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El doctor Cavadas acompaña a su último paciente, el guatemalteco Wilmer Arias, que ya se sienta sin dolor.

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El doctor Cavadas acompaña a su último paciente, el guatemalteco Wilmer Arias, que ya se sienta sin dolor. Damián Torres

Pedro Cavadas, el buen doctor

Wilmer Arias es el último 'milagro' del cirujano, el hombre que cambió el Porsche por una existencia más austera. «Le hemos regalado una vida», dice el médico valenciano sobre su último paciente, un joven de 28 años que estaba «partido en dos»

VANESSA HERNÁNDEZ / FERNANDO MIÑANA

Viernes, 20 de julio 2018

Una bala perdida puede cambiar una vida. O directamente acabar con ella. Hace 19 años, Wilmer Arias no era más que un niño que jugaba inocentemente en la calle con sus primos. Wilmer era un chico normal, de nueve años, que iba al colegio y ayudaba a su abuelo en el campo. Una vida corriente en Guatemala, su país. Hasta que una bala perdida impactó en su frágil cuello y cambió su historia.

Wilmer Arias apareció ayer en Valencia sentado en una silla de ruedas, erguido y con una sonrisa gigantesca. Es su pago por el último 'milagro' obrado por el doctor valenciano Pedro Cavadas y su equipo. Su última genialidad en el quirófano ha sido reconstruir una separación completa de la columna vertebral y la pelvis de un hombre. Y esta compleja cirugía ha permitido a este guatemalteco de 28 años volver a sentarse sin sentir ningún dolor. Pedro Cavadas y su paciente comparecieron ante la prensa en el Hospital de Manises para compartir la valiente historia de Wilmer Arias y la complejidad de esta intervención quirúrgica. Gracias al convenio que existe entre el Hospital de Manises y la Fundación Cavadas, es posible realizar intervenciones tan peliagudas como ésta.

El paciente llegó con un polo puesto encima de una camiseta de manga larga, unos pantalones vaqueros sobre sus piernecitas de alambre y unos zapatos bien lustrados. A su lado, el doctor Cavadas sonreía complacido con unos tejanos desgastados, unas zapatillas para andar por el monte y, como ya es habitual, una camiseta de camuflaje. Hace años que tiró la bata blanca porque no le gusta «ir disfrazado de médico».

En Tanzania se escapa con una brújula, una mochila, una caja de cerillas y un arco

Para poder asistir al 'milagro' de ver a Wilmer sentado en una silla, después de tantos años encamado de forma permanente, han hecho falta dos largas operaciones, una de ellas de ocho horas. La situación del paciente había llegado a un punto extremo, desesperado, en el que ya peligraba su vida. Cavadas detalló que tenía tan perjudicadas las vértebras de la columna que estaba «partido en dos». Doctor y paciente alternan la palabra. Salta a la vista que se ha tejido una complicidad especial entre ambos.

Aquella bala perdida... «La vida es aleatoria e incierta, hay vidas que quedan truncadas por el azar», destacó Cavadas. Nadie sabe de dónde salió el proyectil que postró a Wilmer para siempre. Tras una cirugía exploratoria, pasó dos meses y medio en coma. Ningún sanitario movió su delicado cuerpo y eso le ocasionó úlceras por la espalda y mucho dolor. «No teníamos recursos para asistencia sanitaria y tenía que soportar la angustia», dijo Wilmer.

Cavadas explicó que, con el tiempo, estas úlceras se fueron infectando porque permanecieron abiertas y la infestación consiguió penetrar al hueso sacro y comérselo, llegando a deformarlo. El sacro es el que contribuye a formar la columna vertebral y la pelvis. «La situación era muy compleja, ya que a pocos centímetros estaba la aorta. Era una herida que no se habría cerrado nunca; habría muerto».

Una enfermera providencial

La intervención era tan comprometida y delicada que en algunos hospitales de Estados Unidos le dijeron que se podía morir durante la operación, que no era aconsejable practicar la cirugía. Fue entonces cuando el destino puso en el camino de Wilmer a Marta, una enfermera española que ha colaborado con la Fundación Cavadas en África. Ambos se conocieron en Guatemala y, de inmediato, esta sanitaria contactó con el doctor Cavadas para contarle su caso. El paciente admitió no conocer la reputación y la fama del especialista en cirugía plástica, y se puso a investigar a través de las redes. «Al principio no confiaba mucho en él, pero cuando tuve la primera operación, me quitaron la úlcera y no sentí dolor, ya estaba cien por cien seguro de Cavadas», admitía ayer Wilmer.

