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El tesoro que llama a la puerta de la Generalitat
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José Huguet, que acumula cientos de miles de fotos antiguas y postales de Valencia, aspira a que la Administración se haga con su monumental archivoCiutat Vella es una Valencia dentro de la gran Valencia. En sus callejones umbríos, en sus recoletos rincones, cabe en efecto otra ciudad, la ciudad antigua cuyos secretos siempre están pendientes de ser desvelados. Por ejemplo: una mañana de sábado, un hombre camina auxiliado por su bastón por una de esas callejuelas. Lleva paso ligero pese a los rigores de la edad; llegados a un cruce, sus pasos se detienen. Gira a su derecha e ingresa en otro mundo, al que da acceso un misterioso portón. Una cueva de los tesoros, donde anida el prodigioso archivo que nuestro héroe ha ido acumulando a lo largo de sus 90 años, cumplidos en noviembre. En realidad, no hace tanto tiempo que ingresó en la cofradía del coleccionismo: esa fiebre le sorprendió avanzada ya su vida, cuando empezó a viajar a Francia por razones profesionales. En París, a orillas del Sena, sintió un flechazo. Mejor dicho, dos. Uno, cuando se enamoró de Catherine, su luego esposa, fallecida recientemente. El segundo, cuando paseaba por la ribera derecha del río y cayó rendido ante la magia desplegada por los buquinistas, esos buhoneros cuyos tenderetes ocupan un espacio que es físico y también emocional: vendedores de libros, fotos, postales. Longeva memorabilia que hechizó a este caballero que hoy pasea por su escondite en el corazón de Valencia y presenta a las visitas su increíble colección de objetos antiguos, para quienes aspira a un final feliz. Que la Generalitat se haga con ellos y su legado le sobreviva.
Con todos ustedes, José Huguet.
Nuestro hombre vive aquí al lado, en una casa junto al Parterre. Antes de que la edad empezara a doblarle el ánimo, se acercaba por su refugio con mayor asiduidad. Ahora lo hace sólo a petición de LAS PROVINCIAS. No fue difícil convencerle. Don José contestó veloz al teléfono. Parecía que estuviera esperando la llamada para darse una vuelta por sus dominios, pasear la mano por el lomo de una carpeta, acariciar un libro antiguo o admirarse de nuevo ante alguna de sus adquisiciones. También por invitación de este periódico ha puesto su memoria a rebobinar. Y regresa a los dichosos días en Francia, cuando descubrió su afición por el coleccionismo a partir de su particular caída del caballo: ocurrió que, de repente, vio una Valencia que no conocía.
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Una epifanía, porque se puso a cavilar y concluyó que la semilla de su curiosidad, el germen que le animó a empezar a coleccionar esas fotos antiguas de su Valencia, nacía de una anomalía, que era también una evidencia: «Eran postales que no había podido ver hasta entonces porque, claro, se enviaban al extranjero. Nadie en Valencia enviaba a alguien que viviera en Valencia una foto de Valencia con alguna vista de Valencia que ya conocía». ¿Resumen del trabalenguas? «Eran imágenes de una Valencia que los valencianos no conocíamos».
Una verdad de Perogrullo que encendió la mecha de su afición, convertida luego en algo más. Una pasión. Al coleccionismo entregó el matrimonio sus ratos de asueto, viajando por Francia (donde este hábito estaba y está más extendido que en España) al encuentro de las convenciones que las asociaciones de coleccionistas convocaban. Así fue acumulando sus vastos fondos, como las 30.000 fotos y postales antiguas que acabó vendiendo a la Generalitat para alumbrar la Biblioteca Valenciana en el monasterio de San Miguel.
- Pero tengo todavía más.
- ¿Muchas más?
- Muchas más. Unas 100.000.
