Velas, juguetes y mensajes en el altar improvisado en memoria de la niña. LP

Benetússer se despide de la niña Hui, su víctima más joven

Los vecinos de la plaza Lepanto levantan un emotivo altar en memoria de la pequeña de once años, que falleció arrastrada por la riada

Joaquín Batista

Valencia

Lunes, 18 de noviembre 2024, 01:11

La plaza Lepanto de Benetússer sigue teniendo un aspecto desolador más de dos semanas y media después de la catástrofe. Ya no están las montañas ... de coches destrozados en las calles que la delimitan, si bien muchos de estos permanecen almacenados en la explanada de la parte oeste, un aparcamiento en superficie convertido en cementerio de vehículos retirados de las vías de paso. Tampoco hay fango, sólo algo de barro, sobre todo seco, y el parque infantil de la zona este, presidido por un tobogán con forma de hormiga roja, ha sido limpiado. Pero la imagen de devastación persiste en los bajos: persianas rotas, hacia fuera, cerramientos improvisados y, dentro, la nada. Están diáfanos. Lo que no fue arrastrado por la riada quedó destruido en el interior durante la anegación. El comercio ha muerto en Lepanto.

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A día de hoy la sensación es que la plaza pelea por mirar hacia delante. Por tratar de olvidar y pasar página. Salvo en una única zona, más bien pequeña, en la que los vecinos han demostrado la actitud contraria. En la que recuerdan para que la memoria perdure. Son las dos ventanas del bar Chaos, convertidas en un altar improvisado en recuerdo y homenaje a Hui, la hija de los propietarios que perdió la vida cuando intentaban escapar de la terrorífica avenida de agua. De once años, es la víctima más joven de Benetússer. Al menos, que se tenga constancia.

En los alféizares se han colocado velas, pequeños juguetes, peluches, varias chucherías, flores, pegatinas infantiles y diferentes mensajes y dibujos, escritos desde el cariño y a modo de despedida. También los hay de ánimo. Para la familia, que le dicen a Hui que cuidarán de sus padres y hermanos, y más generales, redactados por niños de colegios de otros puntos de España que los voluntarios que los trajeron decidieron, con acierto, que el altar era su sitio ideal.

Por allí ha pasado Encarna, la vecina a la que la niña llamaba 'iaia', que le dice que la recordará mientras viva; también Izan, que ha dejado un dibujo de los dos acompañado de la mejor dedicatoria posible -«fuiste una gran amiga»-; y Laura, que la evoca balanceándose en el columpio. Además, hay mensajes que aluden a su amabilidad -«me acuerdo de cuando me enseñaste a atarme los cordones»- o a sus aficiones, pues Meli la recuerda en sus inicios con la gimnasia rítmica. También se ven escritos grupales en su memoria y de la falla de la esquina, cuyo casal también quedó devastado.

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Hui fue la niña de la plaza, donde pasaba su tiempo libre. Era habitual verla en el columpio del parque, incluso sola, esperando a que bajaran los amigos a jugar. Su familia, de origen chino, se instaló en Benetússer hace seis o siete años, según varios vecinos y también clientes del bar, que destacan su amabilidad -«son muy buenas personas»- y la facilidad con la que se integraron. A su padre todos le llaman José.

Mediana de tres hermanos -la mayor de 16 y el pequeño de 4-, estudiaba en el colegio Nuestra Señora del Socorro, hacia gimnasia rítmica en el polideportivo y, como explica Ivony, ayudaba a los padres con el bar cuando no estaba en clase o jugando. Junto al altar la recuerda «fuerte, grande y alegre», y ruega para que «Dios la tenga en su gloria».

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Junto a su hermano

Dos residentes en calles adyacentes la describen como «especialmente simpática y sonriente» y «más española que la paella», una manera gráfica de definir la capacidad de integración, sobre todo de los hijos de inmigrantes. «Sociable, amable y bromista con los clientes» son las palabras que le dedica Rosalía Liche, vecina de un portal contiguo, que concluye diciendo que Hui era un «un sol» y que siempre estaba pendiente de su hermano.

Coincide con ella otra vecina cuyo piso recae a la plaza. La conocía bastante, pues su hija de ocho años era compañera de juegos en el parque. Por ejemplo al escondite. La niña es una de las que le ha dejado un dibujo en el alféizar, en el que aparecen las dos en sendos columpios. «Siempre tenía una sonrisa en la boca y cuidaba de su hermano pequeño, aunque al final lo controlábamos entre todos los de la plaza», dice. También la recuerda haciendo pasos de gimnasia.

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Pese a la muerte en vida de la familia, el padre ha tenido fuerzas para agradecer la labor de los voluntarios desplazados al pueblo, llegando a sacar bebidas que se conservaron en el bar para su disposición. Algunos días se le ha visto, junto a la madre y los hermanos, en el murete del parque, frente al altar, recibiendo el pésame y el consuelo de los vecinos. Como dice uno de los mensajes dedicados, tras el día 29 «hay un ángel más en el cielo».

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