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A primera hora de la tarde de un festivo en 125 localidades valencianas, con lo que estaba previsto que fuera un día de gran afluencia a los centros comerciales, las únicas dos personas que querían acceder a Bonaire eran un padre y un hijo que buscaban a dónde dirigirse para reclamar la devolución del dinero de las entradas que habían adquirido de forma online para una de las sesiones en el cine. Cancelada, como todo. Las puertas cerradas de la plaza central del centro comercial, como las de todos los restaurantes situados en la zona del aparcamiento exterior y las tiendas de Factory Bonaire, eran el mejor indicativo de la falta de actividad por culpa del apagón eléctrico. La única voz que interrumpió el silencio recordaba, por la falta de gente, que presenciar los 254.000 metros cuadrados de superficie del centro comercial sin nadie evocaba lo sucedido en los días posteriores a la trágica dana del pasado 29 de octubre. Obviamente, con la gran diferencia de no presenciar las imágenes devastadoras que la barrancada provocó en Bonaire.
Los únicos trabajadores que permanecían en el centro comercial pasadas las cuatro de la tarde pertenecían a la plantilla de uno de los restaurantes de comida rápida del exterior del recinto que no habían podido contactar vía telefónica con los dueños del local, con lo que no contaban con el permiso para cerrar la puerta y marcharse a casa. Eso sí, con las cajas cerradas puesto que no podían dar servicio. Al ser el único local abierto en cuanto a aspecto sí que dieron refugio a las pocas personas que se fueron acercando, despistadas o sin información, para que al menos les dejaran usar los baños. Les avisaron, eso sí, que lo hicieran con cuidado y utilizando la linterna de los móviles para evitar cualquier accidente.
El comercio fue uno de los grandes afectados por el histórico apagón. La mayoría optó por parar la actividad en cuanto se fue la luz, aunque sus propietarios o los encargados se mantuvieron presentes hasta que regresó la actividad eléctrica por cuestiones tan sencillas como que no podían bajar el cierre en el caso de las persianas o conectar la alarma. En un día de sol radiante, y con las calles del centro de Valencia llenas por la festividad de San Vicente Ferrer, las primeras horas de incertidumbre fueron aprovechadas para apurar existencias. Fue el caso, por ejemplo, del quiosco que está situado en la esquina de El Parterre con la calle de la Paz que siguió vendiendo agua, refrescos y cervezas aprovechando que aún estaban frescas y la demanda era alta por el calor. Lo mismo le ocurrió a una pequeña tienda de souvenirs, a la que le quedaba algo de batería en el datáfono y que aprovechó para vender todo lo que pudo, con el local sin luz y la caja registradora sin poder abrir.
El apagón fue un desafío logístico para las grandes cadenas de distribución. La cooperativa valenciana Consum fue el primer gran supermercado que lanzó un comunicado advirtiendo a sus clientes de la situación. Como en el caso de Mercadona, la prioridad fue contactar con grandes generadores para poder alquilarlos y permitir que algunas tiendas pudieran restablecer el servicio a sus clientes. Los que no pudieron hacerlo, tuvieron que esperar a que la luz volviera a sus municipios. como por ejemplo ocurrió en Burjassot o Paterna antes de las seis de la tarde. En los supermercados que pudieron seguir dando servicio, o que lo recuperaron a lo largo de la tarde, se vivieron escenas de acopio de alimentos, agua, aceite o papel higiénico que recordaron a la pandemia de hace un lustro. Parece que no volvimos mejores.
El apagón también afectó a la gran oferta de ocio relacionada con el comercio que estaba abierta en San Vicente. La Mostra Proava, conocida popularmente como la feria del vino, continuó las primeras horas sin luz con su actividad entre el puente de la Exposición y el de las Flores, pero comenzó a experimentar poco a poco los efectos del apagón. Primero, con algo tan lógico como que los vinos comenzaron a no estar fríos además de no poder pagar con datáfono. Por la tarde, se suspendió por la falta de luz donde conectar los bafles los instrumentos musicales del grupo que iba a ambientar las últimas horas de la feria. Los clientes comenzaron a abandonar antes de tiempo el recinto, así como algunos expositores bajaron la persiana, con lo que se tomó la decisión de cerrar la feria a las siete de la tarde. Tres horas antes del horario previsto. Un ejemplo más, puesto que todo este relato supone una pérdida económica, de que el caos en el comercio por culpa del apagón, en un día festivo, tendrá una factura importante.
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