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Andrés Gil, con dos de sus cometas. J. L. BORT
Artesanos valencianos de la cometa

Artesanos valencianos de la cometa

Andrés Gil y Jordi Morella resisten como artesanos de las cometas por pura afición, representan dos estilos diferentes y analizan la evolución de los materiales

Martes, 18 de abril 2023, 12:28

El primer puente colgante sobre las cataratas del Niágara fue inaugurado en 1848 y tuvo una vida de siete años. Unió dos orillas del río que estaban separadas por 232 metros. Una gran distancia que obligó a buscar sistemas alternativos para poner en marcha el proyecto, que debía servir para comunicar Estados Unidos con Cánada. Fue Theodore G. Hulett la persona que tuvo la genial ideal de organizar un concurso de cometas con la esperanza de que alguno de los participantes consiguiese volarla de una parte a otra tendiendo una cuerda. El premio, cinco dólares americanos. Homan Walsh, un chaval de 16 años, lo logró y, sin saberlo, pasó a la historia. Un éxito que representó el primer y necesario paso en aquella compleja construcción, ya que a partir de ahí se pudo arrastrar cables más pesados. En 1901, el inventor italiano Guillermo Marconi recurrió a una cometa para levantar una antena a 152 metros de altura y transmitir ondas de radio desde Inglaterra hasta Canadá. Durante la Primera Guerra Mundial, los submarinos, desde la superficie, elevaban enormes cometas con forma de caja en las que se colocaban observadores para controlar al enemigo desde arriba. En Indonesia, todavía se elaboran cometas tradicionales con hojas de árboles y bambú que sirven para pescar en el mar. Sin olvidar el sentido religioso. Esas creaciones que en Valencia se conocen como cachirulos se observan más que nunca por el cielo en estas fechas, con familias al completo pisando la arena de la playa. Sin embargo, hay aficionados que mantienen su dedicación durante el año entero. Con pasión y mimo. Como Jordi Morella y Andrés Gil. Ellos son artesanos. Llevan toda la vida fabricando cometas en casa. Desde críos. Representan estilos diferentes. El primero apuesta por la modernidad y la espectacularidad. El segundo, conserva un carácter clásico y romántico. Pero ambos, a sus 65 años, siguen usando las manos para mantener las costumbres.

«Mi afición empezó cuando tenía cuatro o cinco años. Había visto en un escaparate en Barcelona una cometa con forma de águila. Era distinta a las cometas como el abaecho o el hexágono. Se me metió en la cabeza aquella cometa y me la regalaron. Y a partir de entonces, todo fue una detrás de otra», recuerda Jordi Morella, catalán de nacimiento pero afincado en Valencia desde la década de los 70. Forma parte del Milotxes Club.

Perdió la cuenta de la cantidad de cometas que ha fabricado. «La más grande que he hecho es una paella de 6 metros por 15. Es una paella y lleva de colas la bandera valenciana, la española y tres cucharas para estabilizarla. ¿Y la más rara? No lo sé. Ahora la más sofisticada son los patos. Son seis cometas montadas en un solo conjunto. Vuelan en forma de diamante. Así he conseguido estabilidad total. Cada pato mide un metro de ancho», destaca Jordi, quien se ha presentado a distancia a un concurso de China, que se alza como la cuna de esta afición.

Los seis patos en formación. LP

«La ciudad de Weifang es la capital mundial de fabricación de cometas. Allí hay un festival en el que te invitan si eres conocido. Y en el caso de no poder ir, como yo, puedes participar de forma telemática mandando vídeos para hacer una exhibición de cometas online. He mandado dos: los patos y el dragón. El dragón tiene estructura de alas rígida y cuerpo hinchable», afirma con orgullo. Ha acudido a certámenes en países como Francia, Italia, Eslovenia, India...

El dragón. LP

Hay cometas que puede fabricar en una tarde: «En cambio, con la del dragón, a lo mejor he tardado mil horas. Y estoy preparando una en la que llevo trabajando desde el verano pasado. Cuando tienes un hobby, te da igual las horas que sean. Muchas veces a las cinco de la mañana estoy diseñando, dibujando, construyendo, cosiendo, pensando... Más de la mitad del trabajo es en diseño».

