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Tras la catástrofe de la dana en la Comunitat Valenciana, muchas familias han sido realojadas en viviendas gestionadas por administraciones públicas, fundaciones o asociaciones. Otras todavía están a la espera.
En algunas de las viviendas ofrecidas no se admiten animales de compañía. No obstante, a Samara se le hizo firmar un «consentimiento informado» de la Consellería de Servicios Sociales en el que se establece que «no se podrá rechazar cualquier otro recurso habitacional que pueda ser ofrecido» bajo ninguna circunstancia y que «la no aceptación del nuevo recurso habitacional ofrecido implicará la pérdida de la plaza otorgada y la salida inmediata del CATE.», según ha denunciado este viernes la protectora de Burjassot.
Todo ello, pese a que la Ley 7/2023 de 28 de marzo de protección de los derechos y el bienestar de los animales dice en su artículo 29.4, que «Los albergues, refugios, centros asistenciales y, en general, de aquellos establecimientos destinados a atender a personas en riesgo de exclusión social, personas sin hogar, víctimas de violencia de género y en general cualquier persona en situación similar, facilitarán el acceso de estas personas junto con sus animales de compañía a dichos establecimientos, salvo causa justificada expresamente motivada. En el caso de que el acceso con el animal de compañía no sea posible, se promoverán acuerdos con entidades de protección animal o proyectos de acogida de animales.».
La denuncia ha surgido por el caso de una afectada, Samara, que ha debido afrontar una elección imposible: tener un techo para ella y sus hijas o abandonar a su perro Kobe, el único vínculo que le queda con la vida que la dana le arrebató.
Samara tenía 16 años cuando se convirtió en madre por primera vez. Con pocos recursos y sin apoyo, sacó adelante a sus dos hijas en condiciones de extrema precariedad. Sin acceso a una vivienda digna, la única opción que encontró fue refugiarse en una casa rústica de su madre, en Manises. Un espacio sin luz, sin agua corriente, sin empadronamiento, pero al menos un lugar donde sus hijas pudieran dormir bajo un techo.
Con el tiempo, la familia creció. Kobe Bean Bryan llegó a sus vidas en 2023, un perro que venía de una historia difícil, con estrés por separación y heridas invisibles que solo podían sanar con el apoyo de una familia y un hogar. Samara, sus dos hijas y su otra perrita llamada Turka, acogieron a Kobe como a un miembro más de la familia, y él, a cambio, les dio la seguridad y la compañía que necesitaban en un mundo que parecía darles la espalda.
El 29 de octubre de 2024, el agua entró en su casa con rapidez. Samara apenas tuvo tiempo de agarrar a sus hijas y salir corriendo. Sus perros, asustados, intentaban nadar entre la corriente. Kobe logró salir, pero su otra perra, atrapada entre los escombros y el agua que subía, desapareció ante los ojos de la familia.
Pasaron días buscándola, recorriendo los restos de lo que una vez fue su hogar. Samara, aferrada a la esperanza, peinó la zona una y otra vez, esperando encontrar algún rastro. Hasta que recibió la noticia que destrozó el último hilo de ilusión: su perra fue encontrada muerta en la zona de El Saler. Se había ahogado.
La dana no solo se llevó a su perra. Se llevó su casa, sus pertenencias… Se llevó su estabilidad, lo poco que tenía. Pero Samara seguía teniendo a sus hijas y a Kobe. Y mientras estuvieran juntos, aún quedaba algo de hogar.
Desde aquel día, Samara y su familia han vivido en un centro de emergencias gestionado por la Cruz Roja. Allí no hay hogar, solo una cama en un espacio compartido, sin intimidad ni certezas sobre el futuro.
Y entonces llegó la última injusticia: una vivienda temporal ofrecida desde la Administración, pero con una condición innegociable: Kobe no podía ir con ellas.
Samara no puede entenderlo. «A mí nadie me ha dicho por qué no puede venir Kobe. Los trabajadores de Cruz Roja reciben correos electrónicos con la información, pero a mí nunca me llega nada. Solo me avisan de que no puedo llevarlo, pero sin darme nada por escrito», explica.
Cada vez que ha pedido una explicación formal, le han dicho que esas decisiones se toman internamente y que no le pueden proporcionar ningún documento que lo justifique. Esto va en contra de la Ley 7/2023, que reconoce a los animales de compañía como parte del núcleo familiar y establece que se debe permitir el acceso con ellos a los recursos habitacionales, salvo causa justificada y, en su defecto, proporcionar una alternativa viable.
Samara lo tiene claro: «Kobe es mi familia. Si no puede venir con nosotras, yo no me voy. No voy a abandonarlo, no después de todo lo que hemos pasado juntos».
Las personas voluntarias de la Sociedad Protectora de Animales de Burjassot (S.P.A.B.), han comunicado el caso a las autoridades competentes. Se han presentado escritos a la Conselleria de Servicios Sociales, Territorio y Vivienda, a la Dirección General de Medio Natural y Animal y Dirección General de los Derechos de los Animales. Han pedido que se cumpla la ley y que se reconozca el derecho de las familias multiespecie a permanecer juntas.
Pero la espera es larga, y el miedo de Samara crece cada día. El tiempo corre y la amenaza de quedarse en la calle pesa sobre ella y sus hijas.
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