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Marina Gimeno trabajando en la huerta de su abuelo Lluís, en Alboraya.
Cebollas 'influencers'

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Marina pidió ayuda en Instagram para vender la cosecha de su abuelo y darle una alegría por su cumpleaños. El mensaje se hizo viral y logró el objetivo

FOTO Y TEXTO TXEMA RODRÍGUEZ

Sábado, 13 de febrero 2021, 00:48

Resulta que en esta ocasión las cebollas del abuelo Lluís se iban a quedar sin vender. Cebollas tiernas, que se recogen en esta época del año en esos huertos que sin mucho esfuerzo se divisan desde la capital, en la vecina Alboraya. Les suele pasar a menudo a los agricultores, que plantan hortalizas o frutas que no se venden o se reciben ofertas a tan bajo precio que el trabajo resulta ser un pésimo negocio. Y también resulta que Lluís tiene una nieta, Marina Gimeno, que apenada por el fracaso comercial de las cebollas de su abuelo y a pocos días de celebrar sus ochenta años de vida, pensó en echar una mano para ayudar a la venta y pidió ayuda en su cuenta de Instagram con un texto ilustrado por unas cuentas fotos de la plantación de cebollas de su abuelo, dos hanegadas en total. Decía que la huerta valenciana «sobrevive a base del abuso del agricultor y lo que os vengo a contar es un ejemplo clarísimo». Daba los detalles concretos, al abuelo le iban a pagar a 200 euros la hanegada y «en Mercadona un manojo de tres cebollas tiernas cuesta 1,30 euros y en Carrefour el kilo está a 2,23, para que echéis cuenta del dinero que pierde el agricultor, al que pagan 0,07 euros por kilo, y ahora que están por recoger lo han dejado tirado».

La idea de Marina, que se ofrecía incluso a llevar la mercancía a sus compradores, «pensando que esto iba a ser una cosa de poca gente, mis amigos de Valencia y familiares», se convirtió en una avalancha de solicitudes que no ha podido atender. Las vendía a un euro el kilo, aunque siempre ponía un poco más. Lo cuenta entre risas mientras arranca las últimas plantas, ya se ha vendido bastante más de una hanegada y se ha cubierto la finalidad, recuperar el dinero invertido, «mi abuelo ha visto el campo y flipa, ha sido una locura, me ha llamado gente de Málaga, de Barcelona, de Ibiza...imagínate cómo podría yo llegar hasta allí si no puedo ni repartir en Manises». Marina ha descubierto que la inocente petición de ayuda en su modesta cuenta de Instagram se ha transformado en una avalancha ingobernable de llamadas y mensajes gracias al poder de viralización de las redes sociales. Señala hacia la casa en la que vive, pared con pared con la de sus abuelos, «vinieron los del Tele 5 y esto parecía Cantora, y yo que publiqué eso de la manera más inocente del mundo, doscientos seguidores tenía y ahora tengo dos mil».

Más allá de este repentino éxito, Marina explica que ojalá sirva como reflexión respecto a las dificultades de los agricultores, «por pedir, me gustaría que no se quede en una anécdota». También reclama más atención para aquellos que, como su abuelo, «no tienen acceso a la redes sociales, hemos de intentar romper esa barrera generacional». Lamenta también el estado de abandono en el que se encuentran la mayoría de los agricultores de esta zona, «aquí, como puede ver cualquiera, no están ni señaladas las calles, muchas ni asfaltadas, no hay luz por las noches y lo cierto es que en cada una de estas casas vive gente, muchos de ellos mayores...piensas en el día que tenga que entrar una ambulancia. Las autoridades solo se preocupan de ampliar la autovía».

Marina estudia en Barcelona, quiere ser guionista de cine. Una de las mujeres que está con ella recogiendo las cebollas le propone que haga una película con lo que está ocurriendo gracias a su publicación en las redes sociales. El teléfono suena a menudo y siguen llegando de vez en cuando coches con personas interesadas en llevarse cebollas, «pero ya está bien, esto no lo hice con la idea de ganar dinero sino simplemente para recuperarlo, el que quiera venir que se lleve las que quedan». Cree que el asunto de las cebollas tiernas de su abuelo también tiene que ver con el interés de la gente por cambiar el modo en el que se gestiona el comercio de los productos agrícolas, «está claro que hay un debate sobre eso y tal vez la historia de mi yayo ha sido un poco la gotita, se nota que hay interés en cambiar la cosas, hay asociaciones que llevan tiempo trabajando, iniciativas, ese tiene que ser el mensaje, que nos podemos ayudar entre nosotros».

Vamos caminando hacia su casa con la carretilla llena de cebollas. Dice que le gustan, aunque ahora reconoce que está un poco saturada. En la puerta espera una mujer que viene a llevarse unos kilos. La casa está junto a una acequia por la que según Google puedes circular con el coche para llegar hasta allí y, claro, resulta que no es posible. Son esas paradojas de la tecnología, te llevan hasta un lugar inesperado a ayudar a una joven que quiere dar una alegría a su abuelo y, a la vez, te meten en un camino que no tiene salida.

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