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u El «Dédalo» en Valencia, mayo de 1922. (Desfilis. Archivo Aura Tívoli)
El portaviones 'Dédalo', sensación
en el puerto

El portaviones 'Dédalo', sensación en el puerto

Valencia fue la primera escala. El buque, la esperanza de España en la guerra de Marruecos, llevaba a bordo 25 hidroaviones, dos globos y sendos dirigibles. Fue la primera vez que sobrevoló un zepelín la ciudad

F. P. PUCHE

Domingo, 29 de mayo 2022, 00:15

Un día de mayo de 1922, cientos de valencianos se quedaron parados en la calle, mirando al cielo con sorpresa. Por primera vez veían evolucionar un gran globo dirigible, un artefacto de color plateado, de casi 40 metros, que llegó del mar y se hizo dueño de todas las miradas. Pero no mucho después, el ruido de motores fue mayor en todas partes y lo que atravesó el cielo de la ciudad fue una escuadrilla de cuatro hidroaviones, aparatos potentes, de doble ala, dotados de ruedas y flotadores. La aviación estaba cambiando el mundo y en la playa de la Malvarrosa, no muchos días antes, ya había sido visto un avión comercial francés. Pero estos eran aparatos y globos de la Armada procedentes de un buque español recién estrenado: el «Dédalo».

Desde el Desastre de Annual, ocurrido en el verano de 1921, España estaba en guerra abierta con Marruecos y se rearmaba con mucho esfuerzo para superar el acoso sobre Ceuta y Melilla. Una de las piezas clave para doblegar a las cabilas rebeldes de Marruecos era la aviación; y en la primavera de 1922 España puso en servicio un portaaeronaves, un barco capaz de llevar frente a los dominios de Abd el-Krim hidroaviones de reconocimiento, ataque y bombardeo. El «Dédalo» era la gran esperanza naval española. Y el 26 de mayo entró en nuestro puerto para cargar combustible destinado a la aviación, hacer unos ajustes y seguir rumbo a Cartagena, su base de operaciones en adelante.

Juan Bautista Robert

LAS PROVINCIAS tuvo la suerte de contar durante muchos años con un colaborador en asuntos marítimos de primer nivel: Juan Bautista Robert. Cuando el «Dédalo» empezó a hacer pruebas de mar en aguas de Barcelona ya publicamos una cumplida crónica suya sobre «El valor del elemento aéreo en la guerra naval». Para España, construir acorazados era un proyecto inabordable desde el punto de vista financiero; pero tener dispuesta la máquina bélica más reciente, un portaaeronaves, era un acierto. Los ocho millones de pesetas invertidos en su adaptación, era un dinero bien gastado.

Porque el «Dédalo», transformado en los astilleros Nuevo Vulcano de Barcelona en 1921, no era otra cosa que un buque de carga de bandera alemana, el «Neuenfeld», incautado por España como reparación por los buques españoles hundidos durante la Guerra Europea. Cuando Fomento lo entregó a la Armada se llamó primero «España nº 6» y después «Dédalo», un nombre que habría de llevar entre 1967 y 1989 otro recordado portaviones español.

Una joya histórica

El recuerdo del «Dédalo» de 1922 es una joya histórica para los amantes de la Armada Española. Porque confluyen en él muchos primeros logros. Fue el primer buque español, y uno de los primeros del mundo, en llevar a bordo hidroaviones, globos de observación y dirigibles. Uno de ellos podía navegar al compás del buque, amarrado a un mástil de proa; el otro estaba en el hangar, dispuesto a ser inflado gracias a la planta de hidrógeno que el buque disponía. En cuanto a los hidroaviones -Felixtowe, Macchi, SIAI- podía transportar doce en cubierta y unos veinte más, con las alas plegadas, en el hangar.

Cuando llegó a Valencia, el 26 de mayo, transportaba 25 aparatos anfibios; las grúas de a bordo los depositaban en el agua y estaban listos para operar en pocos minutos... si el mar estaba en calma y el buque detenía su marcha. Pero estaba por llegar al mundo naval el invento de las catapultas de vapor que proyectan aviones a alta velocidad. Japón fue el primer país en diseñar específicamente un portaviones, no una adaptación: fue el Hosho, que entró en servicio precisamente ese mismo año.

