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Hasta 500 valencianos se han quedado sin hogar según indica el Instituto Nacional de Estadística. Txema Rodríguez
Pobreza en Valencia | Así acabé viviendo en la calle

Así acabé viviendo en la calle

Sin hogar. Jaime tiene una carrera universitaria, Ciprian vino por un trabajo que no le dieron, a Ricardo se le derrumbó la casa y Luis fue por mal camino: «Le puede pasar a cualquiera»

BELÉN HERNÁNDEZ

Domingo, 6 de noviembre 2022, 01:00

Cuatro almas abandonadas a la intemperie. Cuatro vidas vagabundas. Las personas sin techo son mucho más que parte del mobiliario urbano de la ciudad. Jaime tiene una carrera universitaria, Ciprian llegó por una oferta de trabajo que nunca se consumó, Ricardo no tuvo dónde ir cuando se derrumbó su casa y Luis tomó malas decisiones en su temprana juventud. Todos mantienen la misma premisa: «Le puede pasar a cualquiera». Esta es la espiral que a ellos les condenó a vivir en la calle.

«La calle es como la guerra. Cada día es una lucha por sobrevivir». Jaime conoce lo que es agarrar un fusil. Combatió en la guerrilla del Salvador en 1986. Compró todas las papeletas para llevar una vida cómoda. Se licenció en Publicidad y Relaciones Públicas y se sacó un máster en Marketing. Pero convivir pegado a una botella fue su perdición. «Caí en el alcoholismo y lo perdí todo. Estuve tres años viviendo en las calles de Valencia». Los recuerdos de su época como indigente están borrosos por su constante estado de embriaguez. Pero todavía le sangran las cuatro puñaladas que le asestaron para robarle una mochila con las pocas pertenencias que tenía.

«Hace una semana vi a un matrimonio que llamaba 'gentuza' a un indigente». Se le revolvió el alma. «No ves a los invisibles hasta que tú también has sido uno de ellos». Recuerda los duros meses de invierno. Cuando el frío le calaba los huesos y se aferraba a su botella de alcohol para entrar en calor. Pero también, aunque no demasiadas veces, «se paraba la gente a hablar conmigo y a preguntarme si ya había comido». Alguna de ellas incluso le sacaron platos de comida caliente. Antes era él quién los servía.

-¿Por qué viniste a vivir a Valencia?

-(Hace una pequeña pausa y sonríe con ternura). Por amor.

En su tono se percibe que no conoce un mejor motivo para dejarlo todo. Se casó en 2017. Se divorció en menos de un año. En 2019 ya estaba pidiendo limosna y durmiendo en un parque cualquiera. No siempre fue así. «Conseguía trabajos en hostelería durante un tiempo. Pero me despedían enseguida por mi problema con el alcohol», cuenta el hombre de 52 años. «Cuando tenía dinero me alquilaba una habitación». Pero el dinero se acababa. Tener billetes en la cartera significaba una cosa: poder comprar más alcohol. Y cuando no podía permitirse un lugar en el que vivir, acudía a los albergues de Cáritas.

Ahora tiene una segunda oportunidad. Está pendiente de que su familia le envíe su certificado de bachillerato para hacer una formación para ejercer de guía turístico. Su verdadera vocación. «Estoy muy ilusionado». Confiesa. Y por su mirada, no miente.

Jaime, 52 años. Txema Rodríguez

Ciprian apura un cigarro de liar a su lado. Tiene 33 años. Nació en un pequeño pueblo de Rumania. Allí, sus únicas expectativas eran ser pastor. «He sido mochilero gran parte de mi vida. También he trabajado en agricultura». Iba a montar una empresa en su país. Pero el negocio no salió bien. El dinero se acabó y tenía que buscar un oficio.

Un exjefe que tuvo de los múltiples trabajos que realizó le dijo que viniera a un pueblo cercano a Valencia. Le propuso que construyera jaulas y vallas para las corridas de toros. Pero cuando llegó, se dio de bruces con la realidad. Necesitaba vivir en la localidad y no tenía dinero para permitirse alquilar una habitación. El joven vivió durante tres meses en una tienda de campaña. Desde hace dos meses, vive en un albergue.

-¿Te ayudaba la gente?

-Probablemente ni sabían que era un mendigo. La gente tiene la imagen de que un indigente es una persona sucia o con problemas de adicciones.

Ciprian devoraba libros durante el día. Acudía a centros solidarios. «Nunca pedí dinero. Iba a comer a los comedores sociales. No necesitaba nada más». Volver a Rumania no está entre sus planes. «Hay muchas tensiones políticas, sobre todo desde que empezó la guerra de Rusia. Allí no tengo futuro». Su expresión es seria. Su vida está a la deriva de una manera 'perfectamente calculada'.