El cirujano añadió que hicieron falta dos importantes operaciones: una para limpiar la zona de úlceras y la otra para poner el hueso. Lo lograron con parte de su peroné, uniendo los restos de pelvis con los restos de la columna vertebral. «Lo difícil es adaptarlo, saber el tipo de fijación, cómo conectar las arterias y la aorta», abundó, antes de recordar una de sus máximas: «No se trata de inventar la rueda, sino de saber dónde colocarla».

Wilmer, que llegó a sufrir desnutrición severa y una neumonía, emprende una nueva vida llena de objetivos. Por el momento tendrá que llevar un corsé durante seis meses, pero paulatinamente notará mejorías, aunque su perspectiva vital es diferente. Sus metas son a corto plazo. Como acabar los estudios univeritarios de Administración y Dirección de Empresas en Guatemala y cooperar con la Fundación Pequeños Hermanos, una organización internacional que vela por la defensa de los niños y que le ayudó en sus momentos más trágicos.

Wilmer vuelve a tener ganas de vivir. «Si quieres una vida feliz, átala a una meta, no a cosas u objetos», exclamó. Esta lección ya hace años que la aprendió Pedro Cavadas, un cirujano de éxito que en sus inicios se dejó deslumbrar por el dinero y los bienes materiales. Hasta que un día esquivó a su ego, vendió su Porsche y reordenó sus prioridades. Al coche de lujo le sucedió un jeep rudimentario y, últimamente, la bicicleta.

No debe de haber otro médico español tan popular en el mundo, acostumbrado ya a sus alardes quirúrgicos. Como aquel brazo cosido a la pierna de un paciente durante nueve días, el primer trasplante de manos y antebrazos, el primero de cara en España... Hitos que han sido posibles gracias a un golpe de azar en 1983. Porque Cavadas lo que deseaba era ser veterinario, pero tenía que irse a Zaragoza y no quería moverse de Valencia. Seis años más tarde se licenció en Medicina con matrícula de honor y premio extraordinario. Luego se especializó en cirugía plástica sin saber muy bien dónde se metía, solo que detestaba, y detesta, la cirugía cosmética.

Jugar a la supervivencia

Décadas después se ha convertido en uno de los especialistas en cirugía plástica y reconstruciva más importantes del planeta. Donde acaba la esperanza, aparece Cavadas. Quienes imploran ayuda, casos perdidos, le encuentran, aunque no tengan nada que ver con su especialidad. Y sus hitos llegan por el reto que arrastra el paciente que entra por su puerta.

El 'doctor milagro' consagra su vida a la medicina. Hay días en los que, empalmando una operación con otra, se olvida hasta de comer. No abandona su pasión ni cuando descansa: entonces abre libros sobre cirugía reconstructiva. Solo desconecta con sus hijas -Ruo, de 17 años, y Xiao, de 13-, a las que adoptó en China. Bueno, y también en sus viajes solidarios a Tanzania, donde opera gratis a decenas de pacientes con mutilaciones, tumores y mil males. Un par de veces al año, en una remota aldea llamada Engaresero, monta un hospital de campaña sin electricidad y con agua del río. No descansa desde que sale el sol hasta el ocaso, cuando deja el bisturí porque llegan los insectos. Allí, cuando saca un rato, se escapa con una brújula, una mochila, una caja de cerillas y un arco. Es la hora de jugar a la supervivencia.

En el interior de la provincia de Valencia tiene su pequeño mundo salvaje en una finca en Villagordo del Cabriel, donde crió, biberón en mano, a 'Pan', el cervatillo que nació el día de San Pancracio. Aunque siempre tiene prisa por volver al quirófano. Allí se siente realizado y, salvando a pacientes como Wilmer, encuentra el verdadero sentido de su existencia: «Le hemos regalado la vida a una persona». Otro 'milagro'.

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