Borrar
Cuando la vida se estrella en el camino

Cuando la vida se estrella en el camino

Familiares de víctimas valencianas de los peores desastres relatan su lucha por sobrevivir tras el drama

Juan Antonio Marrahí

Jueves, 2 de abril 2015, 13:13

Primero, algo falla. No ha llamado. No llega a casa como estaba previsto. No responde al teléfono. En ocasiones, la noticia salta y comienza la duda. "No puede haberle pasado". Más tarde, suena un teléfono. A veces es un amigo que rompe a llorar sin poder articular más palabra que el nombre de la víctima. Otras, una voz o una visita oficial fría y resolutiva. Y ahí, en ese punto, sus vidas se estrellan y se hacen añicos. Como con el vuelo de Germanwings en los Alpes, la fatalidad los elige, los vapulea y los enfrenta al vacío. A las preguntas sin respuesta. Al hambre de una justicia que, en todos los casos, siguen añorando.

Las miradas de Amparo Villar, Carmen, Francisco o Paco revelan experiencias insondables. A la primera, el fuego de Torremanzanas le arrebató a su marido, padre de su hija y de la que llevaba en el vientre. Carmen asistía orgullosa a la juventud de su hija Patricia cuando el albergue de Todolella se la robó para siempre junto a otras 17 personas. Francisco tenía a su hijo entre los 62 militares que nunca volvieron a España al estrellarse el Yak-42 en Turquía. Paco había encontrado a la mujer de su vida, pero la perdió en el accidente de metro con 43 muertos y 47 heridos.

Las víctimas narran su lucha por sobreponerse y las dificultades para intentar pasar página, algo que "jamás se logra del todo". Algunas, como Carmen, perdieron la fe. Amparo suple el vacío con trabajo y dedicación a sus dos hijas. Francisco y Paco se han convertido en luchadores en busca de "una justicia que no hemos recibido". Y todos coinciden en una indignación que se entremezcla con la amargura de la pérdida: "nadie dimite", "nadie se responsabiliza", "nadie pide perdón". Sus voces merecen ser escuchadas.

Amparo Villar: «Hasta el olvido resulta doloroso»

El rostro de Amparo se ilumina al recordar a Emilio. Pero sus ojos se humedecen mientras describe lo último que ella le dijo en vida: "Llegas tarde a trabajar". Una frase cotidiana como adiós. Aquel día soplaba un poniente maldito. El brigadista se enfundó el uniforme y se fue a trabajar. Atrás, el amor de su vida, una hija y otra en camino. Delante, un incendio forestal en Torremanzanas. Su muerte.

La afición por el deporte les unió. "Lo conocí corriendo", recuerda la valenciana. No olvida que fue ella la que le empujó a ser brigadista. "Él trabajaba de maestro, pero me conoció cuando yo trabajaba en brigadas. Me enteré de una oferta que salió para autobombas, se ilusionó, se sacó el carné de conducir camiones y allí estaba, defendiendo el monte".

Lo que sucedió aquel día todavía colea en un juzgado alicantino, con tres mandos de extinción imputados en un presunto homicidio imprudente. "Pensar que su muerte se podría haber evitado con las adecuadas precauciones todavía lo hace más complicado de encajar". Mientras la versión oficial habla de un golpe de viento letal e imprevisible que hizo que las llamas envolvieran a las víctimas, sus familias, amparadas en la voz de testigos, defienden que los mandos tomaron decisiones imprudentes.

Y así fue como Amparo se vio, de la noche a la mañana, viuda a los 35, con una hija de dos años a su cargo y otra de 20 semanas en su vientre. "Fue muy difícil. No lo oculto". En ese año anclado en su memoria fue madre por segunda vez en diciembre. "Hay que seguir. Por ellas. Las niñas me han ayudado mucho a tirar del carro". La mayor, desde su inocencia, "ve fantástico que su padre esté en el cielo. Claro, no lo puede entender...".

