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José Miguel Mulet, con su ojo derecho ampliado por una lupa.
Anatomía de un crimen

Anatomía de un crimen

Una dentadura fue la clave para identificar un cadáver hundido en el Júcar y el ADN permitió esclarecer los crímenes del asesino del chat

JUAN ANTONIO MARRAHÍ

Domingo, 19 de junio 2016, 21:52

«Si tienes la peregrina idea de cometer un delito o matar a alguien no lo hagas. Vete al cine o cómprate un libro. Hay cientos de maneras por las que podrían pillarte. Hagas lo que hagas, dejas trazas y señales de tus actos. Cada vez es más difícil que un crimen quede impune». Es la conclusión del científico y profesor valenciano José Miguel Mulet en su libro 'La Ciencia en la Sombra', donde revela con detalle y rigor cómo funciona esa gran arma que es la ciencia en manos de policías y forenses.

Hace pocas semanas, un desalmado acabó con la vida de dos hermanos en la calle Císcar de Valencia. Asfixiados, atados y envueltos con bolsas y sacos de dormir, rodeados de ambientadores y arena de gatos para ocultar el crimen y ganar tiempo. Pero el hedor de la muerte, un proceso que Mulet aborda con detalle en su libro, sacó el homicidio a la luz. «Es una mezcla de sulfhídrico y poliaminas. Es muy fuerte, pero al ser moléculas pesadas no llega muy lejos. La arena de gato fue quizá lo más efectivo, pero el ambientador mezclado con el olor es algo todavía más insoportable», revela el investigador valenciano. A las pocas horas del hallazgo, los policías ya sabían que el crimen se había producido unos 20 días antes y la autopsia no tardó en determinar que los hermanos fueron asfixiados.

La Policía Nacional ya tiene identificado al sospechoso, pero todavía no ha sido arrestado. ¿Existe el crimen perfecto? «No lo veo posible. Locard, padre de la ciencia forense, decía que todo contacto deja una traza. El criminal siempre deja algo y se lleva algo. Puede haber crímenes impunes, pero con recursos, tiempo y competencia profesional cualquier crimen debería poder resolverse».

La espina de Alcàsser

Sin embargo, la historia criminal valenciana está llena de espinas clavadas. La más sangrante lleva el nombre de Antonio Anglés, cuyo rostro y datos resisten al paso de los años en la web de criminales más buscados de Interpol. Así ve Mulet el caso: «Soy de los que piensa que Anglés está muerto. Si se tiró al mar en Irlanda y trató de alcanzar la costa a nado lo más normal es que su cadáver nunca aparezca. Si estuviera en Brasil, alguien habría dado el chivatazo o lo hubiera encontrado. Si un periodista da con su paradero, ganaría millones con la exclusiva».

El germen de 'La Ciencia en la Sombra' es el trabajo de Mulet como inventor de una asignatura: Biotecnología Criminal y Forense, que imparte en cuarto curso del grado de Biotecnología en la Politècnica. «En las prácticas visitamos el Instituto de Medicina Legal de Valencia o la jefatura de policía. Los estudiantes tienen que hacer un trabajo de investigación sobre un caso real no resuelto o cerrado con dudas en su resolución».

En su camino, Mulet ha tratado con policías y forenses que han investigado los casos más dolorosos de nuestra región. Por ejemplo, la inspectora de Policía Científica que, junto con sus compañeros, pelearon entre basura por tratar de esclarecer la muerte del pequeño Johan David. «El niño del contenedor», así recuerdan el terrible expediente policial. El menor de 3 años «quedó a cargo de unas amigas de la madre, en un ambiente de miseria y drogadicción». Según describe en su libro, «la pareja maltrató al menor hasta que se les fue la mano. Para ocultarlo echaron el cuerpo al contenedor y denunciaron su desaparición». Ocurrió en junio de 2012.

El drama de Johan David

Sus incongruencias acabaron por delatarles. Los policías arrancaron una confesión, pero había que encontrar el cuerpo. «Los investigadores tuvieron que ir al vertedero e inspeccionar blosas de basura una a una hasta que, después de semanas de trabajo y mal olor, encontraron los restos tan descompuestos que no se pudo esclarecer si la muerte fue homicidio, asesinato o accidente», lamenta Mulet. El caso se resolvió finalmente en los tribunales con una condena de siete meses de prisión.

En opinión del profesor e investigador, el nivel de nuestros policías científicos y forenses «es muy bueno pero, como en todo, la principal limitación es de medios y de presupuesto». Preguntado por las carencias de la Comunitat en esta cuestión, Mulet denuncia que en Valencia «desgraciadamente hemos ido a menos por falta de visión y planificación».

Recursos forenses

Este diario ya advirtió de los problemas para uso criminal de la máquina de análisis genético del Instituto de Medicina Legal, lo que obliga a enviar muestras fuera de nuestra región y genera retrasos que pueden mantener a un sospechoso en prisión preventiva.

«La sección de genética forense fue un laboratorio pionero y clave para excluir a inocentes acusados de violación», detalla Mulet. Ahora, «por no haberse solicitado una acreditación no se pueden analizar muestras para casos penales en Valencia y se envían a Barcelona. Esperemos que se subsane pronto».

Según el bioquímico, la poca inversión gubernamental en ciencia también pasa factura al área forense y criminalística. «Con más recursos tendríamos investigaciones más completas. Sin duda. Igual que si invirtiéramos más en ciencia tendríamos más desarrollo tecnológico y, a la larga, crecería el PIB».

Pese a las dificultades, claves tan importantes como el ADN o los dientes han encarrilado investigaciones que parecerían abocadas al fracaso para cualquier profano. Viajamos a Cullera. El 5 de noviembre de 2007, un pescador del Júcar se topó con algo espantoso: del agua emergía un cuerpo encadenado a unos bloques de cemento. Mulet describe con precisión como la hinchazón por los gases generados en la descomposición pueden devolver a flote un cuerpo hundido por criminales.

El deteriorado estado del cadáver complicaba la investigación, pero gracias a la dentadura, que fue cotejada con historiales de pacientes en clínicas dentales, se puso nombre a la víctima. Además, la autopsia reveló disparos. Curiosamente, otra prueba científica, el ADN, acabó por exculpar a un sospechoso.

Los códigos de la genética sirvieron a la Policía Nacional para reconstruir los pasos de un asesino en serie en Valencia: Juan Manuel Galán, de 20 años y conocido como el 'asesino del chat' por su conducta de citarse con mujeres a las que conocía por internet. En una de esas, se enfrentó con otro hombre y acabó mortalmente acuchillado el 11 de enero de 2004.

Como en todo caso criminal, se conservaron muestras de ADN de su cuerpo. Y al ser introducidas en la gran base de datos que funciona a nivel nacional, sonó la alarma: coincidía con la saliva de una colilla descubierta en el piso de Isabel Fornás, una empleada del Ayuntamiento de Valencia de 46 años que apareció estrangulada un año antes. No fue la única sorpresa. Huellas dactilares del sospechoso sin vida coincidían con las halladas en la casa de otra víctima: Concepción Navarro, una agente de seguros de 53 años acuchillada seis meses atrás.

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