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Una usuaria del AVE espera sentada sobre su equipaje en la estación.

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Una usuaria del AVE espera sentada sobre su equipaje en la estación. JL Bort

El apagón hace añicos la vida cotidiana de los valencianos

La caída del suministro genera complicaciones en la conducción, agobio generalizado entre la hostelería y un mar de dudas entre vecinos y visitantes

Martes, 29 de abril 2025, 01:45

El panel publicitario ubicado entre la calle de la Paz y la plaza del Parterre quedó parado en el tiempo a las 12:33. A partir de ese instante, y durante las siguientes casi doce horas, la ciudad volvió a vivir uno de esos episodios más propios de una película de ciencia ficción que de la realidad. La incertidumbre dio paso al caos, que reinó durante las primeras horas y que obligó a adaptarse a una situación incómoda, sobre todo si se tiene en cuenta el momento en el que se produjo: en pleno lunes festivo con la ciudad plagada de turistas y con miles de valencianos disfrutando del último día de vacaciones de Semana Santa.

Desconcierto masivo entre los que no entendían del todo bien porque no podían enviar mensajes por los problemas de cobertura, caos en la conducción por las principales avenidas de la ciudad ante la falta de semáforos y agobio generalizado entre comerciantes y hosteleros que podían servir platos fríos y bebidas, pero no tomar nota de las comandas por la falta de ordenadores. Fueron los primeros indicios de que algo inusual estaba ocurriendo. Nadie sabía lo que quedaba por delante.

¿La respuesta política ante una nueva crisis inesperada? En primer lugar, solicitar el nivel 2 de Emergencia y, a continuación, convocar al ya famoso Centro de Coordinación Operativa Integrado (Cecopi), cuando tan solo habían transcurrido dos horas y media de la caída. Sin embargo, habría novedades en ese aspecto a lo largo de la jornada, ya que la Generalitat terminó solicitando el nivel 3 de Emergencia, para que la gestión pasase a manos del Estado. En el ámbito municipal el Ayuntamiento de Valencia decretó la suspensión de las clases, aunque los colegios permanecerán abiertos. Por su parte, universidades valencianas (la de Alicante y la Politécnica, al cierre de esta edición) suspendieron su actividad lectiva, después de que la ciudad viviese una nueva jornada tan larga como complicada.

La ruta entre el puerto de Valencia y el centro de la ciudad se convertía en un auténtico circuito de habilidades para los conductores. El corte en el suministro de luz dejaba sin señalización vertical a buena parte de la ciudad. En un recorrido de 5 kilómetros sólo un par de semáforos seguían regulando el paso de vehículos y peatones. La ciudad se convertía en un 'ceda al paso' continuo. Los viandantes tampoco lo tenían nada sencillo. Cada coche que les permitía cruzar recibía un gesto de agradecimiento. Sin embargo, el caos en las primeras horas tras la caída del suministro era más que evidente.

A medida que avanzaban las horas y el suministro eléctrico no regresaba, aumentaba el dispositivo de Policía Local para regular la circulación, evitar accidentes y abrir paso a los bomberos que comenzaban a recibir las llamadas de auxilio de personas atrapadas en ascensores. El dispositivo policial se prolongó durante una jornada en la que se realizaron más de doscientos rescates y se atendieron diversos servicios humanitarios de personas con movilidad reducida por parte de los bomberos.

Con las estaciones de metro cerradas, caminar era la única alternativa posible. Por las calles del centro los turistas aprovechaban el apagón para disfrutar de una soleada jornada al aire libre. Los valencianos optaban por el viejo cauce del río Turia, que se llenaba de familias y deportistas. «Estáis colapsando el carril bici yendo tan lentas», regañaba un padre a sus hijas. La respuesta de una de ellas hacía reír al resto de familia: «Está toda España sin luz, ¿tú crees que a alguien le molesta que vaya lenta?».

Cientos de personas que habían aprovechado la mañana festiva para acudir a la zona de la playa empezaban a alarmarse ante los mensajes de amigos y familiares sobre el apagón. Sus planes empezaban a verse truncados. «No sé dónde nos van a dar de comer, porque están todos los sitios sin luz», comentaban dos amigas.

Los grupos de turistas seguían sin comprender del todo bien lo que sucedía. La sorpresa les invadía cuando los restaurantes solo podían ofrecerles algo para refrescarse debido a la imposibilidad de cocinar. Eran las 13:00 horas y hacía una temperatura perfecta para comer frente al mar.

Los locales más rápidos salvaban los primeros servicios mediante grupos electrógenos. Sin embargo, el agobio entre los hosteleros era generalizado. «Puedo servir, porque la cocina la tenemos a gas, pero no puedo ni tomar comandas ni cobrar», comentaba el encargado del restaurante El Coso del Mar, en la playa de Las Arenas: «Tengo una reserva para dos grupos de veinte y no sabemos todavía lo que vamos a hacer. Estamos esperando que vuelva la luz para ver si podemos trabajar con normalidad».

