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Irreductibles. Así se sienten los voluntarios pese a que el desgaste vaya dibujando evidencias en su rostro. Marta Gimeno se presenta en la Ciudad de las Artes y las Ciencias con las botas llenas de barro. Suciedad acumulada en sus actuaciones sobre el lodo durante las jornadas anteriores. Esta vez, afronta una misión diferente. No es ayudar en la limpieza de casas ni aceras, sino trasladar a esas desoladas familias unos artículos que están disparando su relevancia en la zona cero conforme transcurren las horas: mascarillas, guantes y productos de limpieza. El riesgo de contagio de enfermedades aumenta a marchas forzadas. Por ese motivo, esta joven carga un carro con destino a Aldaia.
Marta, estudiante de Ingeniería Industrial, minimiza el cansancio: «No sé si es porque aún estamos en estado de shock, pero en los grupos con los que he estado hablando hay todo el rato una inercia a ayudar. Creo que aún no nos hemos parado un momento a pensar nada». Una reflexión que comparte otra voluntaria como Diana: «Seguro que se siente el cansancio, son muchas horas de estar caminando y trabajando. Pero por encima del cansancio, están las ganas de seguir ayudando. No es más importante estar cansado que no tener agua en tu casa y no poder dormir. Más allá de que sea una jornada difícil, ayudar sigue siendo lo más importante». Joan, de la Marina Alta, ya ha estado en Benetússer, Alfafar y Massanassa. Ayer encaraba su cuarto destino: «Hay gente que está cansada. Pero voy a ir todos los días que pueda». Al margen del esfuerzo físico, las experiencias y las imágenes pueden hacer mella: «En mi zona ha habido muchos desastres. A nivel mental, yo lo tengo bastante asumido. Hay gente lo que lleva peor. No es normal ver montañas de coches, todo lleno de barro, casas que no tienen nada... Hay gente a la que le pasa mucha factura».
El carro que arrastra Marta rebosa. «El tema de las mascarillas ahora mismo es súper importante porque el barro está cada vez más infectado y puede llevar más enfermedades», explica. Una cuestión de prioridades: «Está llegando mucha comida y ropa. Pero mascarillas y cosas para protegerse de las enfermedades, no. Entonces mi misión de este domingo es llevar, junto a mi madre, todas las mascarillas y todos los guantes que podamos para que ellos se protejan». También ha cargado botes de gel y lejía.
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Marta celebra la evolución que ha habido en los últimos días: «Los vecinos están recibiendo suministros de comida y agua». En la misma línea se pronuncia Joan: «Hay mucha mejoría. En los centros de recogida hay muchísimas botellas de agua, muchísima comida... La gente empieza a recibir las cosas. Poca gente habrá que no tenga comida. La gente se ha volcado completamente. No me esperaba esto. Es positivo que toda la juventud se haya volcado». Y recuerda su primera jornada como voluntario en la zona cero: «En Benetússer no se podía ni caminar. Ahora las calles principales ya están más o menos limpias y se puede pasar. Se nota una barbaridad. Ha ido muchísima gente. Pero es complicado. Lo que está más cerca de Valencia se va quedando más limpio y, conforme te vas adentrando, ves cosas peores».
Eso sí, Joan realiza un llamamiento: «Voluntarios vamos muchísimos, pero hace falta más bomberos y más personal cualificado que sepa lo que hace. Nosotros podemos limpiar casas, no podemos hacer nada más». Un mensaje compartido por Javier, quien ha estado sobre el terreno en Picanya y Paiporta: «Queda muchísimo por hacer. Hay mucha gente que sigue teniendo la casa anegada. Y ellos solos no pueden. Hacen falta muchas manos aún. No entiendo muy bien por qué restringen tanto el tema del voluntariado cuando hace falta tanta ayuda».
Diana también ensalza el papel de la ciudadanía: «Nunca tienes suficiente ayuda. Si sabes coordinar a los voluntarios, puedes llegar a todos los sitios. Todavía tenemos gente a la que no le han llegado ni militares ni nadie a ayudar. Da impotencia que limiten el voluntariado».
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