Macarena habla con la mirada puesta en las llamas. Su esperanza depende del tamaño de la humareda. «Estoy tratando de mantener la fe pensando ... en que el incendio se calmará. Pero cada vez que confío, veo cómo crece el humo», comenta esta vecina de Montanejos. A ella y a su hermano los desalojaron de su vivienda, pero encontraron refugio en la casa de unos familiares en Segorbe. Aún así, acuden diariamente al camping de Navajas en el que se hospedan los residentes de su pueblo. «Nada más tuvimos que desalojar nos pusimos a ayudar a la gente mayor y nos quedamos aquí hasta última hora de la noche por si necesitan algo», cuenta Macarena de Mateo, de 36 años.
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El sentimiento más recurrente entre las personas desalojadas por el incendio de Viver es la incertidumbre. No saber qué les espera cuando consigan regresar a sus hogares. Si es que el fuego les da una tregua. Joaquín Navarro tiene 70 años y también es vecino de Montanejos. Acudió al camping de Navajas habilitado para dar cobijo a las personas evacuadas por el incendio de Viver junto a su hija, sus dos nietos y sus dos perros. A pesar de las circunstancias, el hombre trata de enfrentar la situación con optimismo. Aunque el miedo sigue presente. «Salir de casa ha sido triste, pero volver será aún más duro. Nos fuimos con una imagen de Montanejos pero no sabemos qué nos espera a nuestro regreso», confiesa Joaquín.
El momento más duro para la familia fue el de la evacuación. Cuando tuvieron que abandonar su hogar y salir de allí sólo con lo puesto. Sin una fecha de regreso marcada ni rumbo fijo. «Lo vivimos con mucha angustia. Lo primero en lo que pensé fue en coger a mis nietos e irme», confiesa el vecino de Montanejos. Afortunadamente, sus propiedades no han sucumbido ante las llamas. El incendio no ha logrado, todavía, penetrar en el pueblo. Sin embargo, los residentes, acostumbrados a vivir entre frondosidad, no saben qué paisaje vislumbrarán desde sus ventanas a partir de ahora. Ni si sus verdes bosques se habrán teñido de un triste color negro. Pero si hay algo que moleste a Joaquín es la falta de prevención de incendios. «Parece que no hayamos aprendido nada de lo que sucedió en Bejís el verano pasado. Nos ha pasado ahora a nosotros, pero dentro de poco le puede pasar a cualquiera conforme está todo», lamenta el vecino desalojado.
Joaquín ahora reside en una cabaña totalmente equipada junto a otras tres personas. El resto de su familia está en una de las tiendas de campaña, que también cuentan con todo lo necesario para una estancia agradable. El hombre observa a su nieto con dulzura. Acaricia a sus perros «Dos» y «Cuatro». El pequeño tiene tan sólo dos meses, y se supone que todavía no podía salir de casa porque no tiene aún puestas todas las vacunas. Pero la vida tenía otros planes. «Este lugar es maravilloso porque aquí pueden jugar y los niños también se divierten mucho en la zona del parque infantil», dice agradecido. Pero ningún sitio puede compararse con el hogar.
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La tragedia ha logrado unir a los afectados. Se ayudan y comparten sus temores y anhelos. Todos tratando de mantener la esperanza de encontrar sus hogares conforme los dejaron. Djami Bachir también tuvo que abandonar su vivienda e irse al camping junto a su mujer y a sus dos hijos pequeños. «Fue todo muy repentino. Salí a comprar tabaco y cuando volví, el pueblo estaba lleno de agentes de la Guardia Civil. No sabía lo que había pasado hasta que llegué a casa y me dijeron que nos teníamos que ir de allí rápido», cuenta el hombre. Mantiene la calma. Se toma la situación con filosofía. Pero lo más duro para él fue ver a su pequeñita, de sólo cinco años, llorar desconsolada al no entender lo que estaba sucediendo. Tras varios días en el camping de Navajas, ahora Mariam juega tranquila. Mira a todo el que pasa con dulzura a través de sus grandes gafas rosas. Se abraza a los desconocidos con una inocencia entrañable. «Estoy bien. Aquí puedo jugar», dice la niña con una sonrisa de oreja a oreja mientras persigue una caricia. Un beso. Una muestra de afecto que consiga paliar el recuerdo del incendio.
En el polideportivo de Segorbe también hay varias familias desalojadas por el incendio. Amparo Milian tiene 68 años y vive en Montán. «Hemos vivido varios incendios de cerca, pero nunca nada parecido», cuenta. Los desalojaron de madrugada de sus casa, y todavía no saben cuándo podrán regresar. «Ahora que han pasado unos días es cuando estoy procesando en frío todo lo que ha pasado y me da mucha pena», dice con sinceridad. Pero nada le borra del rostro la sonrisa. «Les digo a mis amigas por los grupos de Facebook que el gris se va a quedar mucho tiempo en el pueblo pero lo tenemos que dejar llenito de flores cuando volvamos», confiesa esperanzada. Le duelen ciertos comentarios que ha podido ver en redes sociales en los que la población se preocupa especialmente porque el fuego entre en la sierra de Espadán. «Nuestros bosques valen lo mismo. También nos gusta ver los árboles y oír cantar a los pajaritos», enfatiza Amparo.
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Alejandro Recabarren también se cobija en el polideportivo de Segorbe habilitado por Cruz Roja hasta que le indiquen que puede regresar a casa. «La primera noche la pasé fatal. Estoy agobiado, con angustia y lleno de incertidumbre», desvela. Tuvo que salir con lo puesto de su casa, donde le esperan sus 14 gatos, y le aterra que les pueda haber pasado algo. «Tengo muchísimas ganas de poder volver a mi casa. Aquí nos atienden muy bien, pero no es lo mismo que estar en mi hogar», confiesa suspirando. Todos ellos mantienen la esperanza de que las llamas amainen y que no tengan que lamentar perder la vida que tanto les costó construir.
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