Ciprian, 33 años. Txema Rodríguez

«Nunca tuve muy claro a lo que me quería dedicar, pero ahora sé que quiero estudiar para ser auxiliar de enfermería». Durante toda su vida ha trabajado de cualquier oportunidad que le saliera. Hasta se deslomó recogiendo tabaco en Italia a los 19 años. Tiene expectativas. Lucha con uñas y dientes para hacerse su propio hueco en el mundo. Sabe que la vida no le dará su lugar de buenas a primeras. «Es muy difícil conseguir un trabajo cuando estás abajo. La gente tiene muchos prejuicios». Pero lejos de lamentarse, tiene fuerzas para pelear por una vida digna.

«En la calle he conocido a los mejores amigos que he tenido en toda mi vida», dice Luis, conocido como 'El lector'

Valencia está repleta de personas desamparadas. Historias demoledoras que se arremolinan por las calles a disposición de unos pocos que se detienen a escuchar. Gente que se sienta en una esquina todo lo que dura una jornada laboral con tal de poder recaudar lo suficiente para poder llevarse una comida caliente a la boca. Ricardo pasa su día a día sentado a las puertas de un supermercado de la calle Jesús. Va bien arreglado. El único indicio que delata que es una persona sin hogar es el vaso de cartón que sostiene entre sus manos. O su presencia reiterada en el mismo punto de la ciudad.

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«No puedo hacer otra cosa. Tengo piedras en el riñón y llevo un Catéter Doble Jota». El derrumbe de su vivienda, unido a su enfermedad, hizo que se quedara con los bolsillos vacíos. «Hace seis años que se derrumbó el techo de mi casa en Millares y tuve que irme de allí». No recibió ninguna ayuda por parte del Ayuntamiento. Cuando el hogar en el que creció se hizo añicos, ninguna institución le tendió la mano. Tampoco tenía a nadie a quién recurrir. «No tengo familia». El hombre de 62 años es una víctima más de la soledad no deseada. Un trabajador nato que no ha visto el esfuerzo de toda una vida recompensado. «Me dedicaba al sector de la construcción. Fui autónomo hasta el 2008», dice resignado. Cuando llegó la crisis no pudo permitirse seguir pagando la cuota.

Ricardo, 62 años. Txema Rodríguez

Ricardo subsistió gracias al boca a boca. «Hacía cualquier tipo de trabajo. Me llamaba la gente que me conocía o me recomendaban a otras personas que pudieran necesitar mis servicios.

-¿No te dan ninguna ayuda?

-No puedo solicitarla al no estar empadronado en ningún sitio. Tengo más de 30 años cotizados.

Vivió en albergues, «pero no puedes estar allí de forma permanente. Las estancias son rotativas». Ahora tiene miedo de dormir en lugares frecuentados por personas sin hogar. «Me robaron y me pegaron. Perdí todos los dientes de arriba». Se señala la boca con el dedo, pero prefiere no mostrar su dentadura. «A ver si por fin me ayudan después de llevar toda la vida trabajando», refunfuña. Se permite hacer alguna broma de vez en cuando.

Hay personas sin techo que se han convertido en los vecinos más queridos del barrio. Este es el caso de Luis. Todo los días se sienta en el cajero de enfrente de la parada de metro de Ángel Guimerá. Siempre en compañía de sus libros. «Me llaman 'El lector'», cuenta sonriente. Devora dos o tres libros por semana. Nunca más finos de trescientas páginas. «Ahora también hago figuritas de origami y las vendo». Aprendió gracias a un compañero de prisión. No le avergüenza decirlo. «Durante 20 años estuve entrando y saliendo de la cárcel por robos con fuerza». Tenía 13 años cuando se quedó huérfano. Hoy, con 59, reconoce que escogió «la vida fácil». «No quería estudiar así que me adentré en ese mundo. También tuve problemas con las drogas», dice el valenciano.

Luis, 59 años. Txema Rodríguez

Vive en la calle desde el año 2014. Quiere encontrar un empleo con el que salir adelante pero da por hecho que no le seleccionarán debido a los prejuicios. «Soy restaurador., Reparo cualquier cosa. También hago trabajos como electricista pero claro, con estas pintas, nadie te quiere contratar».

-¿Estar en la calle ha cambiado tu percepción de ver la vida?

-Muchísimo. He conocido gente maravillosa. Los mejores amigos que he tenido nunca.

En menos de media hora, unas seis personas se acercan a Luis. Algunas le saludan. Otras se detienen. «Toma, para ti», le dice una señora rubia. Le tiende unas chocolatinas. Él le da a cambio un refresco que lleva en su carro. Se ríen como íntimos. «Una pareja me deja ducharme en su casa. También me bajan comida». Ahora aconseja a personas que pasan por la situación que le llevó a quedarse sin hogar. «Puedo darles la claridad que yo no tuve».

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