"En los primeros días tras recibir la noticia estaba en shock. Con el ansia de saber qué había ocurrido, de recuperar de algún modo a mi marido. Poco después descubres que es imposible y llega un enorme vacío. Y luego, hasta el olvido resulta doloroso", resume Amparo. Hoy es toda una luchadora, madre y trabajadora. "Procuro ponerlo todo en compartimentos estancos. El dolor tiene su hueco, pero no puedo estar todo el día hundida". Trabaja en Tragsa como ingeniera técnica. "Hay que llevar el peso de la muerte en el corazón, pero no en la espalda", aconseja.

Carmen Merchante: «Lucharé por Patricia hasta que desfallezca»

Durante 21 años Carmen Merchante y su marido disfrutaron de su hija. Patricia Jiménez era una joven "polifacética, creativa, enamorada del cine, el periodismo, la radio, la fotografía...". Ya había hecho varios cortos, y trabajos en la SER de Morella, donde acababan de ofrecerle un contrato. Precisamente sobre esa buena noticia conversó con su madre por última vez.

"Mamá, he llegado bien a Morella. He firmado un contrato muy interesante. Esta noche iré a un cumpleaños en un albergue y alguien me acercará luego a Valencia. Hasta mañana". Carmen ya no la escuchó más. Al día siguiente, un amigo de Patricia les llamó a casa. Sólo escuchó sollozos. "¿Qué pasa?", inquirió Carmen. "Patricia está muerta".

La joven fue una de las 18 personas que fallecieron en el albergue de Todolella. La falta de ventilación y dos estufas de granja que llevó una persona que no se ha podido determinar crearon una letal e invisible nube de monóxido de carbono. La muerte invisible se los llevó a todos.

Coincidiendo con el décimo aniversario de la tragedia, el Tribunal Supremo desoyó las reclamaciones de familias de víctimas que denuncian la ilegalidad del albergue. Responsabilizan al Ayuntamiento de Todolella y a la Generalitat por la falta de cautela y del deber de vigilar las condiciones del lugar. "Lucharé por Patricia hasta que desfallezca. Sólo así moriré tranquila", proclama la madre de 69 años. Ahora el Constitucional tiene la última palabra. "Pero de momento, ni responsables ni indemnizaciones. Nada.".

"Que no nos fallen las fuerzas, Vicente. Estamos solos", le dijo a su esposo en la amarga hora del reconocer el cuerpo. "Tanto dolor e injusticia me ha hecho perder la fe que tenía. Algo así lo cambia todo", confiesa.

Carmen halló consuelo en los trabajos audiovisuales de Patricia, aferrada a ese rastro de vida convertido en sonidos e imágenes. "Necesitaba verla y cada día me ponía un cedé diferente". Siguió trabajando como funcionaria en la CHJ, como le aconsejaron. "Si me hubiera quedado sola en casa hubiera sido peor".

Pasaron cuatro años hasta que tuvo fuerzas para deshacer el cuarto de Patricia. Hoy, Carmen y su esposo se han trasladado a Silla. Dejan atrás los recuerdos que les trae la casa de Valencia y ayudan a su hijo en los cuidados de su nieto.

Francisco Cardona: «Un hijo es irrepetible. Si se va, nada lo suple»

"Ni lo de los Alpes ha sido un accidente ni lo de los nuestros lo fue". Francisco Cardona, vecino de Alboraya, se refiere a aquella madrugada en la que el avión Yak-42 que traía de vuelta a casa a 62 militares españoles se estrelló en Turquía. Además, fallecieron 13 miembros de la tripulación.

Entre las víctimas estaba Francisco José Cardona Gil, su primogénito, suboficial de 28 años y mecánico de aviones que había servido en la misión internacional contra el terrorismo, en Kirguistán. "Un hijo es una obra de arte hecha entre dos personas que se aman. Algo único e irrepetible. Si se va, nada lo suple".

Paco y su esposa Amparo viajaban a la base aérea de Zaragoza. El militar había partido un domingo de Ramos y ya volvía a casa. Amparo, de camino, escuchó su voz por última vez. El joven estaba apunto de embarcar en el Yak-42 y así se lo hizo saber. Apremiado por las prisas, pronunció una frase que acabó resultando premonitoria: "Bueno, mamá, ya no hablamos más".

