Expectación. El 8 de febrero, cuando presentó las 600.000 firmas reclamando a los bancos en el Ministerio. ALBERTO ORTEGA/EP

La ley de los bancos que todavía espera Carlos

Dos meses después. El valenciano que inició una batalla contra la brecha del sistema bancario con los mayores admite mejoras. Pero aún aguarda la regulación del Gobierno: «Hasta que no la vea, no estaré tranquilo»

BELÉN HERNÁNDEZ y Arturo Checa

Valencia

Lunes, 18 de abril 2022

Dos de junio. Una fecha que mantiene en vilo al valenciano Carlos San Juan y que resolverá sus inquietudes sobre si ha logrado atajar la raíz del problema. Si todo el desgaste, físico y emocional, ha merecido la pena. Si ha ganado el pulso al ' ... David' financiero por la brecha digital con los mayores. «Me han dicho que ese día entrará en vigor la nueva ley de bancos». Lo dice con una sonrisa que achina sus ojos. Pero acerca la cabeza y confiesa, guerrero: «Hasta que no la vea, no estaré tranquilo».

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Se toma un respiro del cúmulo de reuniones y viajes que le han acompañado durante los dos meses posteriores al comienzo de su causa. Conversa en una cafetería situada a pocos metros de su casa. «Hay días en los que me voy a las diez de la mañana y no regreso hasta las diez de la noche». A sus 79 años, salió de su hogar en el barrio de Monteolivete 'armado' con una camiseta en la que podía leerse 'Soy mayor, no idiota'. Su fama saltó más allá de las fronteras de España (hasta lo ha entrevistado The New York Times o el Bangkok Post) después de lograr más de 600.000 firmas para exigir a los bancos una atención preferente a los mayores.

Carlos es un hombre de fe que no va a creer nada hasta que no lo vea. A pesar de los éxitos obtenidos, mantiene sus vacilaciones. La voz del gigante que consiguió hacer retumbar el sistema bancario se camufla entre las conversaciones de la gente que charla animadamente en la cafetería. Ajenos todos a que a sólo unos metros de ellos se sienta un médico jubilado, bastón apoyado al lado, que ha puesto en jaque al sistema bancario. 'Quizás siempre hay algo bueno', se lee en un cuadro enmarcado en la pared. Y Carlos sigue creyéndolo.

Carlos durante la entrevista con LAS PROVINCIAS. IVÁN ARLANDIS

Es entusiasta, pero está cansado. «Si aprueban la ley me retiraré», no hay vuelta de hoja en su decisión. Entre sus anhelos está desmitificar el nombre de 'Carlos San Juan' para volver a ser simplemente Carlos. El hombre mayor que saluda a los vecinos del barrio, que habla de sus nietas en cada conversación y que siempre saca tiempo tras atender varias entrevistas para sacar a pasear a su perra 'Kitty'. Girar la cara ante las injusticias va contra su propia esencia. Piensa en aquel señor de 90 años que le paró para agradecerle su labor. «Es un abrazo para el alma ver cómo ya no se sienten impotentes» . Admite que quiere seguir presente en la lucha, pero ahora desde un segundo plano. «¿Después de esto me volverán a llamar?», pregunta mientras se le iluminan sus ovalados ojos azules.

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Luces y sombras

La taza de café tiembla entre sus manos, afectadas por el Párkinson. Uno de los únicos momentos en los que se puede descifrar que padece esta enfermedad que mantiene a raya con gimnasia cerebral. Sigue la pista a los bancos de cerca. No se quita de la mente la ley. Esa que ha de llegar, que la propia ministra Calviño le prometió en un 'improvisado' encuentro a las puertas del Ministerio de Hacienda. «Una vez entre en vigor me gustaría analizar sus puntos fuertes y débiles con el abogado de los derechos del consumidor del Colegio de Abogados de Valencia. Y con mi hija, que también es letrada». Insiste, pero también flaquea. Hay días en los que se siente superado. Le pesa que toda la carga del movimiento recaiga sobre sus hombros. «Me hubiera gustado que fuéramos un grupo de personas mayores, no únicamente yo», admite. Viaja sólo, incluso a las puertas de cumplir los ochenta años. En su camino ha echado en falta que otras manos le hubieran ayudado a sujetar la caja de firmas que presentó al ministerio. Ante una nube de fotógrafos y cámaras digna de un astro del fútbol.

