Javier Clemente, responsable de Pianos Clemente, muestra el interior de un piano de cola Steinway & Sons de más de 200.000 euros a la venta en Valencia. Iván Arlandis

Tocar un instrumento sale caro

Pianos de 200.000 euros, violines y arcos a 60.000... Préstamos, alquiler o segunda mano, alternativas de las familias ante el coste de instrumentos de calidad para el salto a la profesionalidad. Una cifra lo resume: todos los de la Orquesta de Valencia valen dos millones de euros

J. A. Marrahí

Martes, 2 de mayo 2023, 00:38

Ser buen músico cuesta. Y no sólo horas de ensayo, repetición y nervios en las audiciones. Supone un duro 'staccato' para el bolsillo de cientos ... de padres en ese momento crucial en el que el alumno da el paso de la mera afición por un instrumento a lo que puede convertirse en un modo de vida. O el camino hacia la excelencia como intérprete.

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La música es seña de identidad de la Comunitat. Hay más de 500 sociedades musicales y sus escuelas son la mitad de las existentes en España. Con 43.000 músicos, 60.000 alumnos y más de 200.000 socios. La red de conservatorios públicos forma este curso a más de 13.500 alumnos que estudian enseñanzas elementales y profesionales, con un ligero descenso respecto al año pasado, según la Conselleria de Educación. Se suman los casi 1.500 matriculados en conservatorios superiores.

Pero la pasión que hace sonar bandas y orquestas va unida a un gigantesco esfuerzo económico: el gasto en el instrumento propio. Es como 'Bolero' de Ravel. Empieza suavemente y acaba en un estallido de inversión en el momento en el que el alumno progresa o quiere dar el salto a la profesionalidad.

Basilio Fernández es profesor de piano en el Conservatorio Profesional de Música de Valencia. Tiene 48 años y recuerda así su inicio. «Me apuntaron al conservatorio por la afición a la música de mi padre. No me supuso un gran esfuerzo y proseguí».

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Aquel niño empezó a mejorar, primero con un piano vertical. «Cuando tenía 17 años, al final del grado medio, los profesores ya invitaron a mi familia a la adquisición de un piano de cola que costó en su día más de 6.000 euros. Valía mucho más, pero era de segunda mano, de una mujer mayor que decidió deshacerse de él», recuerda.

Ese piano le ha acompañado hasta la actualidad. ¿Por qué se hizo indispensable? «Te capacita para administrar y gestionar un volumen de sonoridad mayor», detalla el pianista. «Se suma el control de la tecla que permite, el mecanismo de doble escape, ausente en pianos verticales. Realmente noté muchísimo cambio y crecí como intérprete».

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El profesor y pianista Basilio Fernández hace sonar con maestría el Steinway & Sons de cola del conservatorio profesional de Valencia. Irene Marsilla

Esa es la clave. A música con mayúsculas, instrumentos con mayúsculas. A partir de cierto nivel se precisa una mecánica capaz de sacar lo máximo en timbre, expresividad, resonancia, sensibilidad o acomodo para quien lo hace sonar. Da igual que sea piano, violín, violonchelo, fagot o tuba. El salto toca seriamente la economía familiar, de golpe o con un goteo continuo en grupos de instrumentos como cuerdas, donde hay cambios constantes a medida que el alumno crece. Sí, los violines tienen talla. Y un buen arco puede llegar a costar casi tanto como el propio instrumento.

En esta tesitura, los recursos públicos se quedan cortos. Los alumnos disponen de cabinas de estudio con instrumentos para sus prácticas, pero el tiempo de uso es limitado. Y la necesidad de un estudio regular a partir del grado medio hace necesario un instrumento propio y de gama media-alta, según músicos y familias consultados.

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Como resume Fernández, «el piano, como instrumento rigurosamente hablando, es el de cola. Los verticales son sucedáneos para una etapa transitoria, más amateur». Por eso los docentes aconsejan un piano de cola a medida que el músico se acerca a la profesionalidad

El sistema educativo no contempla ayudas directas al instrumento propio, por lo que queda a elección de las familias decidir si hace o no ese gran esfuerzo económico. «El salto al instrumento de calidad es un momento de incertidumbre y estrés para los padres», constatan los profesores. No tienen la certeza de que la carrera de su hijo o hija vaya a acabar en la música y asumen un gran inversión. «¿Cómo ve al niño? ¿Cree que el piano de cola es imprescindible?», son algunas de las preguntas.

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Andrés Simeó, director del Conservatorio Profesional de Música de Valencia, destaca estas cifras en cuanto al futuro de los músicos: «Un 72% de los estudiantes aspira a convertirse en intérpretes, pero finalmente lo logra sólo un 8%. Así que la gran mayoría acaban como profesores. Y una pequeña franja se gana la vida como compositor, gestor cultural o salidas diferentes». Los instrumentos con más tirón en el conservatorio son «piano, clarinete, flauta, saxo, trompeta y percusión», enumera.

