería, hubo un particular que alojó aquí un laboratorio de perfumes, otro que contaba con un taller de reparación de pianos… El edificio resultante de la suma de ambos palacios fue objeto de una profunda reforma a finales del siglo XX, que unificó las fachadas y devolvió a los patios su aspecto original, además de agregar nuevas dependencias en el espacio interior. Como el vecino palacio de Batlia, es monumento Histórico-Artístico Nacional, en su caso desde 1949.
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