Se agarra al lado positivo como a un clavo ardiendo: «También tiene sus ventajas ser una sola persona para poder seguir el mismo criterio y no mezclar intereses». Se ríe: «Si cada uno hubiera querido enfocarse en lo que le afecta personalmente Calviño nunca nos hubiera recibido».

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Con la sensibilidad a flor de piel, le duele de manera personal que su mensaje a veces se malinterprete por aquellos que sólo ven de Carlos San Juan el rostro que ha acaparado el foco mediático y no al hombre que devolvió un nuevo bastón hecho a medida para pasar desapercibido. «La empuñadura era de la cabeza de un águila, mi animal favorito. Lo pedí antes de que empezara todo esto porque necesitaba una sujección más firme, pero intento ser discreto».

«Me siento avergonzado de tanta expectación», confiesa mientras se encoge de hombros y entrelaza sus manos. Pensamientos que desaparecen por un segundo de su mente cuando puede palpar los resultados de su campaña. «Hace tiempo que no veo llorar a personas mayores en las colas de los bancos». Ha podido ponerle cara a aquellas personas que se han beneficiado directamente de que un día dijera: 'basta'. Recuerda cuando hace unos días le atendieron en una sucursal de manera presencial a las 14.20 horas, algo que parecía impensable hasta hace unos meses. «Cuando me identifiqué el empleado me dio las gracias. Era un chico que estaba en el paro y que acababan de contratar como asesor senior». De despidos a nuevos empleos.

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Una lucha por otros

Carlos se maneja en Internet, incluso lee libros de manera online. También le interesa aprender a hacer las transacciones bancarias vía app. Él no sufre la brecha digital. Esta lucha nunca fue por él, si no por todas aquellas personas más vulnerables que se sienten a la deriva a raíz de la digitalización masiva.

En su mente está aquella señora de su misma edad, 79 años, que le llamó desesperada, aún sin conocerle personalmente, para pedirle su ayuda cuando le robaron la cartera y sacaron tres mil euros con su tarjeta. O todos aquellos antiguos empleados de la banca que le muestran su desagrado por el sistema bancario actual.

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Pero Carlos no da nada por sentado hasta que no vea resultados tangibles. Mientras no llegue aquel esperado 2 de junio y aprueben la nueva ley de bancos que fomente la asistencia presencial y que haya más sucursales en el medio rural. Tiene esperanzas. Reza a Dios todas las noches. Pero aún así, se mece en un interrogante constante. Le da miedo que el impulso que ha cogido se quede en una esperanza vaga y que todo el trabajo realizado no se materialice.

SUS FRASES

  • El horizonte «Me dijeron que el 2 de junio llegará la ley de bancos. No estaré tranquilo hasta verlo»

  • Las dudas «Como esto se eche para atrás será muy difícil que otra persona encabece otra petición»

  • Su lucha «Hay días en los que me voy de casa a las diez de la mañana y no regreso hasta las diez de la noche»

  • Su jubilación Discreto por naturaleza, Carlos ansía pasar a un segundo plano: «Si aprueban la ley, me retiro»

Teme que entre las actuales preocupaciones globales, donde toma protagonismo el estallido de la guerra en Ucrania, no quede espacio para seguir dándole la mano a los mayores. «Como esto se eche para atrás será muy difícil que otra persona encabece otra petición», se lamenta Carlos.

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Mientras recibe ovaciones por su labor, su mente le repite que aún no está del todo satisfecho. Todavía no tiene claro que los nuevos cambios sólo hayan sido pasos en falso en lugar de una nueva ruta hacia el cambio.

Son cinco las veces que ha hablado con Pablo Hernández de Cos, el Gobernador del Banco de España. «Siempre ha sido muy cercano conmigo». Carlos insiste en conocer a las personas más allá de su cargo. En arrancar los desquicios de humanidad de todo aquel profesional que se cruce en su camino. «¿Cómo estáis?» pregunta con sinceridad antes de comenzar la entrevista. Es de las personas que no utiliza la frase como un formalismo y que espera por respuesta más allá de un «bien».

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Agradece el trato recibido casi como una muletilla. No falta en ninguna frase de las que pronuncia un agradecimiento intercalado, fruto de su incredulidad. Todavía no concibe que haya llegado tan lejos. Ni tampoco está seguro de que su esfuerzo se trunque antes de materializarse por completo. Piensa de nuevo en el dos de junio. Frunce el ceño. Y agarra de nuevo su bastón con decisión.

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