En el pabellón de suboficiales, poco antes del momento previsto para el aterrizaje en España, un coronel se dirigió a ellos y expuso: "Traigo malas noticias. Su hijo ha fallecido en un accidente aéreo en Turquía". El Gobierno achacó lo sucedido a un error humano de la tripulación durante las maniobras de aterrizaje. El juez se refirió a una acción "negligente y temeraria".

Francisco, junto con la asociación de víctimas, sigue luchando por demostrar más responsabilidades: "Viajaban sin billete, sin seguro, con un comandante que tenía la licencia de vuelo caducada... Hubo negligencia, ineptitud e irregularidades de Defensa en la contratación del vuelo y la tripulación, una letal falta de cautela".

A ello se sumó el escándalo de lo que el padre califica de "no identificación" de cadáveres. La lucha de las familias demostró que 30 cuerpos de los 62 militares muertos llegaron a España sin identificar. Fue necesario realizar exhumaciones "El Gobierno faltó el respeto tanto a los vivos como a los muertos".

Tras semejantes mazazos, "ni yo ni mi mujer hemos vuelto a ser los mismos. Reconozco que soy más agresivo, más malo, entre comillas". La familia mantiene intacto el cuarto del militar fallecido. Ya jubilados, se vuelcan hoy con sus otros dos hijos.

Paco Manzanaro: «Sin justicia, no logro completar mi duelo»

Ese 3 de julio de 2006 iba a ser un día especial para Paco Manzanaro y Rosa Medina. Su hijo se graduaba. El hombre, empleado de banca, salió de casa y se despidió de su esposa con una broma: "Esta tarde no vas a poder entrar por la puerta de lo ancha de orgullo que vas a estar".

Antes del acto, Rosa decidió desplazarse desde Torrent a Valencia para cambiar el vestido que había comprado para una boda. Y lo hizo en metro. "Cuando mi hijo llegó a casa sobre las dos no había nadie. La comida no estaba preparada. Eso no era normal para lo cuidadosa que era mi mujer, siempre volcada con nosotros", recuerda.

Tras una sucesión de llamadas, padre e hijo pusieron rumbo al escenario del desastre. "Pasamos cinco horas eternas en el puesto de Cruz Roja donde facilitaban los nombres de heridos". Finalmente "llegaron Rita y Camps. Ella daba la cara. Él agachaba la cabeza. La alcaldesa se interesó y nos preguntó". La frase de Barberá fue la primera confirmación: "Si no está en las listas, no esperen nada bueno".

Ya en el Instituto de Medicina Legal, aconsejado por los forenses, Paco y su hijo optaron por no reconocer el cuerpo. "Todavía me torturo con eso, ¿sabes? No sé si hice lo correcto o qué", admite mientras encadena un cigarro tras otro.

"La vida sin Rosa se me hizo una montaña. Caí en depresión y dejé el trabajo", recuerda Paco, ya jubilado. En su memoria está clavada esa "desafortunada" visita a su casa de Juan Cotino y un concejal. "Vinieron a ofrecer trabajo para mi hijo, pero con el interés puesto claramente en si iba a denunciar o no".

Cuando la sentencia determinó que no había más responsables que el maquinista muerto y su velocidad "me sentí dos veces ninguneado". "Sabían que la red necesitaba mejoras, que los trenes estaban obsoletos... ¿Eso no cuenta?", se pregunta el viudo. "Cesan a alguien o se produce una dimisión y cierras la herida. ¿Tanto cuesta reconocer una metedura de pata? Sin justicia no logro completar mi duelo, no puedo", reflexiona.

Su hijo se ha independizado. Paco ha luchado contra la soledad y por rehacer su vida sentimental. Las salidas con amigos divorciados, los bailes de salsa... Tiritas sobre una herida profunda. "Ha habido otras, pero por poco tiempo. Lo tengo jodido. Lo que tenía era tan bueno...".

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

lasprovincias Cuando la vida se estrella en el camino