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RUBÉN GARCÍA BASTIDA
Miércoles, 11 de mayo 2022, 00:50
Cuando una persona alérgica entra en contacto con una sustancia a priori inofensiva pero que, en su caso, es capaz de desencadenar una desmedida ... e inadecuada respuesta de su sistema inmunitario, se inicia un violento proceso que puede acabar en el colapso. Se trata del temido shock anafiláctico, la más grave de las reacciones alérgicas, capaz de provocar incluso la muerte. Es lo que le ocurrió este pasado lunes a una mujer de 68 años que falleció en Teulada Moraria tras recibir la picadura de una avispa cuando comía en un restaurante de la localidad.
Ni siquiera la rápida reacción de los testigos, que avisaron de inmediato al Centro de Información y Coordinación de Urgencias, ni la llegada en pocos minutos de una unidad del SAMU, cuyo personal realizó ímprobos esfuerzos a través de diversas maniobras de reanimación cardiopulmonar para salvar la vida de la mujer, pudieron evitar su fallecimiento, certificado solo una hora después.
Cerca del 3% de la población puede sufrir una reacción alérgica grave, explica el médico especialista en Alergología del Hospital Clínico de Valencia, Enrique Burchés, lo que en la Comunitat supone más de 150.000 casos, aunque su manifestación tiene diversos grados: desde una afección cutánea, como urticaria y angioedema, a episodios de asma sin riesgo para la vida o, en el peor de los casos, la afectación cardiovascular.
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Cada año se producen entre 50 y 112 episodios de anafilaxia por cada 100.000 habitantes, lo que supone entre 20.000 y 50.000 casos en el país, y de 2.500 a 5.600 en la Comunitat.
El desencadenante más habitual de la anafilaxia es la picadura de una avispa, como en el caso de la mujer fallecida, o una abeja, «que administran mayor cantidad de veneno», aunque puede producirse también por el consumo de determinados alimentos o fármacos. Otros insectos, como las arañas, también pueden provocar reacciones, aunque de carácter local.
Al contrario de lo que ocurre con otras reacciones alérgicas, que afectan solamente a un órgano, el choque anafiláctico, provoca una reacción «sistémica» y generalizada, que se despliega de forma veloz y que puede provocar una repentina caída de la tensión y la pérdida del conocimiento.
Burchés recuerda que aunque «el porcentaje de muertes por esta causa es marginal», una demora en la actuación puede reducir de forma drástica las posibilidades de supervivencia. Por eso, es vital reconocer los síntomas a tiempo para posibilitar una primera intervención a la espera de los servicios sanitarios.
«La actuación tiene que ser inmediata, es cuestión de segundos», subraya. «Una persona que haya tenido previamente una reacción grave debería llevar siempre consigo una autoinyector de adrenalina, que puede administrarse incluso él mismo. Con quitar el capuchón y seguir mínimamente las instrucciones resulta muy fácil de poner. Se puede pinchar incluso a través de la ropa y ponérselo en el muslo».
Ese primer pinchazo impide que la reacción se manifieste y minimiza la vasodilatación y la posibilidad de una hipotensión, «que es lo más peligroso», apunta. Por ello es de vital importancia contar con él. De lo contrario, muchas veces, «no da tiempo a que te lleven al hospital ni que lleguen las asistencias».
Alberto Pereira, un vecino de Chiva que tiene alergia a las avispas, nunca sale de casa sin el autoinyector. «Yo siempre llevo el 'boli' encima, por lo que pueda pasar», señala. Es consciente de que es peligroso para él merodear por aquellos lugares donde puede sufrir una picadura y huye a la carrera cuando ve un panal.
Alberto sabe que puede sufrir un shock anafiláctico que le puede provocar una muerte rápida por asfixia. También sabe que una picadura no tiene por qué generar el colapso, pero él no quiere arriesgarse y siempre toma una decisión para prevenir la situación. «Si me pica una avispa me pincho en la tripa. El inyector va conmigo, especialmente si salgo a zonas de monte donde se puede dar el caso o en verano, donde las avispas se muestran más activas en zonas de piscinas o en comidas al aire libre», reconoce.
El especialista Enrique Burchés recuerda que «una persona correctamente diagnosticada y que lleve un tratamiento adecuado tiene un riesgo de muerte mínimo». El más efectivo, apunta, es «la vacuna». «Si alguien ha tenido con anterioridad una reacción alérgica grave se le aconseja que se vacune con dosis crecientes y sucesivas durante varios años», asevera. Durante el proceso se somete al paciente a pequeñas cantidades del alérgeno, que se realiza en una primera fase de forma diaria o semanal, se espacia posteriormente a una periodicidad mensual, y que pasados unos años puede incluso dejar de administrarse. «Con la vacuna, la mayoría de pacientes quedan protegidos, aunque excepcionalmente puede quedar alguno que no desarrolle esa protección», afirma.
Ante la picadura de una avispa o abeja en una persona alérgica, «la reacción es habitualmente mucho más grave en adultos que en niños», explica Burchés. Pero también es importante, en casos como el de la mujer fallecida en Teulada Moraira, «conocer si tenía alguna patología previa, como enfermedades cardiovasculares, o si había sufrido reacciones graves». Los expertos explican que hay ciertos medicamentos que pueden bloquear la acción de la adrenalina, dificultando esa primera asistencia para ganar tiempo.
Por otra parte, una persona con historial de reacciones alérgicas graves, recuerdan, tiene «muchas posibilidades» de volver a reaccionar de la misma manera al entrar en contacto con la sustancia. Junto con el autoinyector, Burchés recomienda a las personas que hayan sufrido algún episodio, llevar en la cartera un certificado de la afección para facilitar la actuación de los profesionales sanitarios en caso de crisis, y desaconseja, por el contrario, portar medallas o pulseras que reflejen esta información, a las que los sanitarios no pueden dar credibilidad, según explica. «Lo mejor es que lleve un informe firmado por un médico en la cartera junto a su documentación, que es lo primero que se mira».
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