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Viernes, 25 de abril 2014, 12:26
Mudhar Almalki, conocido como el bibliotecario de Al Qaida, fue juzgado ayer en la Audiencia Nacional. El presunto integrante de la organización terrorista vivía con su mujer y su hija de 15 años en un piso de la avenida Juan XXIII de Valencia. Allí pasaba buena parte de su tiempo pegado a la pantalla del ordenador, aislado del exterior con unos auriculares. La detención de este sospechoso, en marzo de 2012, volvió a situar la Comunitat como uno de los epicentros del terrorismo islamista en Europa. La ristra de miembros de la red arrestados en la región es extensa. Basta recordar que Alekema Lamari, uno de los terroristas que se inmoló en Leganés tras los atentados del 11-M, residió un buen tiempo en la capital del Turia.
Mudhar negó ayer que su prolífica actividad en internet estuviera dirigida a señalar objetivos terroristas. La Fiscalía le acusa de que tras la muerte de Bin Laden se encargó de esta tarea. Así, los investigadores sospechan que alentó a cometer atentados sobre el expresidente del Gobierno José María Aznar; los presidentes de Estados Unidos George Bush -padre e hijo-, Bill Clinton y Barack Obama; el exsecretario de la OTAN Javier Solana y el ex primer ministro británico Tony Blair. Admitió que se excedió al referirse a ellos como «criminales de guerra», pero que esto nunca supuso situarlos en el punto de mira. Es más, justificó lo anterior como una crítica más a los conflictos bélicos de Irak y Afganistán «igual que hacen muchos artistas». «Son países que han quedado destruidos por una mentira», añadió.
Almalki tenía una gran actividad en importantes foros yihadistas. De hecho, gestionaba uno de los chats. Pero negó que recibiera órdenes de sus superiores y que su misión fuera captar seguidores y adoctrinarlos en la necesidad de perpetrar ataques terroristas.
'La enciclopedia de las armas'
El bibliotecario no quiso dar importancia al hecho de que acumulara importantes dossiers de cómo fabricar explosivos y venenos. Explicó, durante un interrogatorio que duró más de dos horas, que cuando subía este tipo de documentación a la red lo hacía para compartir parte de su colección «sin sospechar que se pudiera hacer mal uso de ella», según informó la agencia EFE. Es más, argumentó que es más peligroso «vender cuchillos» que difundir este tipo de información. Precisamente, el apodo de bibliotecario hace referencia a la gran cantidad de dossiers que manejaba desde su piso de Valencia.
Algunos de los títulos de parte del material que difundió resultan bastante ilustrativos. 'Enciclopedia de los venenos', 'Curso sobre venenos y gases venenosos más populares', 'Programa del oficio del terrorismo', 'Curso del hermano Abdallah Al Adam sobre la seguridad y los servicios secretos' o 'La gran enciclopedia de las armas: Las pistolas, parte 1 y 2' son algunos de los encabezamientos más señalados.
Pese a todo lo anterior, insistió en que apoya la «guerra santa» pero sólo a través de los rezos. «Mucha gente se manifiesta en contra de EE UU, yo hago plegarias para quien se defiende en Irak, Afganistán o Siria».
También restó importancia a las expresiones que utilizaba para poner punto y final a sus intervenciones en los foros: «sangre, destrucción, sacrificio, aniquilación». Esto, según su declaración, tan sólo lo utilizaba como marcador; para saber que ese comentario ya había sido leído.
La Fiscalía solicita ocho años de prisión por pertenencia a organización terrorista. Su relación con la causa yihadista arrancó en 1999, cuando se aproximó a las tesis salafistas. Esto le valió su entrada en el aparato de propaganda del grupo yihadista Red Ansar Al Mujahideen (RAAM), que sigue las directrices de Al Qaida. Al Malaki estaba dedicado a tiempo completo a difundir la yihad mediante la infraestructura de RAAM en Internet y trabajaba en su casa entre 8 y 16 horas diarias para la captación y adoctrinamiento de islamistas radicales. La organización le integró en 2005 en el Consejo de la Shura (consejo consultivo) de su aparato de propaganda como miembro «veterano».
Almalki, de nacionalidad jordana, aseguró en su día que había cursado Medicina e Ingeniería Industrial, pero que vivía del dinero que le enviaba su familia. Asentado en España desde la década de los ochenta, estaba perfectamente integrado. «Amable y discreto», lo definían los vecinos. Desconocían el contenido de las más de 30.000 carpetas almacenadas en discos duros.
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