Toni Marco se quedó por el camino. De niño quedó prendado por 'Hooked on Classics', una selección de fragmentos de clásica. «Comencé a estudiar solfeo, canto y piano. Este instrumento es una gran inversión que costean los padres sin saber, a ciencia cierta, si los alumnos seguirán o no en un futuro». En su caso, «a medida que pasaban los cursos me di cuenta que no alcanzaba el nivel deseable y eran muchas horas diarias de estudio». Y cambió por Periodismo.

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Ser músico. Es el sueño final alcanzado por los 85 intérpretes de la Orquesta de Valencia. Su inspectora, Blanca Jover, estima en dos millones de euros el valor de los instrumentos, tanto los propios adquiridos por la institución como los personales de los músicos, que están asegurados.

«A la hora de interpretar, la gran mayoría prefiere hacerlo con sus propios instrumentos, con los que están familiarizados», resalta Jover. ¿Cuáles son los más caros? Según estimaciones de la experta, un arpa puede costar sobre 50.000 euros, los timbales, 40.000, un contrabajo, 30.000 o más». Para colmo, «se suma el desgaste, que afecta a las encerdaduras de los arcos y muchos músicos cambian mucho de instrumento hasta que encuentran el que se amolda a sus necesidades», describe.

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Instrumentos de cuerda, un arpa y fundas expuestos en el interior de Pianos Clemente. Iván Arlandis

Uno de los 'diamantes' de Valencia en precio es el imponente Steinway & Sons del conservatorio. Más de 160.000 euros es el valor estimado de este piano con cola de más de dos metros adquirido en 1970. Otro nuevo de la misma marca a la venta en Pianos Clemente vale 209.000. Más que muchas viviendas de precio medio-alto. El 'top' en calidad, artesanía refinada para transformar en arte la física del sonido.

Ante semejantes precios y falta de ayudas públicas, las familias de los jóvenes intérpretes sin un elevado poder adquisitivo, la mayoría, están abocadas al préstamo de instrumentos, al mercado de segunda mano y hasta al alquiler. Y más hoy, cuando inflación y crisis han encarecido muchos instrumentos hasta un 10% en un año. Es la cifra que estima Bernardo Fabra, gerente de Neomúsica y director del Conservatorio Profesional de Buñol. «Las tiendas han tenido que ajustarse mucho para adaptarse y, en determinadas marcas, la subida es del 20%», agrega.

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Javier Clemente, al frente de Clemente Pianos, asegura que los vendedores «hacemos lo imposible para que el precio no crezca más». El mayor encarecimiento lo sitúa en vientos y metales, «mientras que cuerdas y pianos acústicos se mantienen más estables, regulados por la oferta y la demanda». La opción a la que muchas familias recurren, la segunda mano, «puede llegar a abaratar un instrumento en buen estado entre un 30 y 40%», estima.

Inversión pública de 15 millones

Según Clemente, la época dorada de la venta de instrumentos ya pasó, cambio acompasado por el mayor tirón de las pantallas en el tiempo de ocio de los adolescentes. «Este es un mercado muy variable. Ya no se vende como hace 15 años. La 'Gameboy' apartó al teclado Casio y se pierde el valor del esfuerzo, del profesional», lamenta.

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¿Cuánto cuesta la música a las arcas públicas? Un buen pellizco. La Generalitat gasta más de 15 millones de euros para abastecer bandas, escuelas y conservatorios. Según la Conselleria de Educación, se lanzan dos convocatorias anuales de ayudas que contemplan, entre los aspectos, la adquisición de instrumentos musicales.

Se destinan 11,3 millones en ayudas a Escuelas de Música y Escuelas de Música y Danza de ayuntamientos y asociaciones. Se suman 4,4 millones en subvenciones para conservatorios y centros autorizados de enseñanzas elementales o profesionales. Sin embargo, el instrumento propio de calidad, con el que el estudiante se torna en músico, se paga con el esfuerzo de miles de familias valencianas.

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Otros testimonios

  1. Enrique Palomares y Noelia Junquera Músicos profesionales

    «Mis padres pasaron un año sin dormir por el gasto del arpa»

El violinista concertino de la Orquesta de Valencia, Enrique Palomares, y su mujer, la arpista y profesora de conservatorio Noelia Junquera. Iván Arlandis

Enrique Palomares y Noelia Junquera son un ejemplo de esfuerzo por la música hasta alcanzar un talento que palpita en cada cuerda que hacen sonar. Además, el arte más universal les unió como pareja desde bien jóvenes. Él, de Cullera, es violinista concertino de la Orquesta de Valencia. Ella, de Catarroja, intérprete de arpa y profesora de este instrumento en conservatorio.