La inmensa mayoría de los diseños de Jordi son exclusivos. «Partes de una idea que te guste, haces varios bocetos y buscas simetrías y un equilibrio para construirla. Si la vas a hacer rígida, con varillas, es de una manera. Y si las vas a hacer hinchable, sin varillas, lleva otro procedimiento. Es más difícil hinchable porque la misma presión del aire que hay dentro de la cometa tiene que hacerla volar. Si la haces con varillas, la forma ya la tiene», explica.

Tiene unos sistemas perfectamente definidos: «Cuando son cometas de varilla prácticamente lo hago directamente del diseño a la tela. Pero cuando son hinchables y no sabes el resultado, primero las diseño, luego paso el diseño a una plantilla, esa plantilla la recorto en bolsas de plástico y coso. La pruebo en plástico y, si veo que está bien, paso a hacerla con tela normal».

La inversión en material es elevada. «La tela se llama ripstop. Es un tejido de nylon, poliamida, y hay de distintas categorías y precios», comenta Jordi, quien subraya la evolución «abismal» que se ha producido en las últimas décadas: «Antiguamente se hacían de carteles de cine, cartón o tela de forro de falda, luego se pasó al nylon normal y luego al ripstop. En cuanto a las varillas, han cambiado mucho. Había las cañas de las acequias, luego se pasó al bambú, posteriormente a los tubos o varillas de fibra de vidrio y actualmente a la fibra de carbono, que es lo más ligero que hay». Y luego toca colocar las líneas: «De usar hilo de palomar antiguamente, se ha pasado a usar una especie de poliamidas que se llaman Climax, Laser... Son hilos muy finos que aguantan muchos kilos para cometas acrobáticas. Para cometas estáticas se usa línea de Dacron o Kevlar».

Proceso de fabricación. LP
Imagen principal - Proceso de fabricación.
Imagen secundaria 1 - Proceso de fabricación.
Imagen secundaria 2 - Proceso de fabricación.

 

La matemática resulta clave para el correcto funcionamiento de las cometas: «Hay mucha trigonometría y mucha geometría. Primero he tenido que mirar varias cometas y tomar medidas. La experiencia me ha enseñado mucho y ya sabes dónde tocar o no tocar, dónde ajustar o dar más... Con las cometas puedes hacer cualquier cosa que se te ocurra, pero a veces tienes que exagerar algunas zonas para que puedas volarla o para que se hinche. Por ejemplo, a veces las garras de un animal o los dedos de una mano los tienes que exagerar para que el aire entre. He aprendido a base de horas de vuelo».

Jordi habla de dos categorías importantes: «Están las acrobáticas y las estáticas. Dentro de las acrobáticas, están las de dos hilos, tres hilos y cuatro hilos para controlar. Y las estáticas son generalmente las que sueltas y cuelgas y ya está, las que se ven por las playas y que llevan sólo una línea. Dentro de estas, hay planas, diédricas, celulares, rotores, hinchables... La estática no la puedes controlar, se mantiene en el aire. Y con la acrobática puedes hacer que vaya donde quieras, hacer figuritas, trucos, invertidos, giros imposibles...».

Hay una que guarda con especial cariño y que se denomina revolution: «La inventaron en 1978 y llegó a Europa en los 80. Es la madre de las cometas acrobáticas. Es la más difícil de manejar. Las de cuatro líneas son las más difíciles de manejar. Para volarla bien necesitas meses o años. La vi por primera vez en las Olimpiadas de Barcelona y la copié y me hice una. A raíz de la revolution he hecho las mariposas, que son de cosecha propia».

