Borrar
Urgente Decenas de premios con el sorteo de Eurodreams de este lunes
Verano de 1916.Sobre la arena mismo, el pintortrabaja.
Los veranos de Sorolla en su playa

Los veranos de Sorolla en su playa

Un ritual. Desde que terminó sus estudios, el artista faltó muy pocos veranos a su cita con el Cabañal: era su encuentro con el reto del mar y la luz

F. P. PUCHE

Sábado, 15 de abril 2023, 23:56

Desde su regreso de Roma, donde estudió, Joaquín Sorolla procuró acudir cada verano a las playas del Cabañal y la Malvarrosa. El periódico ya lo entrevistó, sobre la arena misma, en el verano de 1897. Las sesiones de trabajo de 1902 y 1909 fueron especialmente fructíferas, de trabajo rápido y apasionado. El último verano en que pintó cerca de las olas fue el de 1916, un año de madurez. Sorolla regresó en el estío de 1919 pero no consta que trabajara junto al mar. Después, enfermo de hemiplejia desde 1920, su familia le trajo a la orilla del mar en agosto de 1922; pero ya no reconoció los parajes de su juventud.

Era un ritual artístico, el reto de encontrarse con los problemas del mar y la luz en la pintura al aire libre que le hizo famoso en el mundo. Técnica y emotividad, en un muchacho taciturno, de ojos rasgados y tez morena, empeñado en captar el pulso de la vida. «Yo no sé como no estoy loco de remate -le escribió una vez a su esposa Clotilde-. Pues como odio la fotografía, para dibujar un chiquillo he pasado las de Caín; luego, el mar es un lío imposible, porque varía de un modo que rabias, y dudas cuándo estará bien lo que haces». Así, sufriendo, le gusta trabajar a Joaquín Sorolla. En el Epistolario publicado por Felipe Garín y Facundo Tomás hay docenas de ejemplos. Pero Vicente Vidal Corella aportó en nuestras páginas otros testimonios: un poco de color negro muy diluido en aguarrás servía para encajar el motivo en pocos trazos. Y luego, al ataque con el color, directo y rápido. Porque las olas eras rápidas, un niño jamás se está quieto y el brillo de la luz sobre la arena es algo que se tiene que robar... o dar por perdido. Contra los mirones, los ayudantes le construían una especie de caseta de tela, abierta por un solo lado. Después, había que afianzar el caballete, la caja de los colores y poner al menos una sombrilla e incluso una tarima para que el agua no mojara los pies del artista.

El suegro de Joaquín Sorolla, el fotógrafo Antonio García, tenía una casa de veraneo en la calle de la Reina, donde la familia se instalaba hacia el mes de julio. El artista ya fue entrevistado en 1897 por Mateo, para LAS PROVINCIAS. «Todos los veranos viene, se instala en su alquería, y pasa el día sobre la menuda arena, como dicen los poetas. Embriagándose en aquella luz y aquel ambiente». Madrid era la corte y la clientela de invierno; pero los veranos, a ser posible largos, eran para trabajar en la playa. «En tres meses es capaz de pintar veinte cuadros», escribimos.

«Todos los veranos viene, se instala en su alquería, y pasa el día sobre la menuda arena», relataba LAS PROVINCIAS

Vidal Corella aportó datos de vecindario, procedentes de un tiempo en que se sacaba la mecedora y el botijo a la fresca: cerca de la casa de los García-Sorolla estaban la de unos actores, Jaime Rivelles y Amparo Guillén, padres de otros actores, de nombre Amparo y Rafael, que alcanzarían fama nacional. En el popular barrio, mitad de casitas pero mitad aún de barracas, vivía también una pescadora, 'la tía Palaya', que posó como modelo para el pintor más de una vez. No había asfalto entre las casas y el mar. Sobre la arena se construían barcas y se calentaba la brea de calafatear; se remendaban redes y se movían los tornos de trenzar cordelería marina. Los bueyes, pesados y lentos, se adentraban en el agua en busca de las barcas. Y el artista tenía que pintar deprisa porque el sol y la brisa lo cambiaban todo a cada instante.

Los buenos viejos tiempos

El Gran Premio de Honor de la Exposición Universal de París la consiguió Sorolla en 1900 con el cuadro 'Triste herencia' pintado en el Cabañal el año anterior. Los niños tullidos se adentran en el mar ayudados por un hermano de San Juan de Dios vestido de hábito negro. Bancaja compró el lienzo, en 1981, a una iglesia de Nueva York. Los veranos de 1899 y 1902 fueron provechosos para Sorolla, que maduró al sol de la playa sobre sus retos, esfuerzos y logros. En 1909, cuando la Exposición Regional Valenciana, el pintor estuvo en Nueva York, se alojó en el Plaza, y en pocos días vendió en la Hispanic Society toda la obra que había llevado en la bodega del barco.

Y en cuanto regresó, a la playa. A trabajar para una clientela que ya había desbordado a la de la Corte del rey Alfonso. Dos mil duros era el precio medio que percibía por un retrato. Y tenía una demanda asegurada, tanto en Berlín y París como en Nueva York, La Habana o Buenos Aires. Los críticos españoles, tan estrictos en el decálogo pesimista del Noventa y Ocho, se asombraban contrariados ante la obra de un pintor que buscaba la vida, transmitía la imagen de gentes trabajadoras, felices y saludables... y encima gana de dinero. Pero él era leal a sus temas de niños y barcas, a los efectos del sol sobre la sábana de una bañista, al brillo fugaz en la piel de un caballo recién salido de un baño de mar.

En 1905, pasó el verano pintando en Jávea. En 1912 estuvo en Zarauz. En el verano de 1916, Joaquín Sorolla vino a Valencia de nuevo y se fotografió pintando en su playa del Cabañal. 'La niña curiosa', 'Esperando la pesca', 'Después del baño'... Fueron obras clásicas, de una madurez en la que el artista ya dominaba los secretos que quiso descifrar treinta años atrás. Con todo, desde hacía cinco años tenía firmado el encargo colosal de Archer Huntington para la Hispanic Society. Era un montón de dinero; pero, sobre todo, fue un proyecto colosal. No solo por las dimensiones -setenta metros lineales- de los paneles que tenían que cubrir las paredes de un salón, sino por el empeño temático. Porque se trataba nada menos que de pintar las regiones de España; y de hacerlo, desde la modernidad: sin hurtar espacio a las tradiciones, pero sin caer en los consabidos tópicos de la 'españolada'.

El trabajo que Sorolla desplegó fue agotador, física e intelectualmente. Y cuando regresó a Valencia en el verano de 1919, las fotografías le revelaron castigado, cansado e incluso envejecido. No pintó ese verano en Valencia; pero estuvo presente en los actos preparados, dentro del programa de la Feria de Julio, en homenaje al maestro Joaquín Agrasot y en recuerdo de Peppino Benlliure Ortiz, prematuramente fallecido.

La inauguración de los monumentos que tenemos en la Glorieta y en las alameditas de Serranos fueron actos memorables porque Sorolla participó en ellos.

Después, el 4 de agosto, en los Viveros, el maestro fue objeto de un homenaje municipal, con cálidos discursos... Y el compromiso del alcalde de pagar las deudas pendientes contraídas con la Juventud Artística por los pedestales de los monumentos inaugurados.

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

lasprovincias Los veranos de Sorolla en su playa