Para alcanzar la excelencia Palomares estima en más de 100.000 euros el gasto acumulado en instrumentos y arcos, entre él y su familia. El violín que hoy interpreta es un Enrico Melegari fabricado en Turín en 1879. Costó 60.000 euros y el arco, otros 30.000. ¿Qué gana con semejante inversión? «Tiene una gran riqueza de matices. Un instrumento como este te perdona o disimula fallos, y se adapta perfectamente a los movimientos de ejecución», resalta el solista.

De niño, Palomares quería ser flautista, como su progenitor, agrandando la tradición de la música de banda en su Cullera natal. «Pero un día mi padre se presentó con un violín», recuerda el intérprete. «Yo no quería y me pasé cuatro años haciéndolo aullar hasta que salió algo decente», bromea con humildad.

La constancia dio sus frutos, progresó y se hizo necesario mejorar la calidad del violín. «Mis padres pidieron un préstamo de un millón de pesetas (6.000 euros), pero le di un golpe al nuevo instrumento y lo reventé». Aquel disgusto no frenó su empeño, a pesar de los aprietos y privaciones al poner instrumento, arcos y estuches en el más alto peldaño de prioridades.

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«Sin dinero y tocando en la estación»

A su memoria regresan los años noventa. Era ya un veinteañero enamorado del violín y consiguió una beca para estudiar en Ginebra. «Me gasté todo el dinero en un violín de 12.000 euros de mayor calidad. Son cosas que no se piensan». Acabó con los bolsillos vacíos. «Para poder vivir acabé tocando en la estación y habitando en un estrecho cuchitril en el que tocaba las dos paredes con mis brazos». Pero el violín mejoró al músico en esa íntima simbiosis que se forma entre instrumento e intérprete.

También mucho esfuerzo en la familia de Noelia Junquera. «Comencé con el requinto, un clarinete agudo», recuerda la arpista. Hasta que aquella niña de Catarroja quedó hipnotizada al escuchar el mágico sonido del arpa en un concierto en televisión. «Yo quiero estudiar esto», proclamó bastante decidida pese a su corta edad.

En el primer curso bastó el arpa del conservatorio para familiarizarse, empezar a aprender y descubrir su vocación. «Pero era mucho esfuerzo ir a Valencia para practicar» y llegó el momento de adquirir un instrumento propio. «Mis padres pasaron un año entero sin dormir por el gasto. Pidieron un préstamo de 6.000 euros, mucho dinero a mediados de los 80, y mi abuelo puso otros 6.000». Atrás queda algún momento de tensión con las clásicas perezas de juventud y el miedo paterno de que semejante inversión cayera en saco roto.

Pero no. Junquera honra hoy con creces el esfuerzo de su familia. Vive del arpa y hace sonar con brillantez su Venus Grand Concert de 12.000 euros. A pesar del continuo goteo de gasto que genera el instrumento: «¿Gasto acumulado? Buf… Regularla cada dos años cuesta 600 euros, el cambio de cuerdas, 2.000, fundas de transporte, otros 3.000…» Y se suma el coste del traslado, al ser un instrumento voluminoso. «Se necesita un vehículo grande, con portón. Habremos comprado ya siete así», con un gasto que estima en 140.000 euros «si no me quedo corta».

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  1. Eduardo Nogueroles Profesor de tuba

    «Todo lo que ganaba desde los 18 era para el instrumento soñado»

Eduardo Nogueroles hace sonar la tuba en el conservatorio profesional de Valencia. Irene Marsilla

El voluminoso y cálido sonido de una tuba también puede resultar muy caro. Lo sabe bien Eduardo Nogueroles, profesor en el conservatorio de Valencia. El intérprete estima en 40.000 euros el gasto acumulado en instrumentos a lo largo de su vida, tanto suyo como de su familia cuando era estudiante.

La tuba que hoy interpreta en el centro vale 10.000 euros, asegura. «Recuerdo que la primera que me compró mi familia ya valía 7.000». En su caso también menciona privaciones personales para poder hacer frente a los gastos: «Lo que ganaba desde los 18 tocando por ahí lo ahorraba para el sueño de tener un instrumento realmente bueno. Es mucho dinero. La familia ayuda, pero tienes que hacer muchos sacrificios: salir poco, invertir menos en ropa y evitar esos desembolsos en placeres de juventud».

Los instrumentos de un conservatorio, corrobora, «nunca son suficientes para progresar, el músico necesita uno propio». Como analiza Nogueroles, «ahora hay instrumentos mucho más baratos de fabricación china. Son de calidad menor y valen para los inicios, pero luego, cuando la gente llega al final de su carrera ahí, hay que hacer un desembolso muy grande de instrumentos artesanales europeos» fabricados en Francia o Alemania.

