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La huerta y la ciudad,  una unión inseparable

La huerta y la ciudad, una unión inseparable

Los labradores acudían a Valencia a vender hortalizas y leche, como mano de obra y a pagar a los dueños de las tierras, mientras los burgueses construían sus casas de veraneo en el campo

BEATRIZ LLEDÓ

Sábado, 28 de marzo 2015, 00:18

Campo y ciudad. L'Horta y Valencia. Dos espacios complementarios desde época islámica. Con flujos constantes de abastecimiento, mano de obra y casas de veraneo para la burguesía. Aunque también fuente de conflictos, como las revueltas de los arrendatarios en 1878. Durante siglos, huerta y ciudad han sido inseparables y no se concebían la una sin la otra.

Con 7.350 hectáreas de regadío a mediados del siglo XIX, las relaciones de l'Horta con Valencia eran intensas. Los labradores entraban por la mañana a Valencia en sus carros para abastecerla de productos. Mientras las mujeres vendían coles, lechugas y cebollas en los mercados, los hombres iban casa por casa recogiendo los residuos y los desechos de los animales que luego utilizaban como fertilizantes en sus campos.

Esta era una práctica habitual en otras ciudades mediterráneas, como Nápoles. Otro método tradicional para la fertilización de la tierra, vinculada a la proximidad del mar, era esparcir arena de playa en los campos cultivados.

Así, la huerta era el espacio de abastecimiento de los mercados de la ciudad y alquerías. Tras la introducción de nuevos cultivos en la Edad Moderna, como la morera, llegaron el maíz, la patata y los tomates, que comenzaron a plantarse junto a las hortalizas más tradicionales como las coles, cebollas, alcachofas, berenjenas y lechugas. Cuando en la segunda mitad del siglo XIX se hunde el cultivo de moreras y el cáñamo y cae el del trigo, los agricultores de l'Horta optan por plantar hortalizas, y no naranjos como ocurre en otras comarcas, ya que era lo que les demandaba la cercana Valencia.

En las casas de campo se criaban todo tipo de animales domésticos para el consumo de las propias familias (carne, huevos y leche) y los excedentes también se vendían en la capital. «El consumo de leche aumenta mucho en el primer tercio del siglo XX. Valencia se abastecía de pequeñas vaquerías que estaban dentro de la ciudad, en todos los barrios, así como de cabras y vacas que cada día traían desde la huerta», detalla Salvador Calatayud, profesor de la Universitat de València. Conforme avanza el tiempo, la leche vendría cada vez de sitios más lejanos, de fuera de l'Horta, y a partir de 1950, del norte de España.

Ese abastecimiento estuvo en peligro durante las huelgas de 1878 y 1879 por el pago de las rentas. Los campesinos de localidades como Alboraya y Meliana se negaron a ir a Valencia a vender sus cosechas a los mercados de la ciudad ante la subida de precios por parte de los propietarios. Los labradores se ven apoyados por los 'fematers'. Las revueltas marcan el inicio del acceso a la propiedad de la tierra del arrendatario.

Tal y como ha estudiado Thomas Glick, profesor de la Boston University, Valencia se desarrolló como un centro agrícola y comercial, creciendo en paralelo a la superficie agrícola que abastecía a la ciudad. Las necesidades de la población urbana han determinado, en cada época histórica, la extensión de las plantaciones.

Otro vínculo del espacio urbano y rural es el de la mano de obra de hombres de l'Horta que iban a trabajar a Valencia y de mujeres que acudían, a pie, a trabajar de criadas en las casas más pudientes.

El flujo monetario marca otra de las relaciones del binomio campo-ciudad. «Cada año, alrededor del mes de junio, el labrador de la huerta se desplazaba a Valencia para pagar las tierras al propietario burgués de Valencia», explica Calatayud. Una interrelación que también se ve reflejada en la organización del riego. Todas las acequias que riegan la huerta, salvo la Real de Moncada, dependen del Tribunal de las Aguas de Valencia.

Una muestra más de la simbiosis es que l'Horta es el lugar elegido por muchos burgueses para establecer su residencia de verano para disfrutar de la naturaleza y respirar aire puro. «El huerto es una explotación agraria pero también una casa importante», constata el profesor de la Universitat. Junto a las barracas, los graneros, los depósitos para cebollas y demás arquitectura rural, destacan las alquerías señoriales. Edificios, en ocasiones lujosos, que la burguesía valenciana utilizaba tan solo como residencia estival.

La interacción huerta y ciudad se mantiene en equilibrio hasta mediados del siglo XX. A partir de 1950 los cambios se suceden. La vida del agricultor se ve alterada por la mejora de las comunicaciones y los transportes, el auge de las exportaciones y la mecanización de las labores del campo. Comienza a introducirse el cultivo del naranjo. Unos años más tarde los tractores sustituirán a 'l'haca'. Tras la riada de 1957 se construirá el Plan Sur, que determinará el paisaje tradicional. Después llegará el progresivo abandono del campo debido a su baja rentabilidad y a las duras jornadas de trabajo y la consecuente marcha de jóvenes a la ciudad a estudiar. Hoy existen diversas iniciativas para recuperar la huerta y evitar su retroceso. Recientemente el Tribunal de las Aguas, con motivo de la revisión del Plan General de Ordenación ha trasladado al ayuntamiento de Valencia su preocupación por la «pérdida de huerta», y pide proteger «no sólo la huerta sino también al agricultor, lograr que viva dignamente para que pueda tener continuidad esta figura».

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