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Tras la pista del virus. El cabo de Artillería Antiaérea José Pérez inicia su jornada. En la pantalla de su ordenador, los datos del primer contagiado positivo cuyos contactos deberá rastrear. DAMIÁN TORRES
Rastreadores de coronavirus | El cazador de contagios

El cazador de contagios

Rastreadores. El cabo Pérez es uno de los 300 militares en la labor de rastreo. Así se desarrolla su función: una lista y seis horas de llamadas a contactos de positivos entre sorpresa, miedo o resignación

Sábado, 28 de noviembre 2020

El despertador del cabo de artillería antiaérea Pedro Pérez ha sonado a las 5.45 horas. Ha desayunado un café largo, ha sacado a pasear a su perro Jas y ha conducido en coche desde Manises hasta la base de Marines. Desde hace una semana es uno de los 300 rastreadores militares que apoyan a los sanitarios de la Comunitat en la crucial labor de ganar la carrera al virus: ser más rápido que el invisible enemigo y detectar los contactos señalados por pacientes positivos en Covid para advertirles, asesorarles e intentar así frenar el avance de la pandemia.

A las 8 horas, como un clavo, el cabo Pérez aterriza en su puesto. Desinfecta su teléfono y el portátil. Los cascos con micrófono son individuales. En la sala, otros muchos colegas del Ejército de Tierra. Entre todos realizarán más de 3.000 llamadas en dos turnos en toda la jornada. Por delante, seis horas y unos 30 contactos telefónicos le aguardan.

Abre el ordenador y se encuentra con la faena del día. Son listados transferidos al Ejército por Sanidad. En su pantalla, un nombre, una tarjeta SIP, un positivo confirmado y un número de teléfono. «¿Dígame?». «Soy el cabo José Pérez, ¿cómo se encuentra?». Es la hora de advertir. «Le recuerdo que debe permanecer 14 días aislado». Y a partir de ahí, a tirar del hilo del riesgo: «Dígame sus contactos más estrechos en los dos o tres días antes de presentar los primeros síntomas».

El paciente empieza a desgranar hasta que su memoria alcanza. «Le pido que apunte a familiares directos, amigos, alguna comida o relación de trabajo...». Y así, pregunta, tras pregunta, consuelo tras consuelo, el cabo Pérez va completando una encuesta epidemiológica con una treintena de apartados que rellenar. Brota así el racimo de posibles contagios a los que deberá telefonear y advertir en el siguientes paso.

«A veces que da la sensación de que no aportan todos los contactos que saben, pero en general la gente colabora bastante», aclara el artillero rastreador. Cada paciente positivo aporta alrededor de una docena de posibles contactos. En el caso más complejo hubo casi un centenar de personas a las que localizar.

Comienza la fase dos. La llamada a los contactos del contagiado es más compleja a nivel humano. Según Pérez, «es el momento en el que a alguien le vas a dar el susto de decirle que ha estado en contacto con un positivo. A veces ya lo saben porque se han enterado por el propio afectado. Pero otras no y hay tensión, dudas, miedo o quien rompe a llorar».

Algunos preguntan al rastreador quién es la persona contagiada en su círculo de la que deriva la sospecha. «Jamás lo decimos. Guardamos la intimidad del paciente». De un modo u otro, llega el momento de saber si el contacto directo señalado presenta síntomas de contagio.

Si los hubiera, salta la alarma. «Informaría de esta circunstancia a mi superior». Queda además bien registrado en la encuesta de la que luego dispondrá Sanidad. Al mismo tiempo, el rastreador le indica que debe contactar «cuanto antes» con el centro de salud para hacerse el test. En cualquier caso, la conselleria ya está al tanto de la sospecha y podría controlar su caso con especial atención si así lo estima.

Entre los contactos de un positivo a los que advierte el rastreador «hay tensión, miedo, dudas y también quien rompe a llorar»

Pero si el contacto señalado por el paciente positivo no presenta síntomas, entonces la indicación del cabo Pérez es otra: «Debe permanecer 10 días aislado», si bien también se le recomienda solicitar una prueba para descartar el contagio.

En los casos en los que la duda asedia a Pérez o cualquier otro rastreador entra en escena el teniente enfermero Alberto Rihuet. «Son, entre otros, casos con problemas sociales de por medio. Viviendas con muchos familiares donde la cuarentena se complica o el problema de la 'supermadre', una mujer que debe aislarse a pesar de que de ella dependen sus padres, sus hijos y hasta su marido», describe. La mañana de rastreo termina. Las fichas de los rastreadores pasan a Sanidad. Llega el relevo de Pérez, el siguiente cazador de contagios.

ANÉCDOTAS Y DIFICULTADES

Comprobación masiva

Un positivo con más de 90 contactos

Ocurrió en una academia y hubo que hacer llamadas entre varios a más de 90 personas que frecuentaban el local.

Indispensable

«¿Y ahora quién recoge a mi nieta del colegio?»

Una mujer debía guardar cuarentena, pero era «la única de la familia» que podía recoger a su nieta del cole.

Desgracias

El posible contagiado ya había fallecido

Ha llegado a ocurrir. A raíz de un positivo se rastrea sus contactos y alguno ya ha fallecido por culpa del contagio.

Miedo al desempleo

«Salgo del paro. ¿Ysi ahora me tiran?»

Un hombre se sintió angustiado. Debía aislarse 10 días por ser 'contacto', pero tenía pánico a perder su empleo.

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