Mucha gente fue al puerto para ver los hidroaviones y al «Dédalo», que era un buque de estampa inusual por su configuración. Aunque armaba cuatro cañones, llamaba la atención por ser distinto a los cruceros de guerra convencionales hasta la fecha. El buque, de 130 metros de eslora, fue, además, fue uno de los primeros en instalar a bordo una gran plataforma ascensor, que sacaba los aparatos del hangar y los subía a la cubierta principal, dedicada al desembarco.

De su estampa extrañaba el mástil de proa, con un llamativo catavientos de aviación y amarres para dirigibles; también los mástiles centrales, enlazados por una celosía metálica, las grúas de popa y una chimenea de diseño especial, dotada de una especie de bulbo en su remate para evitar al máximo el riesgo de chispas. «Con tanta materia inflamable y explosivos como lleva este barco, es de gran importancia cuanto se refiere a medidas de precaución para evitar cualquier causa de explosión que sería de horrorosas consecuencias», escribimos en estas páginas. Y no solo se informaba que estaba rigurosamente prohibido fumar a bordo sino que los depósitos de gasolina de aviación eran de diseño especial para evitar vapores y conjurar el contacto del combustible con el aire. Todos los detalles que el periódico suministró, sobre todo a través del experto Robert, trasluce un esfuerzo especial de la ingeniería naval española puesta al servicio de las necesidades de una guerra, que tuvo su expresión en 1925, con el desembarco de Alhucemas, el primero de ese tipo en la historia naval internacional.

Días en Valencia

Las adaptaciones hechas en el hangar de los dirigibles, y la carga de combustible, hicieron más larga la estancia del «Dédalo» en Valencia, que llegó el día 26 y zarpó el 30 de mayo rumbo a Cartagena. El capitán de corbeta Wenceslao Benítez, y sus oficiales, tuvieron tiempo de visitar a las autoridades civiles y militares valencianas. El gobernador invitó a la oficialidad a un almuerzo de bienvenida. En el primer momento se esperó la llegada a Valencia del acorazado «Jaime I», pero pronto fue descartada; el «Dédalo» quedó fondeado «frente al muelle del mineral, en Caro». Las gasolineras y el «Audaz» fondearon en el muelle del Cabañal, frente al Tiro de Pichón, zona donde aproximadamente tenemos ahora el edificio Veles e Vents.

«La animación en las calles de la capital y en las azoteas de las casas fue muy grande cuando cruzaban el horizonte el dirigible y los hidroaviones, que, entrada la tarde, continuaron los vuelos», escribió LAS PROVINCIAS. «También se traslado mucha gente al Grao, que presentaba animadísimo aspecto, con las constantes evoluciones de los hidros en sus aguas, y con la infinidad de embarcaciones que fueron a ver de cerca los aviones y el «Dédalo», añadimos.

Doce años después, Juan B. Robert reclamó la portada del periódico para celebrar con los lectores lo que había sido un acontecimiento mundial: el aterrizaje y despegue del autogiro de Juan de la Cierva en la cubierta de popa del «Dédalo», acontecimiento que tuvo lugar el 7 de marzo de 1934 en aguas de Valencia. Nunca antes la historia de la aviación y de la marina se habían unido para dar como resultado una novedad técnica y estratégica como esa.

Entonces el «Dédalo» ya iba siendo una máquina superada. Las mayores potencias militares del mundo, desde Estados Unidos a Japón, tenían en servicio auténticos portaviones, plataformas móviles donde los aviones podían despegar y aterrizar.

El autogiro, un invento español, aterrizó en la cubierta de popa del portaviones y no necesitó más de veinte metros de los sesenta disponibles. LAS PROVINCIAS celebró la proeza de Juan de la Cierva con otros reportajes e informaciones. Si hay que destacar alguno, ahí queda el testimonio de Santiago Carbonell, Sincerator, nuestro redactor deportivo, que en las jornadas de marzo de 1934 hizo un vuelo con La Cierva y contó a los lectores sus sensaciones.

El «Dédalo» era una antigüedad naval cuando llegó la República. Pronto fue dado de baja para reducir gastos. El estallido de la guerra civil pilló al portaviones español en el puerto de Sagunto, donde se quedó, sin uso conocido. El gobierno de Franco, tras la guerra, le dio la baja definitiva en el servicio activo el 1 de marzo de 1940 y su destino fue el desguace.

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