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Montán, arrasado por las llamas del incendio forestal declarado en Castellón.

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Montán, arrasado por las llamas del incendio forestal declarado en Castellón. J.Signes

«Hemos pasado de ver una pinada espectacular a que esté todo negro a nuestro alrededor»

Los habitantes de la zona más afectada por las llamas vuelven a sus viviendas con una mezcla de alegría y tristeza

Sábado, 1 de abril 2023, 14:01

Las vistas desde Montán recuerdan todo lo que los habitantes han perdido en un abrir y cerrar de ojos. Acostumbrados a vivir rodeados de naturaleza, ahora observan desde sus ventanas cómo el gris ha teñido sus montañas. Miguel Martín señala con un palo de madera que utiliza de bastón todo el monte. En sus ojos se puede ver la lástima e impotencia que siente. «Da mucha pena. El fuego ha machacado mis olivos que tenían 200 años», dice el hombre de 79 años.

LAS PROVINCIAS recorre los parajes arrasados por las llamas tras regresar a la zona todos los vecinos desalojados por el incendio que ha devorado casi 5.000 hectáreas en el interior de Castellón. El agricultor recuerda que el fuego ha devastado todo en plena época de cosecha.

Pero para Miguel nunca se trató del dinero. Hacía tiempo que no se podía ganar la vida de la agricultura. Aun así, aquellos árboles tenían un valor sentimental incalculable para él. «Tenía 60 olivos preciosos y ahora, nada», dice el hombre. Se lleva una mano al pecho. «La vuelta ha sido buena, pero estoy acongojado al ver todo esto», confiesa.

Por fortuna, los pinos que posee no se han visto afectados por el fuego. El vecino reconoce que a lo largo de su vida ha sido testigo de varios incendios. En especial, uno que tuvo lugar hace 30 años y que arrasó con los alrededores de Montán. Sin embargo, nunca tuvo que abandonar su domicilio. A sus 79, tampoco había experimentado no poder salir de su pueblo y que todos sus pasos estuvieran controlados. «Esto es un desastre para la naturaleza y para nosotros también. A esta zona venían muchos senderistas pero, ¿y ahora qué?»

Sus ojos se nublan cuando ve una nube de humo aparecer entre las montañas. Un recordatorio de la pesadilla que les ha tocado atravesar.

Todavía no le funciona el teléfono ni el internet. Se ha podido comunicar con su hija que vive en Valencia gracias a que su cuñada tenía conexión. Pero ni siquiera puede distraerse del infierno que ha vivido mirando la televisión. Sólo le funcionan tres canales. Pocas personas transitan las calles de Montán. Aún así, un grupo de mujeres de avanzada edad quedan a almorzar a las 12, como solían hacer.

Eduardo Gil está con ellas. Acompaña a su mujer que padece párkinson. Habla con su puro en la mano y señala al suelo: «Teóricamente todo esto debería estar lleno de cenizas, pero está limpio». Y tiene razón. Pero las vistas al monte recuerdan el infierno que ha arrasado el Alto Mijares.

Él y su mujer abandonaron el pueblo cuatro horas antes de que los agentes anunciaran que tenían que desalojar sus viviendas. En cuanto se fue la luz de la localidad, decidieron coger el coche e ir a casa de su hija en Valencia. Tenían ganas de regresar a su hogar, pero la vuelta tiene un sabor agridulce para los habitantes de Montán.

Como cuenta Eduardo con una capacidad de diálogo sorprendente, fruto de sus años como profesor de matemáticas cuando todavía existía la EGB, «hemos pasado de ver todos los días una pinada espectacular a que esté todo negro a nuestro alrededor».

Dentro de lo que cabe, mantiene una postura optimista. La información que iban recibiendo sobre el incendio les permitía mantener la calma. Confiaron en que el cortafuegos que crearon hacía cuatro años diera sus frutos y que las llamas no lograran acercarse a las casas del pueblo. Y así ha sido. Sin embargo, Eduardo volvió «con el corazón en un puño, porque nunca sabes a ciencia cierta con lo que te vas a encontrar después de todo».

Aun así, lo que más le consuela es que no tengan que lamentar víctimas mortales. También, que ningún animal saliera herido. El residente recuerda a su vecino que tiene una granja de gallinas y empatiza con la impotencia que vivió en los primeros instantes, cuando no sabía a ciencia cierta en qué estado se encontraban sus animales y no le dejaron entrar a verlos por precaución. El hombre tan sólo pudo dejarles el pienso para que comieran y tuvo que abandonar el lugar enseguida y confiar en que a su regreso todo estuviera tal cual lo había dejado.

A una calle de distancia se encuentra José Javier . El hombre de 43 años carga a cuestas con dos garrafas grandes de agua que los efectivos han dejado al abasto de la población cerca de la Plaza del Ayuntamiento de Montán. Mantiene un rostro alegre, que para nada refleja el dolor con el que carga por dentro.

Perderlo todo

El día en el que comenzó el incendio, todo su mundo se vino abajo en un abrir y cerrar de ojos. A las 5 de la tarde estaba enterrando a su padre, que acababa de fallecer fruto de un infarto. Sin que ninguno de sus familiares lo sospechara. El hombre se fue en cuestión de un instante.

José Javier no pudo seguir con su luto. La humareda que amenazaba con devorar Montán le impidió quedarse en casa a llorar la muerte de su padre. Horas más tarde de darle sepultura, tuvo que salir de su vivienda con lo puesto sin saber cuándo podrían volver.

A su parecer, «las redes sociales han hecho mucho daño. Han magnificado todo lo que ha sido el incendio». Recuerda en especial un vídeo que se hizo viral en el que se mostraban imágenes de las llamas y por el plano, el panorama parecía incluso más desesperanzador de lo que era en realidad.

«Lo bueno es que como nosotros hemos vivido siempre aquí y conocemos el pueblo sabíamos que el fuego no tocaría las casas», relata el vecino.

Le dieron únicamente 10 minutos para ir a recoger a sus perros y marcharse de Montán. Unos momentos cargados de tensión y de incertidumbre. Ahora, poco a poco los afectados por el incendio tratan de volver a la normalidad. Pero el miedo que pasaron y las secuelas del infierno todavía permanecen y permanecerán presentes.

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