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Nicolás Van Looy
Altea
Martes, 1 de marzo 2022
En las empinadas rampas de la exclusiva urbanización Altea Hills, zona de altísimo poder adquisitivo en la que abundan lujosas mansiones propiedad de multimillonarios extranjeros, muchos de ellos rusos, el ir y venir de vehículos es constante. Pocos, o ninguno, de alta gama. La inmensa mayoría son furgonetas de empresas de construcción y distintos servicios de jardinería, mantenimiento de piscinas o instalación y mantenimiento de alarmas.
El sol incide con su agradable fuerza invernal sobre las faldas de la Sierra Bérnia y eso invita a que varios grupos de obreros se sienten entre palets y maquinaria pesada a dar cuenta de su almuerzo. Para ellos, la invasión rusa de Ucrania no es un motivo de mayor preocupación que para el resto de los habitantes de la Marina Baixa. Ninguno quiere hablar y sólo alguno termina reconociendo que sus jefes les han dado orden de no hacer comentarios con los medios de comunicación que se dejan caer estos días por la zona.
Entre mordisco y mordisco a sus generosos bocadillos reconocen que, como todos aquí, saben del peso que para la economía y su sector tienen los rusos y, por eso, andan muy pendientes de qué podrá suceder una vez que el flujo de divisas, como pretenden las sanciones económicas impuestas por occidente, se detenga o, como mínimo, se ralentice.
«Pero eso no es cosa nuestra… son los jefes los que saben con quién trabajan», afirma uno de ellos mientras mira hacia el 'skyline' de Benidorm, muy visible desde Altea Hills, y se resigna: «hay muchas obras a las que ir», sentencia.
Más arriba las propiedades son más extensas, los muros más altos, las cámaras de seguridad más numerosas y, al menos en apariencia, las casas más lujosas. Aquí, los pinares ganan terreno y es el lugar ideal para que algunos residentes, sobre todo mujeres de mediana edad, aprovechen la soleada mañana para correr o caminar. Los rasgos eslavos son evidentes, pero su recelo lo es más.
De repente, nadie habla español, inglés o francés. Sólo ruso. Y la presencia del periodista, como si fuese un técnico de alto rendimiento deportivo, provoca un súbito acelerón en la marcha de todo aquel al que se aproxima. Es el hermetismo en mitad de la naturaleza.
«Alguna vez ha venido. La casa no es suya y no sé dónde está; pero sí hay gente que dice haberlo visto alguna vez». El sujeto innombrado es, claro está, Vladimir Putin; que ha pisado en varias ocasiones la Marina Baixa. Quien hace la afirmación es un trabajador de una empresa de servicios que no quiere ser identificado porque «aquí todos trabajamos con los rusos y si hay algo que ellos valoran es su intimidad y el anonimato». No está la cosa para jugarse el pan.
Ese mismo operario asegura que «por el momento, ninguno de los propietarios para los que trabajo me ha dicho que deje de ir a su casa. Los que están aquí, siguen haciendo su vida como siempre. Con los que están en Rusia sólo tengo contacto cuando informan que van a venir para que nos aseguremos que la casa está en perfectas condiciones a su llegada».
Eso, la falta de información, es lo que más le quita el sueño estos días. «Yo soy autónomo. Si ellos no me pagan, yo no cobro, pero tengo que seguir pagando a mis empleados» y sólo sabrá si los pagos siguen llegando con normalidad a lo largo de los próximos días. Cuando las transferencias lleguen o no.
El presidente ruso ha veraneado en alguna ocasión en Altea Hills, desde donde hay unas espectaculares vistas sobre la bahía de Altea, todo el Parc Natural de la Serra Gelada y los rascacielos de Benidorm.
Si Vladímir Putin hizo uso de la piscina de la casa en la que se alojó durante su estancia en Altea Hills es un misterio, como tantas otras cosas aquí. Pero si así fue, es muy probable que tuviera visión directa sobre el Sha Wellness Clinis, ubicado en pleno Parc Natural de la Serra Gelada, en el término municipal de l'Alfàs del Pi.
Aunque la empresa ni confirma ni desmiente nada haciendo gala de su estricta política de garantizar el anonimato de sus clientes, algunos extrabajadores del Sha Wellness Clinic afriman que Putin se cuenta entre los huéspedes más ilustres de un centro que atrae a infinidad de personalidades del mundo de la política, los negocios, la cultura o el deporte con, al menos, una cosa en común: una boyante situación económica.
El continuo movimiento de obreros, grúas y material de construcción se traduce, al menos en teoría, en una obviedad: el mercado inmobiliario de Altea Hills ha salido del letargo pandémico y el dinero, también los rublos llegados desde más allá de los Urales, vuelve a confiar en el ladrillo de la costa española.
En el ámbito inmobiliario sucede lo mismo que a pie de obra: nadie quiere hablar más de la cuenta y, quien accede a hacerlo, pone la condición del anonimato. «El cliente ruso, a día de hoy, tiene un perfil de propietario. Ya no existe ese perfil de alguien con una gran fortuna que viene a invertir en la zona. Hace ya años que no es así. De ese perfil, hay más que se están marchando que nuevos compradores», asegura una agente inmobiliaria que trabaja desde hace años en Altea.
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Esa misma fuente afirma que «por el momento, no estoy notando cancelación de operaciones ni anulación de citas para ir a ver propiedades. Si algo se está produciendo, es un mayor interés; pero entiendo que esto no tiene nada que ver con la guerra. La gente está más 'alegre' desde que España anunció la relajación de medidas sanitarias».
Lo que sí preocupa es que, en la mayor parte de los casos, «el dinero que utilizan para comprar sus nuevas propiedades en España está en Rusia, por lo que las sanciones económicas que se han impuesto van a ser un inconveniente. Ahora que les han cortado el Swift, será un problema, sobre todo, para todos aquellos que no son residentes y, por lo tanto, no tienen cuentas bancarias en España. Incluso, para aquellos que ya tienen su casa y pasan largas temporadas aquí. Van a tener muy complicado acceder a su dinero».
Esa imposibilidad de disponer de sus fondos en Rusia y, por lo tanto, de convertir los rublos a euros que gastar en Altea, podría ser la primera ficha de un dominó gigante que, de ir cayendo, acabará afectando a muchos profesionales directa e indirectamente relacionados con el mercado inmobiliario en la Costa Blanca.
Porque, llegados a este punto, no sólo hay que quedarse con el ejemplo de los obreros, los encargados de mantenimiento o los agentes inmobiliarios. El perfil del comprador ruso nada tiene que ver con el centroeuropeo, normalmente ya jubilado, sino que «suelen ser personas mucho más jóvenes. Gente de unos 40 años con familia y que vienen para empezar aquí sus negocios». Unos vecinos que, como cualquier oriundo de la Villa Blanca, hace vida y consume en los negocios y servicios locales. Unos vecinos que, dadas las circunstancias, podrían dejar de llegar.
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