Quedaban algunas horas hasta que eso sucediese. En el comercio, por lo general, las sensaciones eran similares. En la zona del centro, las tiendas que habían abierto en este lunes de San Vicente mantenían las puertas abiertas pero en su interior sólo permanecían los trabajadores, que además no sabían del todo bien cómo actuar, ya que no podían bajar las persianas. Todo dependía de la luz. Y la luz seguía sin funcionar.

Se respiraba cierto nerviosismo, pero sobre todo había un gran desconcierto. Terrazas llenas con gente consumiendo únicamente refrigerios, colas para sacar dinero en los cajeros automáticos y locales a oscuras a la espera de instrucciones. Eran cerca de las 14:00 horas y en ese momento la preocupación de los bares y restaurantes se centraba en el mantenimiento de los productos que necesitan guardarse frescos.

Para entonces, en las terrazas se observaban muchas más empanadillas que platos de paella. En el interior de los establecimientos reinaba el caos. Los cálculos se hacían como antes: con papel y boli. Y las cuentas se cobraban en efectivo. «El datáfono funciona regular por la conexión. Estamos tratando de cobrar en efectivo», comentaban los camareros de Vi Dolce, una cafetería que empezaba a agotar sus existencias cuando llegaba la hora de comer.

Los comercios que contaban con generador eran los únicos que podían funcionar, aunque condicionados por la capacidad de los mismos. «Hasta que aguanten podremos seguir», señalaban desde una conocida heladería del Mercado de Colón.

Junto a la parada de metro de esta calle, dos amigos entraban a una panadería y su única pregunta era: «¿Aquí cobran con metáfono?». Aunque lo que buscaban realmente era un datáfono. La duda después de que la dependienta les confirmase que podían pagar con tarjeta era si debían comprar una botella de agua o una cerveza. «Venga tío, una birra que esto es el fin del mundo», le decía uno al otro.

La complejidad de moverse

Justo enfrente, en las escaleras de acceso a la estación de Colón, trabajadores de Metrovalencia advertían a usuarios despistados de que no había servicio de metro. A última hora de la jornada, la propia empresa no podía garantizar que el servicio funcionase durante la primera hora de este martes. El interior de la estación recordaba a una de esas escenas postapocalípticas similares a las que se vieron en pandemia, cuando las calles se vaciaron por completo. La situación era desconcertante: «Esto da cierto miedito y más cuando es algo tan generalizado».

En la estación de autobuses la sensación no era de abandono, sino de estrés. Colas para coger el taxi en la salida, una larga fila para obtener información y autobuses llenos hasta la bandera. Eso sí, funcionando con relativa normalidad.

El apagón de luz también afectaba a los aparcamientos públicos de Valencia, donde los clientes tenían que ir a tientas para poder saber dónde tenían el coche aparcado, porque los pasillos no tenían luz. Las barreras para permitir la salida de los vehículos se alzaban de forma manual. La imagen era llamativa.

Pasaban las horas, la luz no regresaba y muchos de los visitantes que se encontraban en la ciudad de Valencia empezaban a estudiar posibles alternativas. A las puertas de la estación Joaquín Sorolla, pasadas las 16:00 horas empezaba a haber cierta desesperación entre los viajeros. Algunos se lo tomaban con humor: «Yo creo que voy a enseñar así un poco la pierna y a ver si me coge alguien haciendo autostop», comentaba un chaval junto a su grupo de amigos. Otros no sabían si esperar o marcharse. Ninguna de las dos opciones era sencilla.

Los taxistas tenían serios problemas para dar con clientes que pudieran pagar en efectivo, puesto que la conexión para realizar el pago con datáfono no funcionaba de manera adecuada.

En la estación de autobuses la sensación no era de abandono, sino de estrés. Colas para coger el taxi en la salida, una larga fila para obtener información y autobuses llenos. Eso sí, funcionando con relativa normalidad.

Aquellos que no tenían un hogar al que regresas empezaban a estudiar la posibilidad de volver al hotel en el que se habían alojado durante su estancia en Valencia antes de enterarse de que la estación Joaquín Sorolla iba a permanecer abierta con el objetivo de «facilitar que las personas que tengan que coger un tren y no tengan otra posibilidad de pernoctar puedan hacerlo allí», como anunciaba el ministro de Transporte, Óscar Puente, a través de sus redes sociales. Los hoteles aguantaban el temporal con grupos electrógenos y generadores. En el Hotel Barceló, sobre las 17:00 horas, todavía no habían recibido ningún cliente de regreso, aunque a esa hora el suministro eléctrico empezaba a dar sus primeras señales de vida tras el apagón.

Eran simplemente eso, señales de vida, puesto que la recuperación del servicio iba a ser progresiva y se iba a prolongar. A eso de las 18:00 horas las neveras de algunos barrios del 'cap i casal' volvían a funcionar. En ese momento, según indicaba el conseller de Emergencias, Juan Carlos Valderrama, entre un 20% y un 25% del suministro eléctrico se había restablecido.

El proceso prometía horas y nadie podía garantizar que todas las casas iban a tener luz al amanecer. Tres horas más tarde en torno al 30% de la Comunitat volvía a tener luz. La noche empezaba a amenazar con la oscuridad que durante el resto de la jornada se había apoderado de locales y restaurantes. Miles de hogares afrontaban una complicada noche a oscuras.

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