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Un soldado, con el uniforme de protección tras contener una amenaza radiactiva simulada e Paterna.

NBQ: la última línea de defensa

300 mujeres y hombres componen el regimiento NBQ ‘Valencia’ 1 contra amenazas nucleares y biológicas. «Vamos a tener epidemias globales», dice un mando

luis alfonso gámez

Domingo, 1 de febrero 2015, 11:33

Ha habido un accidente en un laboratorio clandestino donde se usaba un isótopo radiactivo para potenciar cepas biológicas», explica el brigada Mario Abel López Torres. Una fuente de radiación descontrolada es un gran riesgo para la población. Por ello, ha acudido inmediatamente al lugar una unidad adiestrada en la contención de amenazas nucleares, químicas y biológicas o NBQ. Poco después, un grupo de soldados se ha aventurado en las instalaciones. «Con los uniformes de protección, teniendo en cuenta la intensidad de la dosis, podían estar un máximo de 33 minutos a un metro de la fuente», advierte el cabo Francisco Del Val. Por eso han entrado tres equipos sucesivamente hasta conseguir neutralizar la amenaza sin que ningún soldado haya recibido más radiación de la recomendable. El último grupo ha tomado muestras para su análisis en los laboratorios del Instituto Tecnológico La Marañosa, en San Martín de la Vega (Madrid). «Han atajado el mayor peligro: han sacado la fuente radiactiva confinada en un recipiente plomado», señala el brigada López Torres.

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La amenaza era doble, biológica y radiológica, y han pasado varias horas desde que los primeros militares accedieron a las instalaciones y examinaron el terreno hasta que han salido los últimos. El escenario ha quedado contaminado, pero los hombres y sus vehículos se someten a descontaminación en un barrizal próximo, bajo la atenta mirada de efectivos de la Brigada de Sanidad. «¡Hace un bonito día militar!», ironiza el subteniente Norberto Mora, del regimiento NBQ Valencia 1. Los detectores de radiactividad no dan ninguna desagradable sorpresa. Jarrea en Valencia.

Misiones internacionales

«Todo ha salido bien», dice el cabo Del Val, árbitro de la prueba y que antes estuvo destinado en la Unidad de Operaciones Especiales del Ejército de Tierra. Un grupo de paracaidistas jugará mañana por la mañana en el mismo escenario; por la tarde, lo harán legionarios. Estamos en el Acuartelamiento Daoiz y Velarde, en Paterna (Valencia). Al brigada López Torres, criminólogo jefe del equipo SIBCRA llamado así por las siglas en inglés de Muestreo e Identificación de Agentes Biológicos, Químicos y Radiológicos, y sus compañeros del regimiento NBQ Valencia 1 les llevó un día diseñarlo. Ellos crean los escenarios de prácticas. La amenaza simulada es parte del ejercicio Grifo, el más importante de este tipo del Ejército español. «Es el de referencia para todas las unidades NBQ de la fuerza terrestre», destaca el coronel Fernando Soteras, jefe de un regimiento, el Valencia, que en 2015 cumplirá diez años, aunque «ya desde los años 20 del siglo pasado existen unidades especializadas en nuestro Ejército».

«Los textos históricos describen cómo en el año 424 aC, en la batalla de Delio (Guerra del Peloponeso), se usó el lanzallamas con mezclas que contenían serrín de pino, azufre y brea ardiendo; o cómo el Imperio Bizantino utilizó en las batallas navales el llamado fuego griego, un precursor del napalm inventado por el ingeniero Calínico en el año 668 aproximadamente», explica el teniente coronel farmacéutico René Pita, toxicólogo y profesor de la Escuela Militar de Defensa Nuclear, Biológica y Química de Hoyo de Manzanares (Madrid), en su libro Armas químicas. La ciencia en manos del mal (2008). Fue, sin embargo, el uso de cloro, fosgeno, difosgeno e iperita en la Primera Guerra Mundial el que marcó el inicio oficial de la guerra química.

A mitad de los años 20 ya existía en el Ejército español el Servicio de Guerra Química y, a mediados de los 50, una unidad con base en Ávila, luego en Madrid y desde 1965 en Santander como regimiento de infantería Valencia 23 de defensa ABQ (por atómica, bacteriológica y química). Su denominación pasa a ser NBQ cambia la A de atómica por la N de nuclear en 1986 y se traslada a Valencia en 2005 ya como regimiento NBQ Valencia 1. Cada uno de los cerca de 300 mujeres y hombres acuartelados en Paterna «está cualificado en algún ámbito o equipamiento de la defensa NBQ», destaca el coronel Soteras, y preparado para colaborar con otras unidades en caso de emergencia, aunque normalmente sólo entran en acción fuera de España.

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Allí donde se despliegan tropas españolas, los miembros del regimiento Valencia van los primeros para reconocer el terreno, identificar posibles amenazas una fábrica de pesticidas o un hospital abandonado, por ejemplo y neutralizarlas antes de que lleguen sus compañeros. «Hemos estado en Afganistán, Irak, Líbano, Bosnia, Kosovo... para controlarlo todo. En algunas misiones internacionales hemos tenido un oficial NBQ de enlace», indica el coronel Soteras. No hay veterano de la unidad que no haya intervenido en un destino conflictivo. «He estado tres veces en Líbano. En 2006, el escenario era de destrucción total, incluidos los hospitales», recuerda el cabo Del Val.