Jordi Morella, con la revolution y las mariposas. IRENE MARSILLA

Jordi recuerda perfectamente los cachirulos que se realizaban con carteles. Y precisamente, Andrés Gil llega a la cita con uno de ellos. Lo conserva con especial cariño. «Son pósteres muy antiguos. Algunos de grupos de rock. Usábamos pósteres de la plaza de toros, de los cines... Cuando se acaban las películas, ibas y pedías y te daban. Y conozco gente que iba pegando las carteleras de los toros y le pedías y te daba. También de conciertos... Te buscabas la vida», recuerda este valenciano que se ha jubilado tras ejercer como maquinista de Renfe. En su jornada laboral, a veces encontraba ratos para su afición: «Cuando iba por ahí, a lo mejor teníamos una hora de parada en el tren. Cuando veía un cañar bueno, cortaba cañas para trabajarlas. Estas cañas hay que cogerlas en febrero para se curen bien. No vale cualquier caña. Si es verde pesa mucho».

Todavía recuerda cómo empezó todo mientras enseña una cicatriz en el dedo. «Llegué a mi casa, solté las cañas y con un trapo liado me fui a la Casa de Socorro de la calle Centelles. Y mi abuelo, detrás. Me cosieron. Fue la primera vez que yo corté cañas para hacer cachirulos. Tenía nueve o diez años. A partir de ahí aprendí», comenta Andrés, quien a lo largo de su vida ha hecho «200 o 300». Las confecciona para uso propio y para regalarlas a familiares y amigos.

Mientras habla, una pareja se acerca a Andrés. «He visto que haces cachirulos y mi padre me los hacía con cañas también. Y ponía trapos anudados en la cola. Íbamos a la huerta a coger la cañas para que nos los hiciera. Todos los años nos los hacía. Qué sigas con esa costumbre, que es súper chula», le dijo la mujer.

Andrés reaccionó sonriente. De pequeño, aprendió de un vecino que vivía en una alquería: «Me enseñó a diseñar, a sacar las medidas y a hacer las cañas como tocaba. A partir de ahí, ya fue desarrollar y aplicar la matemática y la geometría». Su especialidad son los cachirulos y las estrellas tradicionales.

«Es lo típico valenciano. Un cachirulo es un hexágono irregular, lleva dos cañas iguales y una un poco más corta, con lo cual salen cuatro lados iguales pero dos desiguales según lo que quieras darle de amplitud. Y en la estrella, tienes de seis puntas hasta lo que tú quieras», señala. Ha ido modificando algunos de los materiales y ha comenzado a experimentar con las varillas de fibra de carbono, aunque sigue decantándose por las cañas.

«Los primeros cachirulos eran de caña y cartel. Después descubrí el papel de cebolla, pero ya no se vende. Hemos pasado a tela de parapente (ripstop). En cuanto a las cuerdas, he innovado. Antes utilizaba hilo de palomar, pero con el tiempo se pudre. Un amigo me regaló una bobina de hilo de coser sofás. Es hilo de algodón encerado. No se rompe. Otro tipo de hilo es el de pescar», comenta Andrés, quien repasa uno de los curiosos problemas con los que se encontraban: «Para hacer el pegamento, cogías un puñado de harina y lo mezclabas con un poquito de agua hasta que se hiciera una pasta. Y con esa pasta pegabas. Y al año siguiente, cuando volvías a coger el cachirulo, los gusanos se habían comido la cuerda... Por ahí estaba la harina. Ahora es tela y pegamento textil».

Andrés tarda «unos 40 minutos» en fabricar una cometa convencional: «Mi mujer me ayuda si son grandes». Las últimas que ha elaborado tienen unos claros destinatarios: su nieto y su nieta. «La más pequeña que he hecho en mi vida es de un palmo. La más grande de caña, de 1,20 metros. Pero no me cabe en el coche», añade.

Todas sus cometas constan de una línea. Y expone la clave para que el vuelo resulte exitoso: «La cola es el punto más esencial de las estrellas y los cachirulos valencianos. Al final de la cola, está el contrapeso. Es tela. Pone el punto más bajo de equilibrio».

Andrés lamenta la decadencia de esta afición: «Hay muy poquita gente ya. La sociedad hoy en día no quiere perder tiempo». Una tendencia refrendada por Jordi: «El problema es que no hay juventud en esto de las cometas. Prefieren el ordenador y el móvil». Estos dos artesanos protegen la tradición con la misma ilusión con la que comenzaron. Y Valencia cuenta con un valor añadido: «Tenemos la mejor playa del mundo para volar cometas».

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