Color butano: cuando se alcanza ese estatus en el habla coloquial ocurre que un producto o una marca dispone de vida propia. Forma parte del imaginario colectivo, de nuestras rutinas. Conviven por lo tanto entre nosotros un color naranja y un color butano, que no ... es exactamente lo mismo. Este último sirve para designar la tonalidad con que nos saluda desde hace 60 años la querida bombona. La bombona de butano, tan asociada a la generación 'boomer' a la que alimentó desde su nacimiento, que vive ahora su enésima resurrección.
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Como los fantasmas que acechaban a don Juan Tenorio, es un muerto que goza de buena salud. Un enfermo de aspecto muy saludable: su consumo no deja de crecer, asociado ahora a un elemento central que justifica su vigencia (la subida del precio de otras energías) y también por cuestiones de índole social. Se trata, como advierten en Repsol, compañía líder en la comercialización de butano en España, de un producto adaptado a las ambiciones de la generación milenial: pagar solo lo que se consume. «Es un mensaje que le llega muy bien al a gente más joven», añade un portavoz de la compañía. Debe además añadirse para entender su pujanza en la Comunitat un factor cultural. La bombona como factor indisociable a la elaboración de paellas. Como resultado de esa suma de variables, un dato descollante: sólo los andaluces consumen más bombonas de butano que los valencianos, en términos absolutos. Por habitante, la Comunitat ocupa la cuarta posición, detrás de Extremadura, Andalucía y Galicia.
Hay otros elementos que hablan también en su favor, como destacan en Repsol: «La bombona llega hasta donde no llega otras fuentes de energía». Esas palabras, que remiten a la conocida estampa del camión cargado de bombonas correteando por las calles de nuestras ciudades y recorriendo las carreteras del interior, apuntan hacia su condición de icono social, muy favorecido por un diseño muy inteligente que se ha ido adaptando a lo largo del tiempo. Hoy no puede hablarse de bombona, en singular, sino de bombonas. En plural: se comercializan en diversos formatos, aunque el más común sigue tal cual lo conocemos. Esa versión que pesa 12,5 kilos y acompaña nuestra vida para facilitar los más variados usos: cocinar, desde luego, pero también alimentar la estufa catalítica y calentar el agua corriente. Pesa un poco menos su hermana pequeña, la llamada ligera: se llama NEL, alcanza los doce kilos en la báscula (lo cual facilita algo más su transporte) y se corona mediante un llamativo ribete azul. La tercera en tamaño, la benjamina, tiene otro nombre curioso (K6) y es esa bombona diferencial desde una perspectiva valenciana: la bombona de las paellas.
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No es el único factor que vincula a la bombona al corazón de sus usuarios de la Comunitat: en Repsol anotan que su éxito entre la clientela valenciana, en mayor proporción al que obtiene en otros puntos de España, tiene que ver con otro elemento de cohesión social propio de esta tierra. A saber: que la bombona es una fuente de energía muy adecuada para ese otro icono valenciano llamado segunda residencia. El pisito en la playa que no necesita para calentarse fuera de la temporada de verano la alimentación de la calefacción central: vale con una bombona pegada a su correspondiente estufa y asunto resuelto.
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El impacto que tiene entre la parroquia valenciana se entiende también por la especial configuración de la capital, muy rica en barrios enteros construidos a partir de los años 50 del siglo pasado, cuando se levantó la Valencia que hoy conocemos. Una ciudad cuyos edificios no se dotaron de sistemas comunes de calefacción y obligan por lo tanto a sus habitantes a recurrir a la querida bombona, imbatible también por su precio: según los cálculos de Repsol, en una vivienda tipo formada por una familia de 3/4 personas vale un consumo de cinco bombonas al año para dar servicio. La más común se tarifa según la más reciente actualización, registrada el día 17 de enero, a 17,66 euros. Es un precio intervenido, mecanismo que permite evitar oscilaciones y facilita su adquisición, porque además se distingue por un factor de seguridad que termina de hacerla competitiva respecto a otras fuentes de energía. «La bombona», subrayan en Repsol, «es muy segura porque además se obliga a una revisión cada cinco años».
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En la crisis energética que sufre la sociedad española, no extraña demasiado en la compañía suministradora este apogeo que vive la bombona, cuya utilización se intensifica entre noviembre y marzo y se mantiene en un consumo bastante estable desde hace diez años, según las cifras que facilita la Comisión Nacional del Mercado de la Competencia. Fuera de semejante pico, asociado al frío reinante durante esos meses, mantiene su pujanza en sectores como el agrícola (es habitual recurrir al butano para calentar granjas, por ejemplo) y el industrial, sobre todo en empresas (como fundiciones) que exigen una generosa derrama de energía. En Repsol recuerdan que la cocina de butano es también la favorita del sector de la hostelería, donde es común su presencia desde la irrupción de los calefactores, de la mano de la ley antitabaco y la transformación de las terrazas de los bares en espacios para fumar en invierno. «No hay un único tipo de cliente», señalan en Repsol, cuyos portavoces detectan que «en los últimos tiempos se está pasando al butano mucha gente».
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Una renovación de la clientela donde resalta la presencia de las nuevas generaciones de incondicionales de un sistema de calefacción muy adecuado a la sociedad digital. Se puede pedir una bombona a través de la web de Repsol, un modelo de comercialización que garantiza su presente y su futuro. Y que favorece aquella psicosis registrada hacer un par de años, cuando arreció Filomena y los españoles temieron quedarse desabastecidos de pan, leche, papel higiénico…. Y de su bombona de butano. Un temor infundado. La bombona, que atraviesa su enésima resurrección, es un gato con muchas vidas. «El que se pasa a la bombona, ya no quiere otra cosa».
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