Suelta la asombrosa cifra como si atesorar todas estas joyas hasta alcanzar ese número homérico fuera el destino natural de todo coleccionista. Y Huguet pasea a continuación por su posesión, de nuevo con esa curiosidad invencible, infinita. Como si viera el mundo por primera vez. Una mirada perpleja, pero también agradecida. Posa diligente para la cámara, vuelve a sentarse en su trono (la venerable silla de despacho, su puente de mando) y comparte nuevas confidencias mientras avanza la mañana. En un espacio contiguo a su fortaleza, ha estado hilando la hebra con el periodista, abandonándose al relato de su formidable biografía. Vástago de una familia de raíz muy emprendedora, le tocó viajar por Europa defendiendo los negocios de las dos ramas de sus progenitores: la exportación de cítricos y la comercialización de piritas, «que limpiábamos de azufre metiéndolas en cemento», recuerda con su prodigiosa memoria, «y luego, libres de impurezas, se podían exportar como mineral de cobre».
Unas montañas de mineral que los lectores más veteranos recordarán haciendo trinchera en la vieja avenida de Francia, en la jurisdicción de la fábrica Cros (más o menos, a la altura de donde hoy se alza El Corte Inglés), viajaban de la mano de los Huguet, previo paso para su tratamiento por las plantas de la localidad navarra de Lodosa o la gerundense de Montgat, hasta la cuenca alemana del Rhur para alimentar la poderosa industria siderúrgica alemana. Y para alimentar de paso otra aventura: la suya como coleccionista.
Porque gracias a la buena marcha de los negocios Huguet pudo ir construyendo este archivo monumental, que se abastecía no sólo de las aportaciones francesas, sino que progresivamente se abrió a otras fuentes de provisión: el valenciano Rastro de la plaza de Nápoles y Sicilia, por ejemplo, donde encontró una rica veta que exploró a conciencia. Y aunque asegura que comerciar por internet no es lo suyo, porque prefiere la materialidad de la cultura analógica, también confiesa que de alguna subasta reciente de fotos antiguas (en Barcelona, sobre todo), se ha acabado enterando y… «Bueno, sí, alguna cosa se encuentra», concede. Aunque también añade, sin asomo de fatuidad: «Fotos antiguas de Valencia seguro que las tengo todas».
-¿Por ejemplo? ¿Cuáles dirían que son sus fotografías más valiosas?
Huguet se toma unos segundos antes de responder. Mira hacia el techo como buscando la inspiración («Contestar a esa pregunta es muy difícil, es elegir una entre tantas») pero acaba atinando con la clave: «Las que hizo el fotógrafo francés Laurent en Valencia hacia 1870». «Las tengo todas», insiste.
Las tiene todas. Todas. Todas las fotos antiguas de Valencia. Nada menos. Vistas de la ciudad antigua y también retratos de quienes la habitaban entonces. Postales que viajaban por medio mundo y acababan en la trastienda de algún mercader hasta que José daba con ellas y las resucitaba. Negativos en celuloide, placas fotográficas de cristal o en cualquier otra técnica propia de cuando esta disciplinaba balbuceaba. Máquinas de fotografiar, cámaras del pleistoceno. Carteles, cartas de visita (ese delicioso anacronismo del siglo XIX). Inagotables fondos, de incalculable valor, que Huguet guarda en su guarida de Ciutat Vella y también en la casa familiar de Benifaió, donde nació hace nueve décadas. El gigantesco legado de un caballero valenciano que se graduó como profesor mercantil en la antigua Escuela de Comercio y ahora, en el otoño de sus días, expresa este contenido deseo. «Me gustaría darlo todo a la Generalitat», explica cuando la cháchara ya concluye. «Sólo pediría a cambio una pequeña compensación».
- ¿Y no le daría pena que todo esto pasara a otras manos?
- No. Pena me daría que se perdiera todo esto.
Hughet, coleccionista. Contribuyó a la Biblioteca Valenciana con 22.000 postales, 18.000 fotos en papel y 6.800 negativos.
Huguet, escritor. Autor de una decena de publicaciones como 'Historia de la fotografía valenciana'
Huguet, reconocimientos. Presidente de la Sociedad Valenciana de Historia de la Fotografía y académico de honor de la Real Academia de San Carlos.
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