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Jueves, 30 de noviembre 2017, 01:17
Son las doce del mediodía y varios buitres sobrevuelan el muladar de Vallibona. Sus alas se recortan bajo un cielo límpido donde el fuerte viento barre cualquier resto de nube en plena sequía. Planean en círculos, aprovechando las corrientes de aire; así avisan al resto de ejemplares de que hay banquete a la vista. Ofrece una imagen de desolación, de que ya sólo quedan los despojos en esta zona. En nuestro periplo por el Maestrat fuimos testigos de un espectáculo sorprendente, hipnótico y a la vez sobrecogedor: el momento en el que más de doscientos buitres leonados se abalanzan sobre quinientos kilos de cerdos muertos y los despedazan sin compasión, luchando por los bocados más jugosos, las vísceras. En menos de una hora apenas quedan los huesos y algunos restos de piel. Quienes observan la estremecedora imagen guardan silencio. Técnicos de la conselleria lo hacen a través de una especie de prismáticos y anotan los números de aquellos buitres marcados para conocer sus costumbres. Recorren grandes distancias y, dentro de lo posible, les siguen la pista.
Al muladar de Vallibona, que cuenta con un observatorio a pocos metros, se llega después de una pequeña caminata de unos diez minutos. No se puede subir en vehículo. Sólo lo hace la furgoneta que transporta los cerdos y si no se da prisa en descargarlos, los buitres se los comerán directamente del remolque. Son animales protegidos, estuvieron a punto de desaparecer, pero ya no se encuentran en peligro de extinción. Este y otros comederos les han salvado. Y ya hay más ejemplares de buitre que personas. Parece menos sencilla para los humanos la supervivencia en este lugar.
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Javier Bienzobas (Gráficos) y Bruno Parcero
Melchor Sáiz-Pardo y Álex Sánchez
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