![«Si no hubiera sido por la ayuda de los voluntarios seguiríamos enfangados»](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2025/01/18/1491191666-RZIodhMJp9BXqRv6jWesP8N-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
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Treinta y cinco metros separan, en línea recta, el barranco del Poyo del patio del colegio Larrodé de Catarroja, por lo que las consecuencias de la avenida fueron devastadoras en esta cooperativa de trabajo asociado. Nada queda, salvo la estructura, en el semisótano que ocupaba ... el comedor y la cocina, así como varias aulas de la ESO, mientras que en la planta baja el agua se llevó tabiques separadores, cristaleras, material y equipamiento de nueve clases de Infantil y tres de Primaria. La marca todavía se puede ver -se acerca a los dos metros y medio- y el fango resultante «llegaba hasta la rodilla», en palabras de María Muñoz, maestra de Primaria y presidenta del consejo rector.
Como en todos los centros de la zona cero ya operativos, las cicatrices son visibles. Y se entremezclan los ruidos de los trabajos de reparación con la algarabía propia de la rutina escolar, que se concentra en las plantas altas, en las que se ha reubicado al alumnado más pequeño. Se han sacrificado los de la ESO, que en próximas semanas ocuparán los barracones pendientes de instalar en el patio.
El colegio reabrió el 29 de noviembre, un mes después. «Si no hubiera sido por la ayuda de los voluntarios seguiríamos enfangados», dice Muñoz, en referencia tanto a docentes como a familias, personas anónimas y a los agricultores de Zaragoza o Andalucía que, con maquinaria pesada, retiraron buena parte del barro acumulado durante las primeras semanas, un trabajo clave para la reconstrucción. También alude a las donaciones, como mobiliario y material, que han contribuido a que empiecen «a ver la luz».
Casi dos kilómetros separan, en línea recta, el barranco del Poyo del colegio Sedaví, situado en la zona del municipio que quedó asolada por la riada. Pese a la distancia, el escenario que se encontró su director y cotitular, José Julio Molina, fue similar. El entresuelo y la planta baja de los dos edificios quedó arrasado, llevándose por delante el salón de actos, aulas de Infantil, de informática, despachos, comedor o espacios de FP. Actualmente la zona está fuera de uso, y haciendo encaje de bolillos, aprovechando cualquier espacio útil, pudieron reubicar a su alumnado para volver el 20 de noviembre. «Llegué a pensar que no abriríamos este curso. Pero se ha podido gracias a profesores, familias, voluntarios, bomberos y militares. En seis días sacamos todo lo que había dentro, un trabajo de meses, para limpiar y luego hacer las reparaciones indispensables para poder funcionar», explica.
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