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t Incidente. Cae una rama del ficus gigante del Parterre, la pasada semana. iván arlandis

Resistencia y lealtad: los viejos árboles de Valencia

Años y leguas. La historia de los troncos más antiguos es la nuestra: han aguantado vendavales y calamidades, han contemplado el cambio de la ciudad

Domingo, 18 de septiembre 2022

Habrá que darse mucha prisa. El 9 de octubre está a la vuelta de la esquina, a menos de un mes vista, y en un ... día como ese no podemos celebrar la gran fiesta del rey Jaime así como así, sin reparar los daños que ha causado en el banco de cierre y su respaldo la caída de una de las más gruesas ramas del Padre Ficus, el del Parterre, un árbol gigantesco y veterano, testigo de la vida de la ciudad desde hace 170 años. Dicen que llegó por error porque los jardineros pensaban que era un magnolio. Pero desde 1852, el año en que Valencia vio llegar el ferrocarril, ha ido creciendo hasta ser ahora uno de los más copudos y el que tiene el tronco más grueso, 12'95 metros de circunferencia, según la medición oficial que el profesor Monzón le hizo en 2015. Solo un olivo, el bimilenario ejemplar de Gorga, en la Vall de Travadell, le gana por unos centímetros.

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En la ciudad, y en el campo, los árboles nos acompañan. Son testigos mudos del paso del hombre y de su trabajo. Le arropan con extraña lealtad y resisten el paso de tiempos buenos y malos. En la ciudad medieval, solo el rey tenía en Valencia su jardín, aderezado de una notable colección de especies zoológicas; de ese espacio, andando los siglos, vendría la ciudad a ser dueña de los Viveros Municipales. La ciudad foral tenía, sin embargo, muchos «horts», mitad huerto mitad jardín, de propiedad señorial o de cofradías y gremios. De ellos nos quedan algunos ejemplares de ficus muy notables, como el de la Beneficencia, el de Benicarló o de las Cortes, los de los palacios de Raga o de Monforte.

El nacimiento del primer paseo público arbolado de la ciudad, la Alameda, se hace posible en la segunda mitad del siglo XVII con la construcción del muro de la margen izquierda del Turia entre los puentes del Real y del Mar. A la Guerra de Sucesión, la que termina con la batalla de Almansa y la pérdida de los Fueros, se debe, en 1713, el nacimiento de la Alameda y del Plantío, una obra pública que emprende el intendente Caballero para paliar el paro y el hambre que azota la ciudad tras los desastres de la contienda. Era «en tiempo en que los pobres no tenían en que ganar un jornal»; se trataba de superar «lo pobre, aniquilada y destruida que se halla esta ciudad, sin propios como las demás ciudades de Castilla y los arbitrios tan poco valiosos que los acrehedores experimentan un sumo retraso», se puede leer en antiguos papeles municipales.

El Óvalo. La Alameda y el Llano del Real en el plano del padre Tosca. lp

Un impuesto sobre las carnes que entraban en la ciudad hizo el milagro del nacimiento de una hermosa alameda, paseo con dos óvalos en sus extremos concebido en honor de la nueva dinastía Borbón. Las torres de Santiago y San Felipe, de 1714, costaron dos mil libras; y siguen en pie como testigos del primer intento de la ciudad por tener un jardín público digno de ella. Otros adornos de la obra, como el obelisco del óvalo del Real caerían víctimas del malestar ciudadano, pues fue el pueblo llano el que tuvo que pagar más cara la carne para favorecer un paseo en el que los nobles y los pudientes iban a lucir palmito con sus coches de caballos.

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El legado de los franceses

El mariscal Gabriel Suchet, primer duque de la Albufera, al tomar posesión de la ciudad por derecho de conquista nos dejó alguna reforma importada de la Francia napoleónica. La mugre y las malas casas que festoneaban el tramo comprendido entre la plaza de Tetuán y la Puerta del Mar --la calle principal de ese infra-barrio se llamaba de «Palpacuixes»-- fueron derribadas en los primeros compases de la ocupación francesa para dar paso a zonas verdes claves en la ciudad clásica: la Glorieta y el Parterre. La Aduana, que aún estaba en activo como tal, quedó así engalanada al tiempo que se urbanizaba toda el área, desde la calle del Mar a la muralla.

Cuando los franceses se fueron el general Elio, ferviente súbdito de Fernando VII y sus cadenas, siguió mejorando los dos parques con nuevos adornos y plantaciones. La fuente del Tritón, de Ponzanelli, se instala en ese tiempo, como un homenaje valenciano al rey Felón, que tuvo a bien derogar la primera Constitución en su alojamiento valenciano, el palacio de Cervellón, hoy Archivo Municipal de la plaza de Tetuán.

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Con todo, cuando Elio pasó a mejor vida, el Ayuntamiento le quedó la herencia de consolidar y mejorar esos dos jardines con mimos y nuevas plantaciones. En tiempos del marqués de Campo, alcalde e impulsor de reformas, llegó el agua potable y las primeras luces de gas se prendieron en la Glorieta. La plantación del gran ficus del Parterre, en 1852, lleva la misma fecha que la llegada del ferrocarril a la ciudad; y hay expertos que niegan como broma el supuesto error de las especies, dado que un buen jardinero, aseguran, nunca confundirá un ficus con un magnolio.

El Parterre, en 1880. Contaba con el pedestal, pero no con la estatua de don Jaime, que estaba por llegar. LP

Dos vendavales terribles

Los viejos árboles, con su acreditaba lealtad, son víctimas, sin embargo, de los desastres del clima. En las páginas del periódico hay constancia de los daños que causó, en enero de 1898, una especie de huracán acabó con especies de vejez acreditada: «De los tres antiguos y esbeltos pinos que había en el bosquecillo detrás de la fuente del Tritón, derribó el viento poco tiempo há. De los dos que quedaban, anteanoche cayó el mayor». A punto estuvo de caer encima de un tranvía --relata el periódico--; pero por fortuna se limitó a destrozar el respaldo de hierro del banco y la verja del paseo».

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El diario indicó que el ejemplar caído procedía de la dehesa y se plantó con veinte años de edad. El conjunto de pinos situado tras la fuente los mandó plantar el general Elio al primer jardinero municipal apellidado Peris, familia que ha ostentado ese honroso empleo durante todo el siglo XIX y buena parte del XX. Los pinos plantados allí fueron 29 y aún pueden verse algunos ejemplares en el lugar.

Baranda dañada. Efectos de una caída de ramas del año 2015. LP

El vendaval de 1926 quizá fue peor en tanto que dio al traste con el umbráculo de los Viveros y arrasó algunos de los árboles más añejos de la ciudad, tanto en el camino del Grao como en las calles de Pintor López y Conde Trenor, donde dos plátanos cayeron y varios eucaliptos resultaron muy lastimados. Se perdió un enorme eucaliptus en los Viveros y una araucaria de la Glorieta, más quince acacias en el Llano de la Zaidía.

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En las páginas del periódico se reseña la rotura de tres grandes ramas de ficus en la Glorieta y de dos en el Parterre. En las alamedas de Serranos «hay pinos seculares arrancados de cuajo» y el sauce de la puerta de la casa de socorro del Puente de San José «ha quedado cortado por la mitad». Cayeron chopos en el cauce del Turia y uno de ello quedó tendido sobre lo que fue el cuarto de máquinas del Stadium del Turia. Ni que decir tiene que el viento, en aquel episodio, se llevó palomares, tejas, aleros y cornisas, al tiempo que causaba grandes destrozos en el puerto y en la orilla del mar.'

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