Ertzaintza y Mossos

Los mandos del regimiento Valencia y de las otras unidades de las Fuerzas Armadas implicadas en la respuesta NBQ se han formado en la Escuela Militar de Defensa Nuclear, Biológica y Química de Hoyo de Manzanares.Por sus aulas han pasado desde 1982 oficiales y suboficiales de los tres ejércitos y, desde los ataques terroristas con gas sarín del metro de Tokio de 1994, personal de los servicios de emergencias y cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado: Guardia Civil, Policía Nacional, Mossos dEsquadra, bomberos... «Hemos formado a efectivos de la Ertzaintza aquí y en la Academia de Arkaute», indica el coronel Felipe Chorro, director del centro. También han colaborado con la Unidad Médica de Aeroevacuación del Ejército del Aire (UMAER), la que repatrió a los misioneros Miguel Pajares y Manuel García Viejo, infectados por ébola, desde Liberia y Sierra Leona, respectivamente.

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La escuela tiene una docena de profesores. El adiestramiento consiste en 150 horas de formación teórica a distancia, a las que siguen 141 horas de clases presenciales y otras 37 de conferencias, visitas y ejercicios. «Lo primero es conocer el agente al que te enfrentas y los medios de los que dispones para neutralizarlo. Te puede dar respeto, pero no miedo. El miedo es algo psicológico», advierte el teniente coronel veterinario Alberto Cique. Cuando en 2001 empezaron los ataques con carbunco (ántrax) en Estados Unidos, el nerviosismo llegó a ser grande entre miembros de las furzas de seguridad por miedo a llevarse el mal a casa y exponer a él a sus familias. «Cuando les enseñamos que no hay peligro de contagio de persona a persona, disminuyeron los niveles de ansiedad», recuerda el teniente coronel Cique. «El enemigo es el pánico», coincide el subteniente Miquel Peñarroya, del regimiento Valencia y doctor en comunicación audiovisual.

«Mentalizar a los alumnos del riesgo de estas amenazas cuando trabajan con sustancias que simulan ser peligrosas, pero no lo son, exige mucha instrucción y mucho tiempo indica el teniente coronel Manuel Monroy, jefe de estudios del centro de Hoyo de Manzanares. El objetivo es automatizar los procesos al máximo». Que el combatiente sea capaz de seguir el protocolo al pie de la letra en las situaciones más adversas, «como el campo de batalla», y que, aunque el ejercicio se haga con simulante, considere un riesgo mancharse al quitarse el traje de protección impregnado de él. «Hay que tener en cuenta todo. Según hacia dónde sople el viento, puedes poner en peligro a tus compañeros cuando te quitas el traje. Ese momento es muy delicado», ilustra el coronel Chorro.

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En ninguna práctica realizada en España entran en juego amenazas químicas, biológicas y radiactivas de verdad. Todo es simulado. Pero efectivos del regimiento Valencia participan periódicamente en ejercicios internacionales con sustancias reales en instalaciones de la OTAN en Canadá, en la República Checa y en un futuro posiblemente también en Serbia. «Sirven para recordar que los agentes de guerra existen y que están en la sociedad», explica el coronel Soteras, quien asegura que hacen falta tres años en el regimiento para que un soldado NBQ se considere totalmente formado.

El riesgo en la calle

El peor enemigo es el biológico, coinciden en la escuela y en el regimiento Valencia, porque, para empezar, no hay detectores que alerten previamente al personal sobre el terreno, como sucede con las fuentes radiactivas y los agentes químicos. «Las alertas biológicas van a seguir saltando. Vamos a tener epidemias globales», aventura el subteniente Peñarroya. El ébola, una enfermedad nueva para mucha gente, es un viejo conocido de los expertos en defensa NBQ. «En la escuela llevamos años trabajando con cápsulas de evacuación ante el riesgo de crisis como la del ébola. Ese escenario es una realidad para nosotros desde hace años», dice el teniente coronel Cique.

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Los atentados con gas sarín de Tokio llevaron a España y otros países a dotarse de unidades especializadas en los diferentes cuerpos policiales y servicios de emergencias porque los agentes químicos, biológicos y radiactivos, debidamente controlados, forman parte de la vida cotidiana. «Y el riesgo cero no existe», subraya el teniente coronel Monroy.

Un accidente de un camión cargado con sustancias químicas o una emanación de cloro serían incidentes NBQ competencia de los servicios de protección civil; pero, en caso de un siniestro grave o de un ataque terrorista, lo previsible es que el regimiento Valencia liderase la defensa. La unidad con base en el Acuartelamiento Daoiz y Velarde cuenta con todos los medios de detección y protección para los diferentes tipos de amenazas, con equipos para la descontaminación de personal y vehículos pesados, con experiencia sobre el terreno y con el entrenamiento militar para operar en situaciones límite. «No tenemos a nadie detrás», dice el coronel Soteras. Los miembros del regimiento Valencia saben que, cuando se enfrentan a una amenaza, no pueden pedir ayuda. «Somos la última línea de defensa», sentencia el cabo Del Val, empapado bajo la lluvia en Paterna.

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