El músico valenciano incide también en la íntima relación entre el intérprete y su instrumento de calidad: «Están contigo toda la vida. Con ellos hacemos un trabajo juntos y les coges un cariño especial. Es el el objeto que más tiempo pasa conmigo, incluso más que la familia, y se produce un contacto muy emocional». Y pone un ejemplo: «Llevo el mismo tiempo con mis tubas que con mi esposa». Se produce «una relación mágica», resume.

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  1. Vero Martínez Madre de joven intérprete

    «Nos privamos de viajes o coche nuevo para que César progrese con el violín»

El joven violinista César García ensaya en su casa una pieza de Mozart. Iván Arlandis

César García ya hace sonar su violín a alto nivel. Tiene 14 años y su gato Mozart escucha cómo ensaya el Concierto en Re Mayor del compositor austriaco en su casa de Valencia. «La música está en mi familia», resume su madre, Vero Martínez. Hija de saxofonista, ella y sus cuatro hermanos han estudiado música. «Yo acabé tocando el violín, pero abandoné y quise que mis hijos aprendieran este instrumento».

Y en ello están César y su hermana pequeña, Celia. El mayor ya destaca en las audiciones. El adolescente se formó con el método Suzuki y ha alcanzado tal nivel pese a su corta edad que ahora progresa con un prestigioso profesor particular y necesita un violín de altas prestaciones.

El chico lo tiene muy claro: «Quiero ser violinista. Y tocar. Si luego acabo de 'profe', sin problema. Pero yo quiero ser intérprete. Me gusta mucho y es mi pasión». Pero su vocación tiene un alto coste. «Llevaremos entre los dos niños un gasto en instrumentos de alrededor de unos 2.000 euros», estima su madre.

La mitad de ese dinero se lo ha fundido un arco de 1.000 euros. Este curso ya tocaba cambiar a violín de cuatro cuatros «y menos mal que el profesor le ha cedido uno suyo, si no hubiéramos tenido que gastar unos 20.000», estima la progenitora. «Su profesor ya le aconsejaba uno de calidad, de luthier».

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En esta etapa del aprendizaje se produce un momento peliagudo: la perfecta adaptación del músico a su instrumento. «Hay que probar, a veces varios. No te puedes arriesgar a comprar uno de alta gama y que luego no le vaya bien. A estas edades, además, aún no tienen un criterio claro. Una compañera de César probó 50 hasta que dio con el que el que le iba».

¿Sacrificio? «Mucho. Viajamos menos de lo que nos gustaría y mantenemos un coche con muchos años en lugar de comprarnos uno nuevo. Todo para garantizar la formación de César y que progrese con su vocación», resume. Vero echa de menos «más ayudas de las administraciones al instrumento propio de calidad, y más con el actual coste de la vida».

Gasto con tres estudiantes

Para Pedro y su esposa Ana el esfuerzo económico musical se multiplica por tres hijos. Estudian en el conservatorio profesional de Valencia oboe, violín y flauta travesera. Para sus padres la educación musical siempre ha ocupado un lugar esencial: «Es bueno a nivel humano y académico».

Pero cuesta. Y mucho. «Los instrumentos tienen un precio de salida razonable, pero cuando el estudiante progresa ascienden de manera infinita», valora Pedro. El oboe es caro. «Primero compramos el elemental, de fabricación china. Casi 1.000 euros. Cuando subió de nivel, la profesora aconsejó uno mejor, francés y más artesanal. De segunda mano costó más de 5.000 euros. Nuevo valía más del doble», enfatiza.

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El violinista de la familia ya acaricia el instrumento con gran virtuosismo. Y el historial de gasto va 'in crescendo': «El primero costó 200 euros. Dos años después, cambio de tamaño y calidad. Fueron 500 más. En un año, el profesor le aconsejó que cambiáramos al otro nivel. Ahora, emplea uno de tal calidad que es difícil ponerle un precio», resume el padre.

Y por último, la flauta travesera. Aunque hace poco que ha comenzado, el conservatorio aconsejó una flauta de casi 600 euros. «La mantendrá un par de años, pero en Profesional ya habrá que gastarse mucho más», explica.

Según Ana, «no hay ayudas públicas para el instrumento, ni siquiera en familias numerosas. Sólo para tasas de matrícula». A su entender, «sería necesario pues el instrumento es básico en el aprendizaje y formar a un hijo como músico es caro». Pese a todo, los padres les motivan. El ambiente del conservatorio es «positivo, alegre e inspirador». La música «cuesta, pero ganamos mucho. Es algo que no podemos comprar con dinero. Al final, vale la pena el esfuerzo», sentencia.

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